
Meditacion Domingo de la 4ª Semana de Adviento (18 - 12 - 2011)
Hoy, desde los tiempos visigóticos, en la liturgia hispana, se celebra la fiesta en honor de la Virgen María, con la advocación de la Esperanza.
Hoy, desde los tiempos visigóticos, en la liturgia hispana, se celebra la fiesta en honor de la Virgen María, con la advocación de la Esperanza.
Se acercan días de familia, de encuentro con quienes son en cada casa la referencia entrañable.
La Nueva Alianza no tiene límites, ya no hay forasteros, todos somos destinatarios de la venida del Señor, a todos nos invita a tratar con Él.
Recuerda la promesa del Señor. Él no se retracta de lo que promete, y lo que permite es para nuestro bien.
Quizá hemos tenido que sufrir los efectos de nuestras idolatrías para convencernos de dónde nos viene la salvación.
Es opción divina perdonar, restaurar, restablecer, hacer volver a su pueblo del exilio, acompañarlo, no recordarle su pasado. Cada uno de nosotros tenemos el mismo ofrecimiento como mayor esperanza.
La historia, los acontecimientos, la naturaleza, el ser humano, según se miren desde la fe o no, pueden mostrar la mayor presencia de Dios que acompaña, del Creador que mantiene su Palabra, de la bondad, belleza y verdad que se encierran en todo ser o el lado fatal de la realidad.
Este domingo lleva el sobrenombre de “Domingo de la alegría, del gozo”, porque significa que ya hemos pasado la mitad del tiempo de expectación y se aproximan los días de la Navidad.
El domingo pasado el profeta se refería a Dios como Padre, Pastor, Alfarero, Viñador, Redentor, Señor. No puede olvidarse el Padre de su hijo, ni el Creador de su criatura.
Los mandatos del Señor alegran el corazón. Seguir lo que nos enseñan las Escrituras es el modo de gustar la paz interior. No hay forma de vida más feliz en este mundo que aquella que coincide con la voluntad divina para nosotros.
Sorprende leer en el primer libro de la Biblia la profecía de los acontecimientos que tuvieron lugar en la plenitud de los tiempos.
En el reducto más íntimo del ser nace la obra más perfecta del Creador. Donde nadie descubre el torrente de gracia, en la intimidad del alma, Dios se expande y colma de bendiciones.
¡Cómo se experimenta, cuando se confía en Dios, que aun sin fuerzas uno camina, espera, se entrega, y descubre que ya no es por voluntarismo ascético, sino por la gracia!
Dios se nos revela. Él, por su cuenta, deshace toda proyección pagana sobre su identidad, se nos manifiesta como pastor que lleva en brazos a los corderos, y nos manda pregonarlo. El poder de Dios se hace impotencia para librarnos de nuestras prepotencias.
Tiempo para consolar, para compadecer, para mirar al que está a tu lado y echarle una mano, y así testimoniar que vivimos tiempos de esperanza. A la manera de Dios, quien se solidariza con su criatura.
En este tiempo de esperanza, los profetas nos invitan a salir de nuestro escepticismo, a superar la inclinación pesimista, a romper la tendencia negativa que nos transmiten los agoreros de calamidades.
Ver es creer, abrir los ojos a la verdad que da razón del seguimiento. Ver es reconocer al que viene...
No sucumbas en el recrudecimiento del combate contigo mismo, diciéndote que no tienes más salida que perecer. Cree en la Palabra.
No caigas en el error de agrandar tu debilidad para poder pensar que tú no eres llamado a la intimidad con Dios.
La puerta oscura del tiempo, del futuro, ha sido abierta de par en par. Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva. (Benedicto XVI, Spes Salvi 2)