05. Rumor de Dios

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Me atreveré a decir que del Espíritu sé, ante todo, por su «ausencia», aunque inmediatamente tengo que añadir que esa ausencia es mía y no de Él. Está en mí y vivo como si estuviera lejos. Ni sé adivinar su presencia ni sé discernir su acción. «No os dejaré solos», dice Jesús (Jn 14,18). Y sin embargo, una y otra vez, siento esa soledad que es al mismo tiempo deseo y ausencia del Padre y de su Cristo, a los que el Espíritu revela en el corazón del hombre. Es como sí me faltara ese Aliento, esa Fuerza que recrea y vivífica, que libera de todos los miedos y hace testigos.

Dice San Agustín que el Espíritu Santo es «más íntimo a nosotros que nuestra propia interioridad». Y me pregunto si no será esta la razón de mi no sentir/no saber del Espíritu. Si ni siquiera he tocado mi propia interioridad, ¿cómo voy a sentirme alcanzado por aquel que habita en lo más íntimo de mí ser? Espero -en una esperanza activa- y pido que sea Él quien me revele su presencia y al mismo tiempo, me revele mi propio yo. Él me dará la experiencia más auténtica de mi mismo.

Por eso, hoy, mi relación con el Espíritu es ante todo de súplica (¡Ven Espíritu divino!) y de búsqueda. Una búsqueda, lo confieso, constantemente interrumpida por otros afanes y constantemente reiníciada. Estoy dominado por flaquezas que hacen muy difícil el conocimiento y la experiencia del Espíritu… Comprendo por qué no llega la transformación de mi vida, por qué me resulta difícil amar, por qué camino y me entrego sólo a golpes del corazón.

Pero sé (así ¡o cree mi fe y ¡o canta mi corazón) que el Espíritu no está lejos de mí en ninguna ocasión, ni siquiera en mí pecado. Sé que el Espíritu trabaja calladamente mi espíritu y mi barro. ¡No han faltado horas en que me he sentido recreado! Sé que gime en mí, por mí y conmigo anhelando mí plena libertad… Por eso no me siento desgraciado, sino hijo y amado. Puedo decir «Papá» y sentir el eco del Eterno en mis entrañas y el abrazo de este Padre en mi propia carne. Tengo sed de Dios, sed de vida…, aunque con frecuencia -¡tan torpe soy!- dedique más tiempo y pierda más vida en otros deseos.

Sí, creedme, en alguna ocasión, al menos un instante, me he sentido aviento en el Viento», «brasa en el Fuego», «agua en el Manantial»… Y, si repaso mi vida, descubro que en los momentos de mayor oscuridad, debilidad o abatimiento, he recibido una fuerza que bien sé yo que no era mía.

Vacía, tantas veces, el alma
como un cántaro vacío,
se apagan la ilusión y las preguntas,
se rompe la esperanza…
Llegan entonces, la noche y la tristeza
y dejan su huella en nuestra carne:
rondan los miedos y las dudas…
Pero vienes Tú, Espíritu de vida,
azul de Dios en nuestra alma oscura,
y enciendes con tu gracia encantadora
el hogar del mundo…
La casa vuelve a estar caliente,
hay rumor de Dios en cada pequeño espacio,
se reúnen los hermanos
y otra vez los sueños encuentran su lugar
en el inquieto corazón del hombre.