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Una multitud de madres

Bill Firman (Trad. Paula Merelo Romojaro) -


“¿Qué os hace realmente felices?”

Eso es lo que pregunté a una de mis clases en una ocasión. Un estudiante respondió: “Fue el día en que me casé con mi mujer. ¡Estar casado con ella es maravilloso!”. ¡Fenomenal por el momento! Fue el siguiente comentario, desde una perspectiva totalmente inesperada, lo que me sorprendió. “Sí”-dijo-“¡me gusta tanto que no puedo esperar a casarme con otra!”.

En Sudán del Sur, se espera que un hombre que se casa pague una dote sustancial a los padres de la novia. Por esta razón, acumular mujeres puede ser un signo de riqueza, estatus y prestigio en la sociedad. En la cultura Dinka, como en otras culturas tribales, la dote se paga en vacas. Una mujer, que no parecía muy feliz en su matrimonio, le contó a la persona con la que hablaba: “Pero mi padre consiguió 300 vacas por mí”, como si eso fuera lo más importante del matrimonio. Trescientas vacas, por cierto, es un precio muy alto por una mujer. Esta es una forma muy diferente de mirar al matrimonio.

Puedo imaginarme a muchas personas pensando que este tipo de prácticas son denigrantes para la mujer, especialmente en una época en la que la igualdad de los sexos y la acción reivindicativa están bien establecidas.  Todo lo que puedo decir es que para mucha gente aquí esas prácticas parecen muy naturales, el orden social de la familia, pero sospecho que la poligamia está comenzando a declinar. Ciertamente, cuando le pregunté a una clase de profesores Dinka en formación, de los que la mayoría se habían graduado en el Instituto Loreto de Rumbek: “¿hay alguna práctica cultural que creéis que debería cambiar?”, una chica respondió inmediatamente: “Sí, deberíamos tener la posibilidad de elegir a nuestros maridos”. Uno de los tres hombres en clase reaccionó diciendo: “¡No, eso no puede suceder!”.  El cambio llegará, seguro, pero tampoco podemos pensar que este es un país de mujeres deprimidas y oprimidas.
Las Hermanas con las que vivo en comunidad en Riimenze hacen un gran trabajo de pastoral con las mujeres, no sólo en Riimenze sino en otras muchas comunidades desperdigadas por esta región de Sudán del Sur. Encuentran mujeres heridas que agradecen la oportunidad de contar sus historias y que esperan poder ver alguna transformación en las prácticas culturales. Sin embargo, la impresión mayoritaria es siempre la de mujeres que cuidan de sus hijos y sus familias y disfrutan enormemente de su maternidad. Los niños aquí están muy bien cuidados, no sólo por sus madres sino por sus abuelos, tías… ¡e incluso algún tío de vez en cuando!

Todos los adultos parecen cuidar de todos los niños. Esto no es represivo. De hecho, los niños pequeños corretean libres en todo tipo de lugares sin una supervisión aparente. A mí me parece una confianza sana en que los niños están seguros. ¡Distinto, pero definitivamente no disoluto!

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