Malos pensamientos

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Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Alguien se mofó una vez de que pasamos la primera mitad de nuestras vidas luchando con el sexto mandamiento –No cometerás adulterio- y la segunda mitad, luchando con el quinto –¡No matarás!-. Aquí hay una verdad digna de examinar.

En el Catolicismo en que crecí, había un fuerte énfasis sobre el sexto mandamiento. El sexo y los asuntos relacionados con el sexo fueron marcados como particularmente llamativos en cuestión de comportamiento pecaminoso.  Todo sexo fuera del matrimonio era visto pecaminoso, pero así era también el hecho de fantasear sexualmente. Si entretenías fantasías sexuales, eras requerido a confesarlas a un sacerdote en el sacramento del perdón. En el vocabulario de aquel tiempo, esto se llamaba “haber tenido malos pensamiento”. Dada la naturaleza humana y las hormonas humanas, seguramente todos tuvimos “malos pensamientos”.

Según voy creciendo, he llegado a creer que las fantasías sexuales (que en realidad pueden tener un elemento moral) no son el verdadero peligro en cuestión de malos pensamientos. Conforme envejecemos, los malos pensamientos que más necesitamos confesar tienen más que ver con otro mandamiento: No matarás. Los malos pensamientos que principalmente nos separan del amor, de la comunidad y de la mesa del banquete tienen que ver con quienes estamos enfadados, con quienes no queremos estar en una habitación, con quienes no queremos estar a la mesa, con aquellos de quienes queremos vengarnos, con aquellos a quienes no sabemos perdonar y con personas cuyas energías no queremos bendecir.

Henri Nouwen indicó una vez que, mucho antes de que a alguien le disparen con un arma de fuego, ya le han disparado con una palabra; y antes de que a uno le disparen con una palabra, ya le han disparado con un pensamiento: ¡Está tan llena de sí misma! ¡La odio! ¡No puedo estar en una misma habitación con ella! Nos matamos unos a otros en nuestros pensamientos, en nuestros juicios, en nuestros odios, en nuestros celos y en nuestra mutua evitación. Estos son los malos pensamientos que principalmente necesitamos confesar.

Además, esa es sólo la manera más grosera de violar el mandamiento que demanda no matarnos unos a otros. Tenemos “malos pensamientos” de maneras mucho más sutiles. También nos matamos unos a otros siempre que consentimos en fantasías de grandiosidad, fantasías en las que somos la superestrella, el colocado aparte para una especial misión, el puesto por encima de los demás, el superior a los demás y el que ve a otros como inferiores a sí mismo. Como las fantasías sexuales, también estas fantasías se nos presentan con un poder que las hace muy difíciles de resistir. Igual que las fantasías sexuales, estas también nos acosan instintivamente con una viveza que resulta autogratificante.

Pero ¿dónde está el error? ¿Qué malo tiene consentir en fantasías en las que somos el especial, el héroe, el superior a los demás?

En síntesis, esas fantasías no son moralmente malas en sí mismas. No es pecado imaginarte a ti mismo como especial, ¡sobre todo, porque lo eres! Dios hace a cada uno único y especial, y no está mal reconocer eso en tu interior. Además, durante una buena parte de nuestras vidas, esto puede incluso ser saludable. La dificultad surge en la edad avanzada, cuando llegamos a ese momento de nuestras vidas en que necesitamos empezar a averiguarnos frente a frente, con más rigor y coraje, lo que las cosas de nuestro interior son obstáculos para que lleguemos a ser uno con todo. No dejéis que el sonido hindú o budista de esa frase, llegar a ser uno con todo, os distraiga; eso es también lo que nosotros, los cristianos, creemos que constituirá nuestro estado final en el cielo, unidad con todo: Dios, los demás, el mundo cósmico y nuestras verdaderas identidades.

De aquí se deduce que, aun sin ser malas en sí mismas, las fantasías que fomentan nuestra separación de los demás, nuestro apartamiento de ellos y especialmente nuestra superioridad para con ellos son, al fin y al cabo, un bloqueo a la unidad en el amor, a la que somos llamados y destinados. Son también una manera como matamos a los demás, dejando lugar sólo para nosotros mismos a la cabecera de la mesa.

Empleamos buena parte de nuestras vidas luchando con el sexto mandamiento. A pesar de todo, la mayoría de nosotros acaba con una lucha incluso mayor con el quinto mandamiento. La parábola del  Evangelio sobre el hijo pródigo arroja luz sobre esto. El padre (Dios) tiene dos hijos y desea mantener a ambos en la casa (cielo). El más joven, hijo pródigo, abandona la casa porque está luchando con el sexto mandamiento. Finalmente, aunque vuelve con su padre y entra de nuevo en casa, el hermano mayor, que nunca abandona la casa pero se halla de hecho tan fuera de la casa de su padre, está luchando con algo más: ira, amargura, celos y juicio hacia los otros. Está peleando con malos pensamientos. Está matando a su hermano menor con juicios, celos y con fantasías de su propia superioridad moral.

Es digno de observar cómo acaba esta parábola. No acaba con la celebración en favor del hermano menor y el reencuentro de la familia. Acaba con el padre (Dios) de pie fuera de la casa, intentando  ganarse amable y cariñosamente a su hijo mayor -que está celoso, amargado y crítico- para que rechace sus malos pensamientos.

 


Imagen de Carlos Alvarenga en Pixabay