Abba, Padre

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ABBA, PADRE


    Jesús se refirió a Dios como «Padre». Pero esto es difícilmente original. En multitud de religiones, se apela a la divinidad como padre de los humanos. Según G. Schenk, «La Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.invocación de la divinidad bajo el nombre de padre pertenece a los fenómenos primordiales de la historia de las religiones». Contrasta esta afirmación global, referida a las religiones del mundo, con el hecho de que «el Antiguo Testamento es muy reservado en el uso de esta designación de padre en relación con Yahvé». Esta reserva se explica como reacción contra el uso de la imagen del dios padre por los pueblos cananeos, vecinos y enemigos de Israel. La expresión «padre» aplicada a Dios traía un eco de representaciones míticas que los profetas rechazaban decididamente. La Biblia Hebrea evita la metáfora «Padre» para prevenir el deslizamiento hacia formas de comprender a Dios propias de sus vecinos paganos.

    A los profetas les interesa enfatizar que el Dios de los judíos es trascendente y no se confunde con las realidades de este mundo. Pero esta prevención no implica que la imagen de Dios Padre esté ausente de la Biblia Hebrea. El profeta Jeremías escribió: «Y me decía [Dios]: Me llamarás ‘Padre mío’ y no te volverás de detrás de mí» (3,19). E Isaías: «Tú, YHWH, eres nuestro padre» (63,16). En el Salmo 103, leemos «Como un padre tiene compasión con sus hijos, así YHWH se compadece de los que le temen» (Sal 103,13). En la oración Shemoneh Esreh, una plegaria judía que aún hoy se recita en las sinagogas, podemos leer: «Perdónanos, Padre nuestro, porque hemos pecado, perdónanos, Rey nuestro, porque hemos cometido falta. Porque tú eres Dios bueno y perdonador. Bendito eres, YHWH, misericordioso y rico en perdón». Es claramente injusto el estereotipo que ha contrapuesto el «Dios cercano» de los cristianos y el «Dios lejano e innombrable» de los judíos.
Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.
    Si bien en el uso de la imagen de padre para referirse a la divinidad, Jesús no fue original, sí lo fue en el modo directo con el que se dirigió a Dios llamándole «Abba». No existe en la literatura judía un ejemplo semejante de alguien que haya llamado a Dios así. Pero incluso esta peculiaridad ha de entenderse dentro de una imagen de Dios que era compartida en muchos de sus rasgos por contemporáneos judíos. Sin el marco que ofrece la religión de Israel, ni Jesús ni el cristianismo serían comprensibles.

    El origen y significado de la palabra «Abba», tal como fue empleado por Jesús y por el cristianismo primitivo, ha hecho correr ríos de tinta. Este debate se sustenta, en realidad, en sólo tres textos del Nuevo Testamento, dos en las cartas paulinas (Gal 4,6 y Rom 8,15) y una en el Evangelio según San Marcos (14,36), los únicos lugares en los cuales puede encontrarse este término.

    Se ha convertido en lugar común la idea, popularizada por Joachim Jeremias, de que la expresión «Abba» tendría su origen en el lenguaje infantil. Según esta interpretación, «abba» sería el equivalente al castellano «papá» o «papi». El mismo Jeremias abjuró más tarde de esta posición considerándola «un caso de inadmisible ingenuidad», pero el error continuó extendiéndose. No existen argumentos serios que fundamenten esta forma de traducir el término. Por el contrario, pueden aducirse evidencias textuales del uso de «Abba» por adultos en documentos judíos antiguos, como el Targum.

    Es un producto de la imaginación moderna la idea de que Jesús se dirigió a Dios como un niño a su padre a través del uso de una palabra proveniente del lenguaje infantil. «Abba» es sencillamente el vocativo de «Ab» (padre), un término usado por igual por adultos y niños, que no denota de por sí una especial intimidad o ternura, mucho menos un matiz infantil. Abba no es papá, y menos aún, papi.

    Jesús utilizó, entre otras metáforas la de «padre» para referirse a Dios, con esto no aportó nada radicalmente nuevo que no fuera de uso en las religiones de la humanidad en general o en la suya, el judaísmo, en particular. Lo original de Jesús fue el modo en que fue dibujando una imagen de Dios a través del uso de ésta y otras metáforas. En sus parábolas, Jesús narra un padre bien distinto de los padres de su cultura patriarcal. Quizás ninguna resulta más ilustrativa que la que se nos presenta en el relato, así llamado, del hijo pródigo (Lc 15,11-32).

    En esta historia, el menor de dos hermanos pide a su padre «la parte de la hacienda que me corresponde». En aquella sociedad, igual que en la nuestra, los hijos no se repartían los bienes paternos en vida, sino a su muerte, como herencia. Pero Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.este padre, contra toda expectativa, distribuye su herencia en vida al hijo que se lo pide. Lo que viene a continuación es más previsible. El joven que se ve de pronto en posesión de una fortuna lo malgasta irresponsablemente y se queda al poco tiempo sin nada. Luego llega la penuria, y entonces, -la narración deja claro que lo que le motiva es el hambre, no los sentimientos más nobles- decide volver a casa. En el camino, prepara el discurso del reencuentro: «Padre, he pecado contra el cielo y ante ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno de tus trabajadores» (Lc 15,18-19).

    El verdadero momento de la sorpresa llega ahora, en el desenlace de la parábola: el padre, verdadero protagonista del relato, hace algo que en el contexto sociocultural de Jesús y sus oyentes resultaba chocante: corre, se echa sobre cuello de su hijo y lo besa (15,20). Correr y tener tales efusiones de afecto fuera del ámbito de la casa era un comportamiento impropio, vergonzante para un patriarca de aquella cultura. El padre del hijo pródigo se comporta como una madre. – «¡Qué vergüenza!», exclamaría un defensor del orden establecido – Y, sin embargo, millones de hombres y mujeres de aquella cultura y de muchas otras se han conmovido hasta las entrañas al escuchar este relato de Jesús.

    REYES y padres eran las figuras de autoridad por excelencia en el mundo antiguo. En las sociedades grecorromanas, como en la mayoría de las sociedades de la era preindustrial, las dos instituciones básicas eran la casa o familia (oikós en griego) y la ciudad (polis en griego), que cumplía con las funciones del estado. Esto marca una gran diferencia con respecto a las sociedades modernas. En nuestro mundo actual hay una gran variedad de instituciones además de la familia y el estado, que constituyen el denso tejido de la sociedad civil, entre las que juega un papel fundamental la empresa.

    La mayoría de los ciudadanos adultos de las sociedades modernas pasan la mejor parte de sus días en empresas, y a ellas dedican gran parte de sus energías. No era así en la época grecorromana. El término «economía» (norma –nomos- de la casa -oikós-) da testimonio de cómo en el mundo antiguo, el proceso productivo se realizaba en la familia. En aquella sociedad, el paterfamilias era el jefe del ámbito laboral, como lo es hoy el director o superior jerárquico en la empresa.

    La paternidad, que es en nuestros días una función sobre todo afectiva y al margen del trabajo productivo, era en aquella época una función, ante todo, de poder. El padre organizaba el trabajo y exigía obediencia. Podía en el caso del derecho romano administrar justicia a los miembros de su casa, incluida la aplicación de la pena de muerte. El «padre» de la antigüedad no es el «papá» de la familia de la era posindustrial.

    Llamar a Dios «rey» y «padre» es reconocer la autoridad de Dios. En esto Jesús fue muy poco original. Cualquier religión que se precie afirma que la divinidad es una fuerza superior con autoridad sobre los humanos y la realidad. Lo peculiar de Jesús fue el modo en que presentó a este padre y rey. Jesús ofrece una imagen del poder de Dios que subvierte las imágenes humanas del poder. Dios es poderoso, incluso Todopoderoso, pero no ejerce su poder al modo de los poderosos de la tierra. Jesús invita a sus discípulos a convertirse por su comportamiento en metáforas vivas de este otro poder:

    «Sabéis que los que son reconocidos como gobernantes de los gentiles se enseñorean de ellos, y que sus grandes ejercen autoridad sobre ellos. Pero entre vosotros no es así, sino que cualquiera de vosotros que desee llegar a ser grande será vuestro servidor, y cualquiera de vosotros que desee ser el primero será siervo de todos» (Mc 10,42-44)

    Jesús no dice que Dios es padre para hacernos entender que Dios nos ama como nos ama nuestro padre. Justo al contrario, lo hace para decirnos que Dios nos ama en un modo en que los padres no se atreven a amar en una cultura patriarcal. Jesús anuncia la llegada del Reino de Dios no para decirnos que Dios ejerce el poder como lo haría un rey, sino justo al contrario, para subvertir el modo en que gobiernan los poderosos de la tierra.

    Dios es llamado «Padre» no sólo ni fundamentalmente para ofrecer una imagen cercana y cariñosa de Dios, sino sobre todo para subvertir lo que la cultura patriarcal entiende por paternidad. Esto explica, al menos en parte, por qué Jesús prefirió la imagen de «padre» a la de «madre» para referirse a Dios: quería poner en cuestión el poder, un atributo paterno y no materno en aquella cultura. Que Jesús no comenzara su oración con «Madre nuestra que estás en los cielos» no es ni mucho menos una prohibición del uso de imágenes femeninas para referirnos a Dios. El uso de invocaciones a Dios en femenino puede dar continuidad a intuiciones profundas del Evangelio.

    Las parábolas de Jesús son expresiones de este poder alternativo, metáforas que hacen intuir la verdadera naturaleza del poder Dios, que no se impone jamás. Abren la puerta a un ámbito en el que el amor, lejos crear dependencia, es fuente de libertad. En palabras del biblista español Rafael Aguirre, «el Reino de Dios es oferta desarmada a la libertad humana».

(El artículo es más largo. Se puede encontrar en la Revista)

    Alberto de Mingo en Misión Joven 372-373