Una ‘burbuja’ para los niños en Navidad

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    Me gusta pasar de la anécdota a la categoría; es decir, partir de un pequeño ejemplo, apenas una anécdota de la vida, y componer una teoría. Como fuera que la información sobre la crisis nos abruma, me llamó la atención este detalle de la radio:

“Dicen que vamos a consumir un tres por ciento menos durante estas Navidades”. No sé cómo lo adivinan, -pensé-, pero lo saben; o lo dicen, que para el caso es lo mismo. Y al comentar esta noticia, la gente decía, “ahorraremos en lo que podamos, pero en los juguetes de lo niños, no. ¡No se puede jugar con las ilusiones de los pequeños!”, concluían.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos. Permítanme dos palabras sobre ambas cuestiones. Miren, eso de que vamos a gastar un tres por ciento menos, está muy bien; ¿quién no puede pasar con un tres por ciento menos de lo que gasta, de lo que vende y de lo que gana? Miradas así las cosas, ¿quién puede decir que esto le da miedo? Además, ¿no habíamos quedado que consumimos en exceso, y que el ecosistema se resiente? Vaya, que no es sostenible vivir de este modo, que ni alcanza para todos, ni la tierra no lo aguanta. Así que un consumo más reducido tiene que venir de perlas. ¿Qué pasa, entonces? El engaño de las estadísticas, ya lo conocen ustedes. Si dos personas compran un pollo y se lo come una, las estadísticas dicen que se ha comido medio pollo cada una, pero usted sabe que una se ha comido el pollo entero y la otra nada.

Pues lo mismo pasa con lo del tres por ciento menos de gasto en las Navidades; que ese tres por ciento recae casi íntegro sobre una parte de la población, y así, el setenta por ciento consume lo mismo o más, y el treinta por ciento de la gente, consume mucho menos porque no puede; la estadística dice que, entre todos, hemos reducido el tres por ciento. Las estadísticas, por tanto, hacen maravillas y calman mucho la conciencia. ¿La conciencia? ¿Qué es eso cuando está de por medio el dinero?

Y luego estaba la otra anécdota. Ante todo, -decían-, no jugar con las ilusiones de los niños; no escatimar el dinero en lo suyo. Esto se presta a un comentario por repetido, ya previsible. Que deseemos para los niños lo mejor y hasta apartarlos un poco de nuestra angustia por la crisis, se entiende. Pero crear una burbuja, ¡otra más!, para aislar a los niños de la realidad, es una estupidez que no terminaremos de pagar nunca.

Yo creo que cada uno es al cabo responsable último de su vida, ¡hablo en general!, pero pienso que muchos jóvenes, de hoy y de mañana, tienen derecho a reclamar de sus padres, “por daños y perjuicios”; por haberlos hecho tan “blandos” en todos los sentidos: ante el consumo, ante el esfuerzo, ante la felicidad, ante el compromiso, ante los derechos con deberes. Es una cuestión cultural, y no sólo de cada familia, pero estamos haciendo el tonto, así, con todas las palabras, si intentamos ocultar el mundo y la vida a los niños, como ella es; a la medida de los niños y con el disfrute que corresponde a ese momento de la vida; pero mostrando las cosas como son: quiénes somos en casa, cuánto podemos, qué diferencias sociales hay y por qué, de qué vivimos y con qué respeto de los otros, qué nos podemos permitir, qué esfuerzos hemos hecho, qué es la justicia social, qué nos hace felices y qué nos hace sufrir…

En fin, tantas cosas que estamos ocultando… total para que lo vean con 18 años y nos digan que les hemos contando un cuento de hadas sobre la vida.

En fin, que las estadísticas tienen detrás personas que padecen el noventa por ciento del drama y ellas lo reflejan como el tres, el cinco o el veinte por ciento; y que los niños tienen que aprender a tiempo quiénes somos en casa, qué no se puede hacer porque es injusto, y con qué esfuerzo honesto se puede mejorar la vida. ¿Notan las veces que me sale la palabra justicia? Es que sin ella, todo es insoportablemente vaporoso y falso.