Carta a mis hermanos monjes de Myanmar.

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Francisco R. de Pascual, cisterciense de la Abadía de Viaceli en Cantabria ha hecho pública esta carta abierta a los monjes birmanos, en la que hace una larga cita del también cisterciense Thomas Merton.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.

Queridos hermanos monjes:

En nuestra comunidad sabemos lo que es perder a 18 hermanos, víctimas de la intransigencia religiosa, de las consecuencias dolorosas de una guerra entre personas de una misma tierra, y de todas las carencias culturales que generan el afán de poder.

Mi Orden conoce las torturas y martirio que sufrieron nuestros hermanos de China, del Monasterio de Ntra. Sra. de la Consolación.

Hace muy pocos años siete hermanos míos fueron degollados en Argelia por quienes, aparentemente, rezan al Dios que nosotros rezamos.

Por esto, y por muchas razones más me uno a vosotros en vuestro sufrimiento, y considero que esto nos hermana por encima de todo lo que nos divide a causa de nuestras culturas y situación geográfica, observancias monásticas y prácticas religiosas.

Habéis dejado la contemplación de vuestros monasterios para mostrar uno de los frutos más hermosos de la oración: la solidaridad con el que sufre, y así uniros a los gritos que nacen de todos los corazones explotados y oprimidos.

Quisiera estar a vuestro lado… pero los monjes de Occidente somos muy amantes de nuestra clausura y de nuestro orden, y no me sería posible un viaje tan largo. Me gustaría convocar en la catedral más cercana una jornada de oración con todos los contemplativos y contemplativas de esta provincia, me gustaría llamar a todos los jóvenes de España a unirse a vosotros –ya lo están haciendo en muchos lugares…- pero… sería muy complicado… ¡Estamos muy ocupados en el quehacer de cada día!

Pero, ahora más que nunca, quiero hacer mío y haceros llegar el mensaje de otro monje que os tenía gran aprecio, y que decía así:

      “Mi monasterio no es un hogar. No es un lugar en el que me encuentre arraigado y establecido en la tierra. No es un entorno en el que sea consciente de ser un individuo, sino mas bien un lugar en el que desaparezco del mundo como objeto de interés a fin de estar en él en todas partes por medio del ocultamiento y la compasión. Para existir en todas partes tengo que ser Nadie.

      Pero el monasterio no es una «huida» del mundo. Por el contrario, al estar en el monasterio asumo mi verdadero lote entre todas las luchas y sufrimientos del mundo. Adoptar una vida que es esencialmente no- autoafirmativa, no-violenta, una vida de humildad y de paz es en sí una declaración de la propia postura. Pero cada uno en esa clase de vida puede, por la modalidad personal de su decisión, otorgar a su vida entera una orientación especial. Es mi intención hacer de mi vida entera un rechazo de y una protesta contra los crímenes y las injusticias de la guerra y de la tiranía política que amenazan con destruir a toda la raza humana y al mundo entero.

      A través de mi vida monástica y de mis votos digo NO a todos los campos de concentración, a los bombardeos aéreos, a los juicios políticos que son una pantomima, a los asesinatos judiciales, a las injusticias raciales, a las tiranías económicas, y a todo el aparato socioeconómico que no parece encaminarse sino a la destrucción global a pesar de su hermosa palabrería en favor de la paz. Hago de mi silencio monástico una protesta contra las mentiras de los políticos, de los propagandistas y de los agitadores, y cuando hablo es para negar que mi fe y mi iglesia puedan estar jamás seriamente alineadas junto a esas fuerzas de injusticia y destrucción. Pero es cierto, a pesar de ello, que la fe en la que creo también la invocan muchas personas que creen en la guerra, que creen en la injusticia racial, que justifican como legítimas muchas formas de tiranía. Mi vida debe, pues, ser un protesta, ante todo, contra ellas…

      Si digo que NO a todas esas fuerzas seculares, también digo SI a todo lo que es bueno en el mundo y en el hombre. Digo SI a todo lo que es hermoso en la naturaleza, y para que éste sea el sí de una libertad y no de sometimiento, debo negarme a poseer cosa alguna en el mundo puramente como mía propia. Digo SI a todos los hombres y mujeres que son mis hermanos y hermanas en el mundo, pero para que este sí sea un asentimiento de liberación y no de subyugación, debo vivir de modo tal que ninguno de ellos me pertenezca ni yo pertenezca a alguno de ellos. Porque quiero ser más que un mero amigo de todos ellos me convierto, para todos, en un extraño”.

Son palabras de Thomas Merton, muerto en Bangkok en 1968.

Las he leído muchas veces, las he difundido, las he meditado; pero, hoy más que nunca, os las dedico con todo el cariño de mi alma, con toda la solidaridad de mi corazón, con todo el sufrimiento de mi soledad monástica.

Deseo que vuestro sacrificio sea semilla de paz, como el martirio de los mártires es semilla de nuevos cristianos.

Que los poderes de este mundo sepan que no se puede acallar la voz del silencio.