Nuestra Actitud hacia la Riqueza
Cada día, en los periódicos, en las televisiones y en Internet nos informan de ganancias económicas que, tan sólo hace una generación, eran inimaginables:
Como cristianos, creemos que llevamos la imagen de Dios en nosotros y esta es nuestra más profunda realidad. Hemos sido creados a imagen de Dios. Pero concebimos esta imagen de una forma demasiado ingenua, romantica y piadosa. Imaginamos que en algún lugar dentro de nosotros hay un bello icono de Dios estampado en nuestras almas. Puede ser, pero Dios, tal y como afirma la Escritura, es más que un icono. Dios es fuego -libre, infinito, inefable, incontenible.
(Ron Rolheiser, OMI)
Cada día, en los periódicos, en las televisiones y en Internet nos informan de ganancias económicas que, tan sólo hace una generación, eran inimaginables:
El año pasado, se estrenó una película francesa titulada "De Dioses y Hombres", y fue calificada por el New York Times como "tal vez la mejor película de compromiso cristiano que jamás se ha hecho".
Hay una serie de axiomas antiguos que sugieren que la virtud y la verdad se encuentran en el medio, entre dos extremos. Esto fue llamado el “justo medio” y se expresa en frases tales como “En medio stat virtus” y “Aurea mediocritas.
Todos vivimos con ciertas lamentaciones y con la amarga conciencia de que si tan solo hubiésemos puesto mas atención ó sido pacientes ó valientes ó amorosos en un determinado momento, nuestras vidas pudieran ser ahora muy diferentes.
Hay un adagio que dice que un ateo es simplemente alguien quien no puede comprender la metáfora. Thomas Halik, el escritor Checo, sugiere que más bien un ateo es alguien quien no es suficientemente paciente con Dios.
No es fácil discernir la voz de la verdad entre las muchas voces que nos llaman. De hecho, es difícil incluso discernir cuando somos auténticamente sinceros: ¿Quién soy realmente? ¿Cuál es mi verdadero y genuino interés?
Cada año escribo un articulo sobre suicidio porque mucha gente tiene que vivir con el dolor de perder a un ser querido de esta forma.
Hace ochocientos años, el poeta, Rumí escribió: Lo que quiero es saltar fuera de esta personalidad y después sentarme aparte. He vivido demasiado tiempo en donde puedo estar accesible.
Misticismo es una palabra exótica. Pocos de nosotros relacionamos el misticismo con la vida ordinaria, especialmente con nuestra propia experiencia. Sin embargo, el misticismo no es extraordinario, anormal, ó extraño, sino una importante experiencia ordinaria que se nos da a todos nosotros.
Cada año celebramos el “día del Padre,” un día en el que se nos invita de expresar la gratitud que deberíamos sentir hacia nuestros propios padres.
Si somos honestos, sabemos que lo que las palabras de San Pablo: “lo bueno que quiero hacer, nunca lo hago; el mal que no quiero hacer, eso es lo que hago”, son universalmente verdaderas. Nadie es perfecto, santo de cabo a rabo.
Una amiga dice en tono de broma que cuando se muera quiere este epitafio en su lápida: ¡Siempre hay algo! ¡Y siempre lo hay!
Hay una frase de Leonard Cohen muy citada que sugiere que el lugar donde nos rompemos es también el lugar donde empieza nuestra redención: en todo hay grietas, así es como entra la luz.
Hace algunos años, acompañado por un excelente director Jesuita, hice un retiro de treinta días utilizando los ejercicios de San Ignacio. En la tercera semana del retiro hay una meditación sobre la agonía de Jesús en el jardín.
Recientemente, una nueva expresión se ha abierto camino en nuestro vocabulario teológico y eclesial. Hay mucho de que hablar hoy acerca de la Nueva Evangelización.
Queremos el poder divino en el hierro, los músculos, las armas y el carisma. Pero este no es el camino donde se encuentran la intimidad, la paz y Dios.
En su autobiografía, el famoso novelista griego Nikos Kazantzakis nos cuenta la historia oculta detrás de su famoso libro “Zorba el Griego”. Zorba es parte ficción y parte historia.
Hace unos años, se me acercó un hombre que me pidió que yo fuera su director espiritual. Tenía unos cuarenta y tantos años, y casi todo en él irradiaba un buen grado de salud. Mientras nos sentamos para hablar, le mencioné que parecía estar en muy buena forma.
A veces el simple hecho de poner nombre a algo puede ser inmensamente útil. Mientras no somos capaces de poner nombre a algo nos sentimos más indefensos ante sus efectos, sin llegar a saber realmente lo que nos está ocurriendo.
Cuando tenía yo veintitantos años, pasé un año como estudiante en la Universidad de San Francisco. Justamente acababa de ordenarme sacerdote e intentaba sacar un título de posgrado en teología.