Alberto Ramón

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Al pedirme los dirigentes de “Ciudad Redonda” un testimonio personal sobre el sacerdocio en este año sacerdotal, se amontonan en mi mente y en mi corazón toda una serie de vivencias muy personales que paso a enumerar:

1) Me ordené sacerdote (“Me recibí de sacerdote” diría a la gente en mi segunda patria, el Paraguay) el 29 de junio de 1975, en un pueblito fronterizo entre Aragón y Castilla: Ariza. Pero la ordenación sacerdotal en mi caso tuvo otro cariz distinto de mis otros tres compañeros: hacía dos meses que había fallecido mi madre. Y si, para todos, el acontecimiento de la ordenación sacerdotal era motivo de mucha alegría, en mí se juntaba la lógica alegría de la consagración sacerdotal y el pesar por la ausencia de mi madre, quien con más interés y mimo sembró en el corazón de sus hijos el deseo de que uno de sus hijos pudiera consagrarse al Señor. Recuerdo de ese día, que me comprometí a vivir mi sacerdocio en una imitación al sacerdocio de mi madre, en todo momento entregada, como Jesucristo sacerdote, a la vocación de su vida: el matrimonio, la familia. En mi caso la vocación era una entrega total a esta gran familia que formamos la Iglesia, concretizada en la comunidad en la que tuviera que trabajar.

2) Ya antes de mi ordenación, había conocido a un sacerdote claretiano, que trabajaba en Brasil, y con el cual hablé como para ir a trabajar con él después de la ordenación sacerdotal. Pero el fallecimiento de mi madre cambió todos los planes porque me pareció mal el decir en mi casa que me iba lejos, y dejar un poco desamparada la situación de mis hermanos, todos menos uno menores que yo. De esa manera mis primeros trabajos sacerdotales se realizaron en el seminario menor de Calatayud. Cuando ya pasaron tres años de mi ordenación, recuerdo que hubo una petición de voluntarios para ir a fundar una Misión Claretiana en Paraguay, concretamente en un pueblito, en aquel entonces de menos de mil habitantes, llamado Yhú. Era el día del DOMUND, en octubre, con los ecos en el corazón de la fiesta de S. Antonio Mª Claret. Pensé que si somos Misioneros, y así nos quiso nuestro Fundador, no estaría mal el ofrecerme para ser Misionero, en una nación sudamericana en la que todavía no estábamos presentes los claretianos. Recordé también lo que pedí a Dios Nuestro Señor en mi primera misa, y que siempre lo tengo presente, “que nunca me acostumbre a ser sacerdote”, que nunca el sacerdocio sea en mi una rutina, algo hecho sin corazón.

(JPG) 3) De esta manera me tenéis en Paraguay en una tarea nueva que nunca hasta entonces había realizado: trabajar en una parroquia, y en una parroquia rural. Miro atrás y ya han pasado 31 años. Estamos casando a los que bautizamos en aquellos primeros años. Las cosas de Dios no se miden según la medida de la eficacia humana. Pero tenemos una inmensa satisfacción: Cuando las cosas eran difíciles, en la dictadura del Gral. Stroessner, hemos trabajado codo con codo con los campesinos y hemos logrado la titulación de la tierra en propiedad para unas 10.000 familias. De tal manera que, de lo que era antiguamente nuestra parroquia, con latifundios improductivos, han salido cuatro nuevos distritos conseguidos, no solo por el aumento normal de la población, sino por el traslado a estos latifundios, conseguidos para los campesinos, de numerosas familias afincadas en otros departamentos del Paraguay. Atendemos actualmente, y después de desprendernos de otros distritos nacidos en nuestra parroquia por la consecución de tierra para los pobres, a unos 100 poblados rurales, todos organizados en lo religioso con catequistas que dirigen y forman a la comunidad.

4) No podemos quedarnos contentos con lo que ya hemos conseguido. Nacen y crecen nuevas generaciones de personas que han de mantener en alto la luz de la fe y deben seguir creciendo más y más en su vida cristiana. Además la pobreza no se ha alejado de nuestras familias. El tener un pedazo de tierra, para el trabajador asegura el alimento de cada día, pero la crisis mundial y el egoísmo de los políticos y poderosos empuja más y más hacia la pobreza a nuestras familias. Yo, nacido en la ciudad, no tengo conocimientos como para hacer más productiva la labor de los campesinos, pero en nuestro equipo claretiano tenemos una persona, sacerdote también, y campesino, que está trabajando con los que quieren progresar en las tareas agrícolas. Si antes se podía comprender que una familia campesina trabajase fundamentalmente para su sustento, hoy en día, que incluso en el Paraguay, hay más familias que viven en la ciudad que las que viven en el medio rural, sería un pecado contentarse con una agricultura solo para el sustento de la familia, sin tener en cuenta que hay que producir también para las familias que no pueden cultivar porque viven en la ciudad, y ellos nos consiguen otras mejoras en nuestra vida. Es un pecado actualmente hacer trabajar al campesino casi con las uñas porque nuestros campesinos la única maquinaria que tienen es un machete y una azada, los más pudientes una yunta de bueyes para arar. Ese es nuestro trabajo y nuestra preocupación, además de la formación cristiana de las comunidades.

5) Para terminar, hay que decir que lo que asegura el Señor a sus seguidores de tener cien veces más padres y madres y hermanos y tierras, es cierto. Es mucho más lo que hemos recibido que lo que hemos podido dar. La gente paraguaya es hospitalaria, generosa, comparte lo que tiene y se hace querer. Hemos recibido el dulce idioma guaraní, necesario para comprender el alma del pueblo paraguayo y de gran parte de las gentes de Brasil hasta Venezuela: muchos de los nombres toponímicos de estas naciones descienden del idioma de los nativos guaraníes. Hemos recibido la satisfacción de ser sacerdotes, porque la gente nos quiere en nuestra vocación y nos valora en ella. Creo que hoy en día es más difícil ser sacerdote en España que en nuestras comunidades del Paraguay. No obstante, hay una tarea que nos concierne a todos. La Iglesia Latinoamericana, desde la reunión en Aparecida el año 2008 nos pide a todos ser discípulos y misioneros de Jesucristo. Y esa es la tarea a suscitar porque con el progreso material, avanza también el materialismo y la increencia. Y se ahoga, por un lado, la fraternidad, por la codicia, y la fe por el materialismo. Esa es nuestra apasionante y dolorosa tarea por ahora: procurar que tantos esfuerzos realizados en la siembra no queden en una cosecha pobre y baldía.

Alberto Ramón.

    

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