Mi más fuerte experiencia del Espíritu comenzó con un hecho concreto: una noche tuve la experiencia viva de mi muerte -en aquel momento creí que física-. Y vi mí vida entera completamente vacía. Me presentaba ante Dios con las manos vacías. No había nada que me justificara ante Él. Con enorme violencia rechacé aquella imagen de mí mismo. Tantos años de vida religiosa, de sufrimientos y cumplimientos, de formación y ascesis y hasta los primeros años de sacerdocio vividos con mi mejor voluntad y esfuerzo y ¡no tenia nada! Protesté por dentro.

Mi experiencia del Espíritu Santo es el amor con que Dios ama a los pobres: «nos amó cuando éramos pecadores». De aquí nació una misión nueva y un nuevo modo de evangelizar. Y la primera fotografía de Dios hecho hombre, que nos enseñó a ser hombres ante Dios, iluminó toda la Escritura para mí: el nuevo Adam, Cristo, es el hombre que no se oculta con apariencias ni ante Dios ni ante los hombres porque sabe que es amado como es.




