Otra vez en Juanjuí

27 de febrero de 2007
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    Después de cinco años viviendo en Saposoa, estoy de nuevo en Juanjuí, cuna primera de mis andanzas por la selva. Cinco años han hecho de esta ciudad algo sorprendentemente distinto a lo que yo conocí y amé.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.

    Se ha triplicado su población. Y de aquel pueblo que me recibió sin luz, sin agua potable y de casas cuyas puertas estaban siempre abiertas, hemos pasado a eso tan raro de prisas y miedos, de terrorismo y de muerte, de río como anónimo cementerio que arrastra cadáveres sin número que nadie reclama. La policía, indefensa y a la vez indiferente, no quiere hacer nada. Hay luz, hoy. Hay agua corriente, televisión y teléfono. Las calles, bastantes, están pavimentadas. Se multiplicaron los Bancos, porque los dólares que produce el narcotráfico son aún más cuantiosos que las víctimas que dicho narcotráfico y la guerrilla producen. Existe el miedo en Juanjuí, con rostros que no conozco, con cárcel súper poblada; con juez, notarios y policías comprados por la mafia, paralizados por las amenazas. Con campesinos que abandonaron su maíz, su yuca, su plátano o su arroz, para sembrar cocales a vista y paciencia de todo el mundo. Un Juanjuí con jóvenes que no quieren acabar su bachillerato, porque ganan más con la coca que sus profesores dando clase. Jóvenes que juegan y se prostituyen, que manejan armas y dólares, pero siempre al borde de la muerte. Y se multiplicaron los prostíbulos en cualquier rincón del pueblo, frecuentados por todas las edades.

    Así llego de nuevo a Juanjuí, con una maleta ingenua en mis manos que nada o casi nada interesa a la mayoría. Así comienzo otra vez, como el inicio de una película de aquel Oeste lejano, cuyo protagonista tendrá que enfrentarse solo a todo el mal que se le viene encima. Nosotros no podremos lograr esa victoria, y menos en hora y media de película. Sembraremos, sin embargo. Porque lo nuestro –que no es nuestro- tiene gérmenes de vida. A vida sabe siempre y vida anuncia, aunque a nosotros nos la quiten. Con una maleta en la mano y con una cruz desnuda y de madera en mi bolsillo, entro de nuevo en este pueblo.

 

    

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