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La Resurrección y el Mundo Físico Creado

Ron Rolheiser -

    Un crítico preguntó una vez a Pierre Teilhard de Chardin (famoso teólogo jesuita francés del siglo pasado) por qué mencionaba con tanta frecuencia átomos y moléculas al hablar de Jesucristo. Su respuesta fue: Estoy intentando formular una cristología que sea suficientemente amplia para incorporar al Cristo Total, ya que Cristo no es sólo un acontecimiento antropológico, sino también un fenómeno cósmico.

    ¿Qué quiere decir con eso? Fundamentalmente que Cristo vino al mundo no sólo para salvar a seres humanos y remodelar la historia humana, sino también para salvar y rehacer la tierra.

    Cristo vino a salvar al mundo; no sólo a la gente que vive en él. La prueba profunda de esto  la vemos en la resurrección. Jesús se alzó de la muerte a la vida. Un cuerpo muerto experimentó  la resurrección, y eso, claramente, lleva consigo una nueva dimensión que traspasa lo sicológico y lo espiritual. Hay algo radicalmente físico en la resurrección. Sencillamente, cuando un cuerpo muerto es reanimado a una nueva vida, la estructura física del universo se está alterando; átomos y moléculas se están reorganizando. Por lo tanto, la resurrección de Jesús se refiere más que, únicamente, a una nueva esperanza que nace dentro de la conciencia humana; tiene también relación a un cambio de nuestro planeta.

    De acuerdo, concedido; la resurrección tiene que ver con la esperanza humana. Sin creer en la resurrección no hay horizonte ni promesa que se extienda más allá de los asfixiantes confines de esta vida. La resurrección nos abre a posibilidades que sobrepasan esta nuestra peregrinación. Nos da un “más-allá-del futuro o meta-futuro”. Pero da también un “más-allá-del-futuro o meta-futuro” al mundo, a nuestro planeta. Cristo vino a salvar la tierra, no sólo a los que vivimos en ella, y su resurrección tiene que ver también con el futuro de este planeta.

    La tierra también necesita salvación. ¿De qué modo? ¿Salvación de qué? ¿Y para qué?

    Si nos tomamos la escritura en serio, vemos que la tierra no es precisamente un escenario teatral al que los seres humanos vienen a trabajar y a representar su obra; algo que tendría  valor únicamente en relación a nosotros. Como la humanidad, la tierra es también una obra de arte, una hija de Dios. Efectivamente, en realidad, ella es la matriz, la madre, el seno del que todos brotamos. En el fondo, nosotros, personas humanas, sólo somos una parte de la creación de Dios que ha llegado a ser autoconsciente, y no nos situamos aparte, fuera de la tierra; y ella no existe simple y solamente para beneficio nuestro, como el escenario para un actor, que se abandona una vez ha acabado la función. La creación física tiene valor en sí misma, independiente de nosotros.

    La Escritura nos reta a reconocer esto, y no precisamente con el fin de proveernos de un constante suministro de aire, agua y alimentación, salvaguardando mejor la integridad de la creación. La Escritura nos exige reconocer el valor intrínseco de la tierra misma. Ésta tiene valor en sí misma, aparte de nosotros, y está destinada a compartir la eternidad con nosotros. Ella también “ irá al cielo”.
   
    Además, la tierra, como nosotros, está sometida al tiempo, es mortal, sujeta a la descomposición y al deterioro, sometida a la muerte. Sin contar con una intervención desde fuera, no tiene futuro. La ciencia nos enseña claramente esto. Las leyes de entropía nos dicen que el universo se está agotando, el sol se está extinguiendo, que toda la energía es finita. Los días de la tierra están numerados y contados. El fin tardará millones de años, pero la finitud es finitud. La tierra tendrá un fin, como sabemos. Como nosotros, ella también morirá. Sin contar con algo que se le esté ofreciendo desde fuera, no tiene al fin futuro.

    A esto hace referencia San Pablo en la Carta a los Romanos, cuando nos dice que la creación -el cosmos físico-, propende a la inutilidad y, como los mismos seres humanos, está gimiendo y anhelando ser liberada de su propensión a la descomposición, para así gozar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios. La carta a los Romanos nos asegura que la tierra, nuestro planeta, tendrá el mismo futuro que nosotros. En la resurrección se le da a ella también una nueva posibilidad, transformación y un futuro eterno.

    Pero, ¿a qué se parecerá esto? ¿Cómo ocurrirá? ¿Cómo se redimirá a la tierra? Se la redimirá precisamente de la misma manera que a nosotros, por medio de la resurrección de Jesús. La resurrección trajo a nuestro mundo un nuevo poder, una nueva organización de las cosas,  una nueva esperanza y algo tan radicalmente novedoso que sólo puede compararse con lo ocurrido en la creación inicial, cuando al principio comenzó el universo. Al despuntar la creación se hicieron de la nada  -ex nihilo, en latín-  los átomos y moléculas de este universo; la naturaleza tomó forma y su realidad y sus leyes físicas dominaron desde entonces  – hasta la resurrección de Jesús. Algo nuevo, radicalmente nuevo, ocurrió entonces y ese acontecimiento (que en su núcleo contenía un componente radicalmente físico) tocó todos los aspectos del universo, desde el alma y psique en el interior de todo hombre y mujer hasta la estructura interior de cada molécula y cada átomo.

    En la resurrección de Jesús, hasta los átomos mismos del universo se vieron reorganizados. Las leyes de física fueron de alguna manera sorprendentemente alteradas, y, a causa de eso, nuestro planeta tiene también ahora la posibilidad de vida eterna.

Traducido por Carmelo Astiz, cmf

    
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