Jueves quinto de cuaresma

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    La fiesta de hoy tiene la mayor importancia dentro del calendario litúrgico, y en la Historia de la Salvación. Merece contemplar el Misterio en el que se funda nuestra fe, no apartar los ojos de la mujer que concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrá por nombre Emmanuel.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.     Sin embargo, no podemos separar la celebración de la Anunciación del ángel a María del tiempo litúrgico en el que estamos, a ocho días del Jueves Santo.

    En el principio Dios creó al hombre a su imagen, hombre y mujer los creó. Lo hizo capaz de relacionarse con Él. Cada tarde, en el jardín, acontecía el encuentro maravilloso del Creador con su criatura, hasta que Adán y Eva sucumbieron en la tentación. Cuando aquella tarde bajó el Señor, como era su costumbre, a pasear con el hombre, no lo encontró: se había escondido, por sentirse desnudo. Se interrumpió el diálogo amigo.

    En la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer. El Verbo, la Palabra, se hizo carne, para que de nuevo, la carne recuperara la Palabra y pudiera hablar con Dios como amigo, como hijo. La relación se restableció respondiendo a la primera pregunta, que Dios hizo a Adán: “¿Dónde estás?” Cuando Cristo, el nuevo Adán, entró en el mundo, dijo: “Aquí estoy, para hacer tu voluntad.”

    Sorprende, en los textos de la liturgia de hoy, la reiteración de la respuesta: “Aquí estoy”. El salmista, de manera profética, había rezado: “Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad”. El autor de la carta a los Hebreos refiere esta afirmación a Cristo. Y en el Evangelio, María responde: “He aquí la esclava del Señor.”

    Estamos a ocho días de la noche de Getsemaní, en la que la naturaleza humana de Jesús sentirá el rechazo por el sufrimiento que se le viene encima, y en esa hora traerá a su mente y a sus labios, en el Huerto de Olivos, la respuesta que restaura la relación de la humanidad con Dios. No se esconde entre los árboles, habla con su Padre, mantiene la relación más íntima.  “Abbá, que no se haga lo que yo quiero, sino lo que Tú quieres.”

    María nos dispone de la mejor manera  a afrontar el Misterio Pascual. Ella fue maestra para su Hijo.  Jesús aprendió de su madre la actitud creyente de fiarse de Dios. Jesús, hombre perfecto, a la vez que Hijo de Dios, ha restaurado definitivamente el diálogo de la humanidad con su Creador, gracias a la entrega total de su querer a la voluntad divina.

    Con María, digamos: “Hágase en mí según tu Palabra”. Con Jesús, atrevámonos a repetir: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. Y acontecerá el encuentro más inesperado, Dios con el hombre, la intimidad de amistad con Dios. “Que no se haga lo que yo quiero, Señor, sino lo que quieres Tú”. “Hágase tu voluntad”.