
Mientras la persona, el aspirante espiritual, carece, por una parte, de limpieza suficiente y de comprensión: de un corazón puro, en definitiva (1 Tt 1,5), y, por otra, de la pasividad necesaria para dejar hacer y saber recibir, no podrá llegar lejos, aunque sueñe con lejanías. Soñando con manantiales de agua, se levantará con la boca seca. Pocos quieren aprender la pedagogía del dejar hacer y sólo recibir. Es tan sencilla como, por ejemplo, saber inspirar y espirar. Ese ejercicio va más allá de lo aparente: se inspira y ebpira, se aprende y se desaprende, se loma y se deja. Esa actitud de acogida y de desprendimiento va calando en capas más y más profundas de la mente y llega hasta ese punto en que nuestras pulsiones prementales, como alguien llamaba -como nuestro pensamiento previo, lo llamo yo-, es afectado, removido, extinguido y, de alguna manera, resuelto en silencio.
Nace un silencio más hondo, -nuestra cordura de nacimiento-, más allá de nuestra locum adquirida: En el más allá de la mente, la cordura es serenidad, misterio, interioridad; y desde la fe, es contacto con Dios; es oración quieta o sosegada. Alguien decía: 'Detrás de tu locura, hay una 'indefinida cordura; detrás de tus condicionamientos, uml libertad indefinida; detrás de tus ruidos de superficie, un profundo y educador silencio'. ¡Atrévete a ser niño, y respira! ¡Parece tan infantil … ! Pero ayuda a estar menos loco … y a enterarse mejor de sí mismo … , de la cordura que nos vertebra.




