Imagínate esto: Tú eres el hijo obediente, y tu madre es viuda y vive en una residencia asistencial. Sucede que tú vives cerca, mientras tu hermana vive por el país, a miles de millas. Así que el peso cae sobre ti para ser el que ayude en el cuidado de tu madre. Tú la visitas con piedad filial cada día. Todas las tardes, camino del trabajo a casa, paras y pasas una hora con ella, mientras tiene tempranamente su comida principal. Y haces esto fielmente, cinco veces a la semana, año tras año.
Mientras pasas esta hora cada día con tu madre, año tras año, ¿cuántas veces, durante el transcurso de un año, tendrás una conversación verdaderamente estimulante y profunda con ella? ¿Una? ¿Dos? ¿Nunca? ¿De qué habláis todos los días? Cosas triviales: el tiempo, tu equipo deportivo favorito, lo que hacen tus hijos, el último programa de televisión, sus dolores y penas, y los detalles mundanos de tu propia vida. Ocasionalmente, incluso podrías quedarte medio dormido durante un momento mientras ella toma su temprana comida. En un buen año, quizás una o dos veces, la conversación versará sobre algo en profundidad y los dos conversaréis más detenidamente sobre algo importante; pero, excepto esa rara ocasión, simplemente estarás ocupando el tiempo todos los días en conversación superficial.
Sin embargo, y esta es la cuestión, ¿son en realidad superficiales esas visitas diarias a tu madre, meramente funcionales, porque vuestras conversaciones no son profundas? ¿Realizas simplemente por puro deber estos gestos de íntima relación? ¿Acontece algo en profundidad?
Bueno, compara esto con tu hermana, que (convencionalmente) vive por el país y viene a casa una vez al año a visitar a tu madre. Cuando ella hace la visita, ambas -ella y tu madre- están maravillosamente animadas, se abrazan efusivamente, comparten algunas lágrimas al encontrarse y hablan aparentemente de cosas más importantes que el tiempo, sus equipos deportivos favoritos y su propio cansancio. ¡Y tú las matarías! Parece que en este encuentro de una vez al año tienen algo que tú, que la visitas diariamente, no tienes en absoluto. Pero, ¿es verdad esto? ¿Es lo que pasa entre tu hermana y tu madre en realidad más profundo que lo que ocurre cada día cuando tú visitas a tu madre?
Absolutamente no. Lo que tienen resulta, sin duda, más emotivo y más conmovedor; pero es, al fin y al cabo, no particularmente profundo. Cuando tu madre muera, tú conocerás a tu madre mejor que cualquier otro la conoce, y estarás mucho más cercano a ella que tu hermana. ¿Por qué? Porque a través de todos esos días, cuando la visitabas y parecía que no conversabais de nada más importante que el tiempo, estaban sucediendo bajo la superficie algunas cosas más profundas. Cuando tu hermana visitaba a tu madre sucedían cosas en la superficie (aunque emotiva y afectivamente la superficie pueda parecer admirablemente más intrigante que lo que yace debajo de ella). Por eso las lunas de miel parecen mejores que el matrimonio.
Lo que tu hermana tuvo con tu madre es lo que los novicios experimentan en la oración y lo que las parejas experimentan en una luna de miel. Lo que tú tuviste con tu madre es lo que la gente experimenta en la oración y las relaciones cuando son fieles durante un largo periodo de tiempo. A un cierto nivel de intimidad en todas nuestras relaciones -incluso nuestra relación con Dios en la oración- las emociones y la afectividad (aun siendo maravillosas) vendrán a ser menos y menos importantes, y la simple presencia -sólo estando juntos- vendrá a ser principal. Previo a eso, las cosas importantes estaban sucediendo en la superficie, y las emociones y la afectividad eran importantes; ahora el compromiso profundo está sucediendo bajo la superficie, y las emociones y afectividad retroceden en importancia. A una cierta profundidad de relación, sólo estar presente uno con otro, es lo que resulta importante.
Demasiado frecuentemente, la psicología popular y la espiritualidad popular en realidad no tienen en cuenta esto y consecuentemente confunden al novicio con el iniciado, la luna de miel con la boda, y la superficie con la profundidad. En todas nuestras relaciones, no podemos hacer promesas de cómo nos sentiremos siempre, pero podemos hacer promesas de ser siempre fieles, de dejarnos ver que estamos allí, aun cuando estemos sólo hablando sobre el tiempo, nuestros equipos deportivos favoritos, el último programa de televisión o nuestro propio cansancio. Y eso resulta bien ocasionalmente para caer dormido mientras se está allí; porque, como Teresa de Lisieux dijo una vez: un niño pequeño encanta a sus padres lo mismo estando despierto como dormido, ¡dormido, probablemente más! Se juzga que eso vale también para la oración. Dios no tiene en cuenta si ocasionalmente dormitamos mientras estamos en oración, porque estamos allí y eso es suficiente. El gran médico del alma español Juan de la Cruz nos dice que, mientras nos adentramos más profundamente en alguna relación -sea con Dios en la oración, en la intimidad de unos con otros o con la comunidad por largo tiempo a su servicio- al fin la superficie será menos emotiva y menos afectiva, y las cosas que son más profundas empezarán a suceder bajo la superficie.