Si Jesús sabía que Judas iba a traicionarle, ¿por qué lo mantuvo hasta el fin en el círculo de sus más allegados?

25 de febrero de 2008
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Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.

    Entre los numerosos discípulos que le seguían, Jesús designó a doce de ellos para que estuvieran más cerca de él, para compartir y continuar su misión. No instituyó el grupo de los doce apóstoles a la ligera, sino después de rezar toda una noche.

    Sin embargo, en un momento dado, Jesús se da cuenta de un cambio radical en Judas, uno de los doce. Jesús comprendió que Judas estaba desligándose de él interiormente, e incluso que iba a «entregarle», como dicen los evangelios. Según el evangelio de Juan, ya en Galilea, mucho antes de los acontecimientos de Jerusalén que acabarían en la cruz, Jesús comprendió lo que estaba pasando (Jn 6,70-71). ¿Por qué entonces no alejó a Judas de su entorno, por qué lo mantuvo junto a él hasta el fin?

    Una de las palabras que Jesús utiliza para hablar de la creación del grupo de los doce apóstoles nos da una pista: «¿Acaso no he sido yo quien os elegí, a vosotros Doce?» (Jn 6,70; ver también Jn 13,18). El verbo elegir o escoger es una palabra clave en la historia bíblica. Dios eligió a Abrahán, eligió a Israel para hacer de él un pueblo. Es la elección de Dios la que constituye al pueblo de Dios, al pueblo de la alianza. Lo que hace inquebrantable la alianza es que Dios elige amar a Abrahán y a sus descendientes por siempre. El apóstol Pablo comentará: «Los dones y la llamada de Dios son irrevocables» (Rm 11,29).

    Puesto que Jesús eligió a los Doce como Dios eligió a su pueblo, no podía despedir a Judas, incluso cuando comprendió que iba a traicionarle. Sabía que tenía que amar hasta el fin, para testificar que la elección de Dios era irrevocable. Los profetas, en particular Oseas y Jeremías, hablaron en nombre de un Dios herido y humillado por las traiciones de su pueblo y que, sin embargo, no deja de amar con un amor de eternidad. Jesús no quería ni tampoco podía hacer menos: humillado por la traición de uno de sus íntimos, no dejará de demostrarles su amor. Rebajándose ante sus discípulos para lavarles los pies, se hizo servidor de todos, también de Judas. De un modo muy particular, Jesús da un pedazo de pan compartido: parcela de un amor ardiente que el discípulo se llevó en su noche (Jn 13,21-30).

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.    Si quería ser fiel a su Padre – al Dios que había elegido a Abrahán y a Israel, al Dios de los profetas – Jesús no podía actuar de otro modo, tenía que mantener a Judas junto a él hasta el fin. Jesús quería a Judas incluso si éste se encontraba enteramente envuelto por las tinieblas. «La luz brilla en las tinieblas» (Jn 13,31). En la noche más opaca  del resentimiento y del odio, Jesús manifiesta el resplandor inaudito del amor de Dios.

¿Por qué los evangelios son tan discretos respecto a los motivos de Judas?

    Sorprende que los primeros cristianos no hubieran silenciado el hecho de que uno de los doce apóstoles entregó a Jesús a las autoridades hostiles. Porque este hecho pone en duda a la persona misma de Jesús: ¿se había equivocado en la elección de sus compañeros? Pero resulta del mismo modo sorprendente que los evangelios no digan casi nada sobre los motivos de Judas. ¿Se decepcionó al comprender que Jesús no era un mesías con un programa de liberación política? ¿Pensaba actuar en interés de su pueblo poniendo fin a la carrera de Jesús? Algunos supusieron que actuaba por el afán de lucro; otros, al contrario, que era por amor, para ayudar a Jesús a dar su vida…

    Respecto al porqué del actuar de Judas, solamente existe en los evangelios dos indicaciones. Una es la evocación del diablo: fue él quien «puso en el corazón de Judas el proyecto de entregarlo» (Jn 13,2). Pero ello hace aún más denso el enigma. El diablo, Satanás, es aquel que se opone, reprocha, calumnia. Jesús percibe el resentimiento que surgió en el corazón de Judas y que se arraigó hasta un punto sin retorno. Pero sobre el porqué, ni una palabra, ni siquiera una alusión.

    La otra indicación es la referencia a la Sagrada Escritura. Sobre el tema de la traición de Judas, Jesús dice: «para que se cumpla la Escritura: Aquel que come de mi pan levantó su talón contra mí» (Salmo 41,10 citado en Jn 13,18). Hay que comprender claramente cuál es el sentido en los evangelios de esta referencia en la Sagrada Escritura. No se trata de un guión que determinaría de antemano el papel de cada actor. Quien lee atentamente la Biblia sabe muy bien hasta qué punto propone opciones y pone a cada uno delante de sus responsabilidades.

    Citando el versículo del salmo: «El que compartía mi pan ha levantado contra mí su talón», Jesús no afirma que Judas no podía actuar de otro modo, sino que Dios sigue siendo el autor principal de lo que está aconteciendo. Está el drama de la traición, y al mismo tiempo es Dios quien está obrando. Porque si lo que Judas está haciendo hace que se cumpla la Escritura, significa que, de una manera misteriosa, el proyecto de Dios se realiza, Dios cumple su palabra (Isaías 55,10-11). La referencia a la Escritura permite creer en Dios incluso en la noche, incluso cuando lo que ocurre resulta incomprensible.

    Si el resentimiento y el odio de Judas siguen siendo incomprensibles, el amor de Jesús «hasta el fin» está aún más allá de toda comprensión. Los evangelios son muy discretos respecto a los motivos de Judas, pues no quieren satisfacer nuestra curiosidad, sino conducirnos a la fe. No desvelan el abismo de tinieblas del drama de Judas, sino que revelan la insondable e incomprensible profundidad del amor de Dios.

Taizé