Después de que la florescencia ha abandonado la rosa

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¿Cuál es nuestro centro más profundo? Normalmente elegimos eso para significar la parte más profunda de nuestro corazón, la parte más profunda de nuestra alma, nuestro centro afectivo, nuestro centro moral, ese lugar que hay dentro de nosotros y que Thomas Merton  llamó le pointe vierge. Y esa es una buena manera de imaginarlo. Pero hay otra.

El místico clásico Juan de la Cruz vio las cosas diferentemente. Para él, el centro más profundo de cualquier cosa es el punto más lejano alcanzable por el ser, poder y fuerza de operación y movimiento de ese objeto. ¿Qué quiere decir con eso? En esencia, esto es lo que dice: El centro más profundo de cualquier cosa, sea una flor o un ser humano, es el punto más lejano al que se puede crecer antes de morir.

Ciudad Redonda

Tomad una flor por ejemplo: empieza como una semilla, después se desarrolla en forma de un pequeño botón del que brota una tierna planta. Esa planta al fin revienta en una bella flor. Esa flor dura un tiempo y luego empieza a secarse y marchitarse. Por fin, lo que una vez era la sustancia de una bella flor vuelve a ser semilla y luego, en su trance mismo de morir, la flor  emite esas semillas para dejar detrás de sí una nueva vida.

Así, para Juan de la Cruz, el centro más profundo para una flor no es su momento de espectacular belleza, su florescencia, sino su último momento en que su flor se ha vuelto  semilla y es capaz de dejar caer esa semilla en su trance mismo de morir.

Hay una lección contraria a la manera como normalmente fijamos las cosas. ¿Cuándo somos virtualmente lo más generativos? ¿Cuándo tenemos la mayor capacidad de usar nuestras vidas con el fin de dejar caer las semillas de una nueva vida? ¿Cuál es nuestro centro más profundo de crecimiento?

Normalmente, por supuesto, pensamos que el centro más profundo es la florescencia, o sea, ese periodo o momento de nuestras vidas en que una combinación de buena salud, atractivo físico, talento, realizaciones e influencia nos hacen admirados y quizás envidiados. Esta es la ocasión de nuestras vidas en la que lucimos lo mejor de nosotros mismos y, como dicen, estamos en la cumbre de nuestro juego. ¡Esta es nuestra florescencia! ¡Lo mejor que en nuestra vida luciremos!

Juan de la Cruz no denigraría ese momento de nuestras vidas. Ciertamente, nos desafiaría a estar en ese periodo, gozarlo, agradecerlo a Dios y tratar de emplear las ventajas y privilegios que vienen con eso para ayudar a otros. Pero no diría que este es el punto cumbre de nuestra generatividad, que este es el momento o periodo de nuestras vidas en que estamos dejando caer la mayor cantidad de semillas por una nueva vida. No, como una flor que deja caer sus semillas en su preciso trance de morir, nosotros también estamos virtualmente lo más generativos después de que la florescencia ha dado paso a lo grisáceo de la edad y nuestras realizaciones han permitido un diferente modo de fecundidad.

Imaginad a una mujer joven, bella y talentosa, que llega a ser una famosa actriz de cine. En la cumbre de su carrera, está en total florescencia y le dedican miradas de admiración. Como podéis imaginar, es  adulada. Además, en su vida al margen de las películas, puede resultar una persona generosa, una esposa admirable, una madre entregada y una amiga de total confianza.  Con todo, esa florescencia no es su punto mayor de crecimiento, su centro más  profundo,  ese momento de su vida en que está comunicando la mayor relación generadora de nueva vida. Por contra, cuando es una abuela de avanzada edad, luchando con los achaques de la salud, marchitado su aspecto físico, afrontando el panorama de una vida asistida y muerte inminente que, virtualmente, como la flor cuya florescencia se ha secado y convertido en semilla, ella puede entregar su vida de un modo que ayude a crear nueva vida como no podía hacer cuando era joven, atractiva, admirada, envidiada y en completa florescencia.

Un caso semejante se podría aducir para una estrella masculina del atletismo. En la cumbre de su carrera, ganando un campeonato, llegando a ser un nombre familiar, su envidiada imagen atlética rebosante de juventud vista por todas partes en anuncios y en carteleras, él está en pleno florescencia; pero en ese momento, no es óptimamente generativo en relación a que su vida emita semillas para labrar nueva vida. Eso puede acontecer más tarde, en su avanzada edad, cuando sus éxitos ya no lo definan, y él, como todos los demás, con su cabello canoso, esté haciendo frente a su deterioro físico, marginación e inminente muerte. Es entonces, después de que la florescencia ha dejado la rosa, cuando en su fallecimiento puede dejar caer semillas para crear una nueva vida. Nosotros tendemos a identificar una florescencia espectacular con una poderosa generatividad. Resulta justo que esa florescencia tenga su propia importancia, legítimo objetivo y valor. En verdad, uno de nuestros desafíos es dar a esa florescencia la mirada de admiración sin envidia. No resulta fácil hacerlo, y con frecuencia algo no hacemos bien. A pesar de todo, un desafío mayor es llegar a saber lo que se nos pide que hagamos una vez que la florescencia haya abandonado la rosa.


Imagen de Josch13 en Pixabay