VI Lunes del tiempo ordinario
Pablo VI, en 1961, declaró patrono de Europa a San Benito, por la importancia que tuvo el monacato benedictino en la evangelización de los pueblos del viejo continente. Juan Pablo II, enseguida de comenzar su pontificado y conocedor de las lenguas eslavas, declaró a los santos hermanos Cirilo y Metodio patronos de Europa (31 de diciembre de 1980), y últimamente añadió como copatronos a Santa Brigida de Suecia, madre de familia y fundadora, a Santa Catalina de Siena, monja que influyó en el retorno de los papas de Avignon a Roma, y a Santa Teresa Benedicta, de origen judío, profesora, conversa, mártir del nazismo (1 de octubre de 1999).

En el caso de los santos Cirilo y Metodio, sobresale la circunstancia de la inerculturalidad, y lo que ahora se llama sumersión lingüística o inculturación. Los dos hermanos eran de origen griego, nacidos en Tesalónica, ortodoxos de rito bizantino, asentados en Roma, y evangelizadores de Moravia, en su propia lengua y caracteres cirílicos. Tuvieron que sobreponerse a la herejía llamada “de las tres lenguas”, que sostenía que para orar a Dios sólo se podía hacer en hebreo, griego y latín. Los Papas de aquel momento bendijeron la empresa de los dos hermanos, y desde el siglo IX, se concedió a las tierras eslavas los libros litúrgicos en su propia lengua y alfabeto.
Una nota que sobresale en la historia de Cirilo († 14 de febrero de 869) y Metodio († 6 de abril de 865) es la mutua emulación para el bien, el estímulo que se daban el uno al otro en la tarea evangelizadora y en la entrega total de sí por el Evangelio. Me recuerdan a dos santos amigos, San Basilio y San Gregorio Nacianceno, que eran el uno para el otro el motivo de ver quién lo hacía todo mejor, y no de intentar ver quién era superior.
La oración, la preparación, la valentía son virtudes valoradas por el papa Benedicto a la hora de escoger a sus colaboradores. Él dice que aprecia que sean valientes, espirituales y preparados.
En estos momentos el testimonio de los santos Cirilo y Metodio no sólo nos invita a pedir su protección, sino a imitar su sagacidad y fuerza, desde la experiencia de la relación interior de la contemplación y de la fe.
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