Ante la muerte del esposo y padre

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Todos los días "se" muere la gente. Lo sabemos de sobra. Pero no nos afecta mayormente. El "se" es un impersonal. Con la gente que "se" muere no hemos tenido relación. Un filósofo decía que lo que nos afecta de la muerte es que también muere la gente que amamos. Y con ella morimos también un poco nosotros. Muere nuestra pertenencia. Y "se nos muere" aquél con quién habíamos hecho un proyecto común, que queda truncado. La horfandad hace presa en la vida. Esa vida que Dios ama y que no va a dejar que se la trague el abismo.

Querida familia:

A través de estas líneas quisiera que os llegara todo el cariño que os tengo y toda la cercanía que en mí se suscita en estos momentos para todos vosotros. Quisiera haceros presente todo mi apoyo y solidaridad, y manifestaros que estoy a vuestro lado en todo momento.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos. El cariño que os tengo me ha hecho vivir estos días profundamente entristecido por lo ocurrido. Todo ha sido tan inesperado para mí como para vosotros. Me ha hecho pensar y reflexionar. Me ha llegado al hondón del alma. Y me he preguntado qué es lo que Dios quiere de nosotros en estos momentos. No he podido despejar todos los interrogantes que iban apareciendo a medida que avanzaba la reflexión. Me he convencido de que la vida y la muerte son un misterio tremendo imposible de desvelar hasta el fondo. Me he convencido de que en la vida y en la muerte de las personas queridas siempre hay más preguntas que respuestas. En este sentido, mi capacidad de comprender no encuentra reposo y me percibo como un niño ante un rompecabezas que no sabe descifrar.

De todas formas, reconozco que mi capacidad de comprender no es mi única capacidad. Más importante que mi capacidad de comprender es mi capacidad de amar y de esperar. Y ante la muerte inesperada y trágica de tu esposo, vuestro padre y mi amigo entrañable lo que más me importa es que se acreciente mi capacidad de amar y de esperar. No tengo que aguardar a que se resuelvan todas mis preguntas para poner a contribución todo ese potencial que anima mi vida, desde la fe, en la esperanza y en el amor.

En la última carta que me escribió -que he recibido después de la noticia de su muerte y que creo que es la última que ha escrito- me habla de la muerte de su padre, de su hermano y de su hermana. De cómo trató de ayudar a quienes quedaban aún en este mundo con amor y solidaridad, en medio de sus dificultades. Ese amor y esa solidaridad no mataron en él el dolor de la ausencia, pero dieron sentido a su dolor. Os voy a copiar un párrafo de su carta:

"Primero me dejó mi padre. En la cercanía de su muerte quiso que fuera su amigo y Dios sabe que siempre lo fui. Me hizo ser su hijo predilecto al decirle a mi madre que en mí descansaría. Que yo sería su proyección. Se me hace un nudo en la garganta y se me han nublado los ojos en lágrimas de afecto y de nostalgia. Lo recuerdo mucho, porque lo quiero más.
Al cabo de algún tiempo fallece mi hermano mayor, quien también en sus últimos días acudió a mí por ayuda. Gracias a Dios aún no tenía problemas y pude brindarle lo que él de mí precisaba.
Luego este año, cuando tenía todos mis tormentosos problemas, viene lo de mi hermana con la que yo tenía mucha afinidad. También recurrió a mí por ayuda y consejos. Imagínate. El árbol con más sombra dando ayuda. Pero lo hice, pues Dios sabía que en mi flaqueza aún tenía fuerzas y amor para hacerlo.
A veces, por la noche, cuando antes de dormirnos hacemos nuestra oración diaria, veo y siento sus cuerpos desnudos, fríos y pálidos. No me molesta en absoluto. Pero sí sufro mucho por su ausencia, aunque sé que pronto estaremos juntos".

Estas últimas palabras parecen un presagio. Pero para mí lo importante no es eso. Lo importante es que en medio del dolor, él no se preguntó sólo con la cabeza: no se preguntó simplemente por qué habían muerto estos seres queridos para él, o por qué le habían dejado en ausencia y orfandad. Se preguntó con el corazón: se preguntó qué es lo que tenía que hacer para manifestar el amor que de ellos había recibido, después de que "tanto a mi padre como a mis queridos hermanos Dios me ha enviado la piadosa misión de vestirlos en su lecho de muerte". Y de su corazón salió la respuesta de solidaridad y amor, que fue capaz de dar sentido a su dolor. Y, por eso, me contaba con orgullo que "prueba de ello es que (mi padre) me legó en vida un crucifijo con un Cristo de madera, que en su familia se viene transmitiendo de generación en generación".

La carta de mi amigo -que ha sido vuestro esposo y padre- me ha enseñado, una vez más, que la herida del dolor sólo se cura con el amor, la cercanía y la solidaridad. Que si el dolor nos desconcierta, el amor nos clarifica. Que si la ausencia nos produce nostalgia, el amor nos sana y hace que sigan en presencia los ausentes.

El amor tiene futuro. El amor tiene mañana. El amor no pasa nunca. La última palabra no la tiene la destrucción y la muerte. La última palabra la tiene el amor y la vida. La tiene Dios que es el garante de que nuestra esperanza no queda vacía y ajada, porque Dios es amor. En Él confiaba vuestro esposo y padre, cuando decía que "sé que pronto estaremos todos juntos". Lo de menos es el tiempo que tardemos. Lo de más es que va a ser así, precisamente porque el amor tiene futuro y la solidaridad también. Tienen futuro: el futuro con el que Dios llena de gracia nuestras vidas.

Si a mí me sale la tristeza por todos los poros, imagino cuánta no os saldrá a vosotros. Es la tristeza de la ausencia recién estrenada. Pero, vosotros y yo, tenemos la misión de cambiar nuestro traje de luto por el de danzas de fiesta, que celebran el amor que transformó su vida y que es capaz de transformar también las nuestras. Si su muerte nos ha llenado de tristeza el alma, que la esperanza de la resurrección nos impulse con más fuerza a vivir el amor y la solidaridad, como le ocurrió a él de cara a la muerte de sus seres queridos. Sigamos sus huellas. Continuemos su causa. Proyectemos su presencia entre nosotros, viviendo en amor y solidaridad. Imagino que esto es lo que Dios quiere en estos momentos de vosotros, de mí y de todos los que hemos compartido la vida con él.

Mi oración ahora va dirigida a Dios por vosotros. Esta oración tiene un intercesor: el que fue tu esposo y vuestro padre. Seguro que él se va a seguir ocupando de quereros desde ese lugar definitivo en que se ha situado.

Un fuerte abrazo que exprese toda la ternura que siento ahora por todos vosotros, a quienes considero mi familia.