Amigos y amigas del alma:
Un gran grito de alegría les ofrezco en esta despedida: a ustedes y a Dios.
Y una profunda gratitud. Toda la música y el color que he vivido con ustedes.
¿Quién es mi madre?, ¿quiénes mis hermanos? Tú mismo, ustedes todos, mis amigos. Los niños de la catequesis, los integrantes de cada uno de los grupos parroquiales. Pero también “esa” prostituta caída en el suelo y despreciada, “aquellos” niños huérfanos en su propia casa, “tantos” enfermos que malviven o se mueren, y no puedo evitarlo; una niña de ocho años violada, “multitud” de ancianos en tanta soledad y “muchísimos” olvidados… Sí, ¿quién mi madre y quiénes mis hermanos? Gracias, Padre Dios, y gracias, pueblo mío, por haberme proporcionado las respuestas: ellos y ellas; los primeros, pero también los segundos.
Bueno, y ya está bien de decir cosas. Todo nos lo hemos dicho, cada día, en esa experiencia de haber vivido unidos.




