El escultor contemplaba un tronco de madera noble que tenía delante y, entornando los ojos, descubrió en él, como al trasluz, una talla perfecta, y luego otra y otra… en un desfile interminable. No eran seres imaginarios, no; eran reales: estaban allí dentro. Su oficio consistiría en rescatar aquellas criaturas liberándolas de su prisión de madera.Pero al tomar la gubia se sintió totalmente paralizado. Desde el corazón de aquel tronco, millones de seres levantaban los brazos clamando por su liberación: salvar a uno era abandonar a muchos, pero no elegir era excluir a todos. ¿Y cómo renunciar a salvar a aquella única criatura que le era posible?…Y sintió un estremecimiento, porque intuyó de pronto que el tronco era su propia vida; las figuras ocultas, los mil posibles modos de vivirla, y que él mismo debía elegir un único destino y tallarlo con sus propias manos.
San Juan de la Cruz, presbítero y doctor de la Iglesia
Mt 17, 10-13. Elías ya ha venido, y no lo reconocieron.