
Ser cristiano consistiría en tratar de coincidir con Dios en ese “instinto básico” de simpatía incondicional ante todo lo humano: “Ha aparecido la bondad de nuestro Dios y su filantropía… no por méritos nuestros sino por sola su misericordia.” (Ti 3,4). La filantropía evoca una predisposición “por defecto” de estar a favor de cualquier persona, más allá de sus desvaríos, aciertos, descalabros, heroísmos o mezquindades, con esa mirada de infinito respeto y reverencia que comunican por ejemplo las fotos de Sebastiao Salgado o Gervasio Sánchez .
Doy vueltas a todo esto desde una parada de autobús, y me sobresalta de pronto darme cuenta de que estoy emparedada entre dos anuncios: CK a mi derecha y D&G a mi izquierda. Al mirarlos, se me frena en seco la “simpatía incondicional” y me invaden sentimientos de extrañeza, distancia y “ajenidad”, algo que los antiguos llamaban xenosía (de xenos, extranjero). Miro a sus modelos en posturas inverosímiles, poseíd@s de su belleza, adust@s y hermétic@s, haciendo visible la infelicidad y la estupidez del mundo que representan, ése que, encerrado en su burbuja, se cree el culmen de la civilización mientras impera en él la barbarie de la indiferencia ante lo ajeno. Y me encuentro de pronto presa de la xenosía en vez de la filantropía y escapando de las noticias que me lo recuerdan: huyo para no enterarme de los sueldos de futbolistas y banqueros, de las sobornías y corrupcionosis de los políticos, de la alta cosmética, de los vampiros y los góticos, de la “Trilogía de culto”, de los avatares afectivos de la duquesa de Alba, de las pantallas de plasma, la nouvelle cuisine y la pasarela Cibeles. Y de vivir todo eso bajo las guirnaldas de las calles que alumbran a miles de ciudadanos en paro que ya no pueden pagar la factura de la luz.
Intuyo que voy por mal camino y me agarro como a un salvavidas a la escena del nacimiento, a ver si descubro el secreto de reunir lo aparentemente inconciliable: luz y noche, gloria e intemperie, ángeles y pastores, cielo y tierra, himnos y silencio, Mesías y pañales. Miro a los curritos de siempre desplazándose a merced de un gobernante (¿con túnica a medida regalada como pago de algo?), y al posadero colgando el “Completo” en su puerta, lo mismo que nosotros en nuestras fronteras. Y en medio de todo eso, el anuncio asombroso de que Dios está de nuestra parte, le caemos divinamente, está encantado ser vecino nuestro y da por supuesta nuestra capacidad de cambiar. Y pienso ahora que la verdadera “competencia navideña” es la que nos capacita para vivir a la vez la filantropía y la xenosía, el embeleso y la indignación, la canción y la crítica, el realismo y la esperanza.
Y como nos resulta tan difícil de adquirir, el Evangelio nos señala a la mujer que, en medio de la noche, daba vueltas en su corazón a lo que estaba pasando, reunía lo disperso y concertaba lo discordante (Lc 2,19).Santa María, Experta en Competencia Navideña, ruega por nosotros.
Extraído de Alandar




