
Lunes II de Pascua (2 - Mayo - 2011)
La expresión “nacer de nuevo”, que Jesús emplea hablando con Nicodemo en sus conversaciones nocturnas, tiene, a la luz de la Pascua, un significado más amplio que el habitual.
La expresión “nacer de nuevo”, que Jesús emplea hablando con Nicodemo en sus conversaciones nocturnas, tiene, a la luz de la Pascua, un significado más amplio que el habitual.
Gracias, Señor, por tu pedagogía y comprensión, por saber venir en la propia dolencia a curar las heridas de mi incredulidad.
Al cabo de la semana de pascua, la Liturgia ha escogido los distintos relatos evangélicos que narran la resurrección de Jesús, con lo que se acredita, por distintas fuentes, el hecho que da razón a nuestra fe.
La paz es uno de los deseos más universales del corazón humano, pero a su vez la paz exige el trabajo artesano de construirla.
Camino de Emaús, ruta de la existencia, testigo de todas las huidas y escepticismos, de todos los fracasos y desengaños, de todas las nostalgias y proyectos fallidos.
Llorar, estar triste debe ser superado por la alegría de la Pascua. Si se cree la verdad del acontecimiento hay razón para mantener siempre la alegría, aun en momentos de prueba, al comprobar que Jesucristo conoce nuestro dolor.
Jesús resucitado devuelve la alegría, la capacidad de amar, la espontaneidad, el entusiasmo, la experiencia incontenible de luz que no se puede esconder, sino que se refleja en la mirada, en los ojos de los que creen en que Él está vivo.
En la contemplación de la Pasión y muerte de Jesús, es tradición y expresión de piedad el llamado “Sermón de las Siete Palabras”. Esta devoción me ha suscitado la memoria de siete palabras de Cristo resucitado, como mejor mensaje de Pascua.
No estamos solos en nuestro sufrimiento, ni nuestros dolores se quedan en el anonimato pudoroso de nuestro aguante. Gracias a Cristo, que muere por amor, quienes se asocian a su cruz y a su muerte vislumbran la gloria de Dios, y a ellos se les anticipa el título de bienaventurados.
Jesús ha comprometido su palabra de sostener a quienes por Él se atrevan a confesar su nombre en medio de la dificultad: “No tengáis miedo”. La oración es fuente de confianza, mueve al abandono, anticipa la experiencia del abrazo divino, sin mengua de sufrimiento, pero con la ayuda del cielo.
El drama de la relación humana toma los colores más amargos, los que provienen de la infidelidad del amigo. Si dar la vida por un hombre de bien es heroico, darla por los enemigos es de santos.
La forma equilibrada de la solidaridad amorosa que se respira en la casa de los amigos de Jesús nos ofrece la clave: contemplativos y solidarios.
Hoy nos corresponde detenernos ante el paso de la entrada de Jesús en Jerusalén montado sobre un burro. Mientras le aclaman con cantos, Él deja que todo el pueblo conozca su identidad de enviado del Señor.
La soledad dramática acontece cuando no tenemos a quién confiar nuestro sentimiento de angustia, o cuando nadie se atreve a acercarse para decir una palabra de aliento en el momento oscuro.
El que cree se atreve a dar el paso de la confianza, en total abandono, sin más prueba que la certeza que le da la seguridad del amor de Dios, de Aquel que ha comprometido su Palabra, y es fiel.
Dios, por su cuenta, llamó a Abrán, lo eligió, lo hizo padre de un gran pueblo, su descendencia fue, en medio de todas las naciones, el pueblo escogido para testimoniar ante todas las tribus la bondad divina, la fidelidad y la misericordia de Dios.
El testimonio de fe de los tres jóvenes de Babilonia se convierte en un revulsivo frente a toda actitud contemporizadora en la que podemos sucumbir por respeto humano, por intereses personales, por especulación política.
La sabiduría de la cruz es una enseñanza que aprendieron los santos. San Pablo llega a comprender que la cruz es sabiduría de Dios, aunque para otros sea escándalo o necedad.