Desnudos vinieron al mundo y desnudos continúan yendo. Desnudos amanecen a la luz y desnudos llegan a la oscuridad que les arropa en la noche. Desnudos, bien atados al suelo, caminan en el día mendigando pan, afecto, cobijo, asiento y arrimo. Permanecen silenciosos.

Son como el viento que no puede ser capturado ni enjaulado. No entienden de consumo y opulencias. Su único lenguaje, la libertad; su casa, los tesoros de los caminos; su verdad, el silencio; su dolor, las telarañas que tienen nuestros ojos que nos impide ver que están ahí, que nos hablan, nos llaman, nos interpelan.
¿Aguantamos la mirada?




