
Buenafuente - XVI Domingo del Tiempo Ordinario - A
El tiempo de vacaciones es uno de los momentos más propicios para contemplar la naturaleza, las obras de arte, las maravillas del mundo.
El tiempo de vacaciones es uno de los momentos más propicios para contemplar la naturaleza, las obras de arte, las maravillas del mundo.
Las lecturas de hoy nos invitan a acoger la Palabra, a guardarla y meditarla, como sucede en el proceso de la siembra y de la germinación, cuando, después de los duros trabajos que exigen fidelidad, se exulta de alegría por los frutos maduros.
“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré.
Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso.”
Sentado a la mesa, con el gesto de partir el pan a los suyos, Jesús representa al padre de familias, que da el sustento a sus hijos, a costa del trabajo de toda su vida.
Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, indivisible unidad, a ti la gloria, la alabanza, el honor, por tu nombre, y en reconocimiento de la historia de salvación que has querido realizar en favor de toda la humanidad.
Ya han pasado las fiestas pascuales, se ha apagado el cirio, que permanecía en medio de la asamblea litúrgica.
¡Ven a visitar el corazón de tus fieles y llena con tu gracia viva y eficaz nuestras almas, que tú creaste por amor!
Si Tú has llamado bienaventurado al que se apiada del pobre y desvalido, a quien visita al enfermo y al encarcelado, al que da un vaso de agua y comparte el pan...
Espíritu Santo, enviado de Dios por intercesión de Jesucristo, para poner en nuestros labios palabras que nos defiendan ante quien nos acuse. ¡Ven en nuestra ayuda!
Huésped del alma, amigo y compañero de camino, mira el vacío del hombre si Tú le faltas por dentro. ¡Ven y habítanos!
Espíritu Santo, Luz divina, que viniste sobre los Apóstoles y sobre María, la madre de Jesús, en forma de fuego, luz que penetras las almas, y permites comprender la historia desde la fe, ¡ven, ilumínanos!
Pocas veces Jesús compromete tanto su palabra como en el texto que hoy contemplamos. Pero quizá la experiencia que tenemos de la oración no responde a tanta certeza.
Ya es mucho, sin duda, que la tristeza se convierta en gozo, que las heridas se transfiguren, y en vez de ser títulos de resentimiento se conviertan en fuente de sabiduría.
Si en tu caso las circunstancias te llevan a pensar que nadie conoce tu dolor, y que nadie se solidariza con tu desgracia, si piensas que tu suerte es distinta y no gustas la promesa de Jesús, no deseo convencerte con más palabras, sólo te ruego que esperes.
La Revelación se ha cumplido con la venida de Cristo, Él es la Palabra, todo ha sido hecho por Él y para Él. Dios nos ha dado su Palabra y se ha quedado como mudo, ya no tiene más que decir.
En vísperas de la solemnidad de Pentecostés, contemplamos a María, la madre de Jesús, remecida del Espíritu Santo.
Muchos creyentes en Cristo, fiados de la Palabra divina, se consagran de por vida a prolongar el espíritu de las Bienaventuranzas y de las obras de misericordia, y se convierten en profetas de reino de Dios.
Es un privilegio la fe, un regalo el conocimiento de la verdad evangélica, un don precioso la experiencia creyente de saberse amado de Dios.