Jesús fue preguntado una vez por qué hablaba en parábolas. Su respuesta es un poco extraña: “Hablo en parábolas… no sea que vean con los ojos, y oigan con los oídos, y entiendan con el corazón y se conviertan, y yo los sane”.
A primera vista, parecería que Jesús está siendo deliberadamente vago para que la gente no entienda la verdad, y así siga ignorante y terca.
La realidad es la contraria. Su manera calculada de ser impreciso es una delicadeza, una profunda compasión que reconoce que, como la vida de las personas es compleja, la verdad solo puede decirse de cierta manera. ¿Cómo?
No basta con tener la verdad. La verdad puede hacernos libres, pero también puede endurecer aún más los corazones si se presenta sin cuidado. Aquí tienes un ejemplo conmovedor:
La novelista Joyce Carol Oates publicó una vez un libro llamado Them. Aunque es una novela, el libro está basado en la vida de una persona real, una joven a la que Oates enseñó en la universidad y a la que puso una mala nota.
Algún tiempo después de haberle puesto esa mala nota, Oates recibió una carta de ella. La joven compartía buena parte de su historia, marcada por el dolor. Venía de un hogar difícil, había sido maltratada de niña y había pasado años intentando lidiar con sus heridas a través de sexo sin sentido y anónimo.
Cuando escribió la carta, estaba intentando salir de su pasado y de sus patrones destructivos para sobrellevarlo. En su carta se quejaba amargamente de que la clase que tomó con Oates no le había ayudado mucho. Aquí tienes, con unas pocas adaptaciones, un fragmento amplio de su carta:
“Una vez dijiste en una de tus clases: ‘La literatura da forma a la vida’. Recuerdo muy bien que dijiste eso. Y ahora quiero preguntarte algo: ‘¿Qué es forma? ¿Y por qué es mejor que la manera en que la vida sucede por sí misma?’
Odio todo eso, todas esas mentiras, tantas palabras en esos libros. ¿Qué forma hay en la manera en que pasan las cosas? Quise correr hacia ti después de clase y preguntarte eso, gritártelo a la cara, porque tus palabras estaban equivocadas. ¡Tú estabas equivocada!
Y aun así te envidio. Te envidio desde la primera vez que te vi. A ti y a otros como tú. Tu manera fácil de hablar con la gente. La forma en que puedes hablar con otros, como amigos.
Un día antes de clase te vi entrar en el edificio con otro profesor, los dos bien vestidos, hablando, sonriendo, como si eso no fuera ningún logro. Y otra vez te vi salir de la escuela en un coche azul.
Y te odio por eso. Por eso, y por tus libros y por tus palabras, y por saber tanto sobre cosas que nunca pasaron en ninguna forma perfecta.
A veces veo tu foto en los periódicos. Tú, con todo tu conocimiento, mientras que yo ya he vivido mi vida, me he dado la vuelta como un calcetín y no he sacado nada de ello. He vivido mi vida y no tiene forma. Ninguna figura.
Podría contarte cosas sobre la vida. Yo y personas como yo. Todos los que nos tumbamos solos por la noche y nos retorcemos con un odio que no podemos poner recto, en una forma. Todas las mujeres que se dan a los hombres sin saber por qué, todas las que caminamos deprisa con odio, como dolor, en las entrañas, aterrorizadas. ¿Qué sabes tú de eso?
Como la mujer que tengo delante ahora mismo en la biblioteca mientras escribo esta carta. Ella es gorda, pesada, con piernas gruesas de color crema, marcadas con venas varicosas. Personas como ella y como yo sabemos cosas que ustedes no saben, ustedes, profesores y escritores de libros.
Somos las que nos quedamos en las bibliotecas cuando es hora de irse y nos sentamos a tomar café solas en la cocina. Somos las que hacemos planes locos de matrimonio, pero no tenemos a nadie con quien casarnos. Somos las que miramos a nuestro alrededor lentamente cuando bajamos del autobús, pero no sabemos qué estamos buscando.
Somos las que hojeamos revistas con fotos a color y pasamos largas horas hundidas en nuestros propios cuerpos; pensando, recordando, soñando, esperando que alguien venga y dé forma a tanto dolor. ¿Y qué sabes tú de eso?”
Sí, ¿qué sabemos de eso nosotros, los profesores, predicadores y escritores? Su carta nos muestra por qué Jesús hablaba en parábolas.
La verdad puede hacernos libres. De hecho, puede dar forma a la vida. Pero también puede decirse sin pensar, sin corazón, y entonces solo sirve para restregarnos nuestra propia insuficiencia y vergüenza.
Necesitamos decir la verdad en parábolas. La verdad no es algo con lo que podamos jugar, rápido y sin cuidado.




