La semana en la que el capitalismo tampoco cambiará

29 de septiembre de 2008
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En estos días extraños en los que lapatronal pide un paréntesis en el libre mercado, George Bush nacionalizalas pérdidas de la banca y el Gobiernocomunista chino pujapor comprar el único gran banco de inversión que aún no ha quebrado,¿alguien sabe en qué cueva se esconde el Fondo Monetario Internacional(FMI)? EnCorea del Sur se acuerdan mucho de él.Hace una década, durante la crisis de los tigres asiáticos, a finalesde los 90, el FMI puso una condición innegociable para rescatar al paísdel terremoto financiero: que el gobierno no ayudase a los bancos ydemás empresas al borde de la bancarrota. Decían los apóstoles del FMIque era mejor para la economía que esas compañías quebrasen porque asíel ‘ajuste’ -ese eufemismo- sería mucho más rápido. Medicinaneoliberal: la mejor manera de sanar al enfermo es matarlo para que suhijo ocupe pronto su lugar en la fábrica.

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Ahora que el enfermo es Estados Unidos la receta es muydistinta. Noes país para corralitos. “Está muy bien decir ‘dejen que el sistemafinanciero siga, que consiga su equilibrio’ (…) pero cuando seenfrentan ataques especulativos, los precios se pulverizan y parece quelas grandes corporaciones van a colapsar, es natural que el gobiernointervenga y diga ‘no podemos dejar que esto suceda”, argumentaahora Raghuram Rajan,ex economista jefe del FMI. Y así, como lo más natural del mundo, elpaís donde supuestamente mejor funciona el mercado descubre que la manoincorrupta y milagrosa de Adam Smith,de tan invisible, ni está ni se la espera. “La intervención delGobierno era esencial, dado el precario estado de los mercados”,explica George Bush, presidente de los Estados Socialistas de América.

Entre los 700.000millones de dólaresde este último empujón y lo que ya llevan gastado en los demás‘rescates’, la factura ya ronda los dos billones de dólares; cerca del15% del PIB anual estadounidense. Es probable que esta losa -un nuevoéxito para los libros de historia de la era neocon de Bush- agudice aúnmás otro proceso que ya está en marcha: ladecadencia del imperio americano,el fin de la hegemonía unilateral de la que disfruta EEUU desde lacaída del muro de Berlín. ¿Será también el fin del capitalismo tal ycomo lo conocemos? ¿Aprenderá el mundo de sus errores? ¿Nacerá de estascenizas un nuevo modelo económico donde el libre mercado sea un métodoy no un fin? Por desgracia, la respuesta es no.

Hay una viñeta de Tintín quedescribe muy bien quéha sucedido en los mercados financieros durante los últimos años. Esuno de los gags de “Aterrizaje en la Luna”. Tintín avisa a latripulación, que flota ingrávida, de que en pocos segundos el coheteentrará dentro del campo de gravedad de la Tierra. “Sujetaos a algo”,grita Tintín. Y los inefables detectives Hernández y Fernándezobedecen. Hernández se agarra a Fernández. Fernández se aferra aHernández. Y, cuando la gravedad regresa, ambos se van al suelo.

La explosión de la burbuja inmobiliaria ha recordado almercado lamanzana de Newton: que lo que sube tiene que bajar. “Hemos llevado alcapitalismo a su perfección, hemos acabado con el riesgo”, presumíahace unos años un bróker de la City londinense. El invento, sobre elpapel, parecía bueno. El riesgo también se puede vender, y sobre eso sedesarrolló el capitalismo abstracto sobre el que se levantaba elcastillo de naipes que ahora se ha desmoronado. Doy hipotecas a los queno las pueden pagar, al tiempo que emito un bono (con una rentabilidadmenor que el tipo de interés que cobro al hipotecado) que me permitarecuperar el dinero lo antes posible y así volverlo a prestar otra vez.Esos bonos de cobro dudoso, los de las hipotecas de los pobres, quedanen teoría compensados por otros más seguros, los de las hipotecas de laclase media. Se mezcla el chóped con el jamón y así el riesgodesaparece; la banca siempre gana y los pisos nunca bajan de precio.Con esa misma fórmula, repetida mil veces, el riesgo se coló en lamáquina y ascendió más y más hasta el corazón de las finanzas. Por elcamino, una serie de vigilantes privados a sueldo del vigilado (quealguien pruebe ese mismo método en las cárceles, a ver qué tal)certifican que el enfermo goza de buena salud. Todo va bien mientrasgira el carrusel. Todo va bien hasta que vuelve la ley de la gravedad -los hipotecados dejan de pagar, primero los pobres pero despuéstambién la clase media- y la banca se estrella contra el suelo mientrasse pregunta qué paso, si no había riesgo posible. Si AIG Hernándezsujetaba a Lehman Brothers Fernández. Y viceversa.

En realidad, ni siquiera es un invento nuevo. Ya pasó otra vezhacepoco más de 20 años, en el crash de 1987. En aquella ocasión, los bonosbasura -que era como se llamaba a esos bonos de alto riesgo- fuerontambién una de las causas que llevaron a Wall Street a su lunes negro,el 19 de octubre de 1987: la mayor caída de la bolsa desde 1929. Enaquel momento, igual que ahora, se habló de nuevos controles másestrictos para evitar los excesos del capitalismo abstracto. Entonces,igual que ahora, se decía que el mercado había aprendido la lección,que el crash serviría de vacuna para la siguiente fiebre. Es obviodecir que de poco valió.

El capitalismo no es malo, lo han dibujado así.Esel peor sistema económico posible, a excepción de todos los demás. Sí,el mercado libre es la fuerza más poderosa de la galaxia, la búsquedaegoísta de la rentabilidad mueve el mundo, para lo bueno y para lomalo. Pero su voracidad es tan grande que siempre encuentra el caminopara sortear -o desmantelar, a través de esa subespecie del podereconómico llamada poder político- las regulaciones con las que susvíctimas intentan defenderse de sus excesos. Cada dos o tres décadas,más o menos, el mercado se olvida de que también es mortal, el cielofinanciero se desploma sobre nuestras cabezas y hay que ceder alchantaje y pagar con los impuestos los errores de los bancos porque laalternativa es aún peor. Cada dos o tres décadas, la intervención delEstado demuestra ser la única vacuna para salvar al capitalismo de suavaricia caníbal. Cada dos o tres décadas, el libre mercado recuerda,por las malas, que hasta los deportes más agresivos necesitan unárbitro. Y entonces todo cambia para que todo siga igual.