Aprendí de la vida y del sufrimiento

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Testimonio que nos dejó Brisilda unas semanas antes de fallecer a los 62 años. Luchadora incansable por la vida y la justicia.

“Desde pequeña aprendí a valorar la vida y el amor de servicio a los demás, siempre me sentí y me viví acompañada por Dios y por mi fe. Con mis defectos y debilidades he procurado cumplir fielmente los mandamientos, he procurado no dañar a nadie. A pesar de mis años sigo siendo pobre, no tengo ahorro alguno, pero soy inmensamente rica. Entrego a mi hijo y a mi nieto la fortuna mayor que les pueda dejar: Dios mi creador, mi honradez, el amor y respeto con el que he vivido y he luchado para que todas las personas valoraran y alcanzaran su dignidad, el espíritu de superación y el servir a los demás sin esperar recompensa, la igualdad de los seres humanos, la lucha contra toda injusticia. He sonreído a las adversidades que la vida me ha traído; no me he dejado vencer. Mi alma no se ha quebrantado ante las adversidades. Todo esto lo aprendí de la vida y del sufrimiento por las enfermedades que he padecido y padezco. Mi victoria es mi fe en Dios.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.En 1984 luché contra unas graves dolencias. Anteriormente había sufrido de amigolalitis. Fui apeada del trabajo, intervenida por costilla cervical que me presionaba la base del cerebro quedando inmóvil mi brazo izquierdo. Recuperé el movimiento en pocos meses. La toroplasmosis me mantuvo en cama mucho tiempo, y ahí comenzó una pelea fuerte con los ganglios linfáticos, la anemia permanente tratada por la oncóloga Clara Huarte, hasta la fecha aliada permanente. En 1990 tengo el primer infarto; luego otro y otro. El cardiólogo Velásquez y mi médico de cabecera Francisco Somoza se sorprenden de la intensidad del primero y mantenerme aún viva. Sólo un milagro era la respuesta. En 1995 mi corazón vuelve a debilitarse, viajo a EEUU y los médicos me declararon paciente no apto para intervención quirúrgica ya que mi ventrículo izquierdo está en muy mal estado. No me doy por vencida y mi médico se pone en contacto con la clínica de Bogotá (Colombia) para practicar un cateterismo. A principios del 95 ingreso de inmediato en dicha clínica y tres días después me declaran también paciente no apto para la operación. Me resisto a creerlo e insisto en que me operen. Es tanta mi insistencia, que al quinto día el caso es nuevamente tratado en junta de médicos y, por la noche, se me notifica que el doctor Néstor Sandoval, jefe del equipo de cardiología, me operará.

Soy la primera en firmar y asumir los riesgos de la operación. Lo hace después mi familia. Se me prepara física, psicológica y espiritualmente para la operación. La cirugía duró muchas horas. El resultado fue un éxito. Me colocaron válvulas y dos bypass. Sigo viviendo por la gracia de Dios y la profesionalidad de los médicos.

En el 2003 de nuevo mi corazón reclama más atenciones, más vida. De nuevo mi familia y los médicos se vuelven incrédulos y piensan que no voy a poder superar otra operación. Viajo de nuevo a la clínica de Bogotá. Sólo un médico apoya mi operación, el doctor Héctor Francisco Somoza. Ingreso el 30 de Julio de 2003. Valoran mi cuadro clínico y descubren una complicación renal que requiere un tratamiento intenso por una semana. Mi amigo médico Guillermo Madariaga no se separa de mí; le brinda apoyo a mi hijo y a mi hermana porque piensan que de esta ya no iba a salir. Tras la intervención paso días muy críticos, los supero, se reconstruyó la válvula mitral, se puso otra válvula tricúspide seccionándome el corazón. Nuevamente los médicos se sorprenden y yo vuelvo a creer en el milagro que Dios hace con mi vida. Continúo viviendo con más secuelas, con complicaciones severas en el hígado, el riñón y tiroides.

Durante todos estos años no he dejado de trabajar; la enfermedad no ha sido un obstáculo. Como abogada me enfrento cada día a mi trabajo por hacer justicia, por combatir la injusticia de la propia justicia. Me desvivo por la defensa de la dignidad del hombre; lucho con todas mis fuerzas, siempre lo he hecho, por el pobre ante el daño que sufre del fuerte.

Por el ejercicio de mi vocación no todos me miran bien. La defensa de los más débiles me ha traído muchos problemas. También he recibido muchas muestras de cariño, apoyo y palabras que animan y levantan mi vida. Guardo en mi corazón expresiones como: ¡Cómo la ama Dios! ¡Usted es un milagro! ¡Cómo ama la vida! Y mi respuesta siempre ha sido: “Señor, yo soy tu hija amada. Revélame qué quieres que haga”. Créame, amo la vida, soy feliz, no temo a la muerte, pienso que estoy preparada para recibirla. Sólo le pido a Dios que me dé la oportunidad de no dejar problemas a los míos. El jueves 22 de Junio de 2006 recibí una gran alegría: la visita del P. Salvador con dos hermanas de mi comunidad parroquial. Oramos juntos, confesé y comulgué en el Señor. Recibí la fuerza que necesitaba para ir por la tarde a defender al joven Servir Castro Barraloga que estaba preso hacía ocho años por un delito que no cometió y de quien hicieron perdidizo un expediente que a la fecha nunca apareció. Pienso que es porque no querían pruebas de las atrocidades e injusticias de la justicia, pero mi deber estaba ahí, al lado del necesitado, de la verdad, de lo justo y lo legal. Mientras tengamos fe y amemos a Dios sobre todas las cosas, andaremos el camino recto y veremos las promesas del cielo”.

    (Brisilda Robles Fúnez vio el cielo abierto de par en par y vive ya en él por años sin termino desde el 8 de Agosto de 2006. Descansa ya en la paz de Dios contemplando eternamente la luz de su rostro).     

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