Un concierto de Jazz con homilía
En San Petersburgo existe la única sala de Jazz del mundo financiada por el presupuesto del estado, al menos así lo presentan ellos. El Jazz fue un género especialmente perseguido en el régimen soviético. Existía un refrán que decía: quien ama el Jazz, traicionará a la patria (en ruso rima: kto liubit jazz, rodiny prodást), pues quienes eran aficionados a un género tan “americano”, no podían ser buenos soviéticos. Aunque es fácil comprender que tanta inquina tenía mucho que ver con que el género se practicaba activamente y con gran altura. De hecho, algunos de los más afamados jazzistas del siglo XX, Benny Goodman, aunque nacido en Chicago, era hijo de emigrantes rusos. Para ser más exactos, de emigrantes judíos del Imperio ruso. Y es que muchos de estos músicos que se dedicaban al jazz en las catacumbas de la época soviética, eran de origen judío. Uno de ellos, George Friedmann, saxofonista legendario de aquella época, fue acercándose poco a poco a la Iglesia católica en sus frecuentes viajes a la república soviética de Lituania, y, tras recibir el bautismo junto con su mujer y varios años de formación teológica clandestina, fue ordenado sacerdote católico del rito oriental y ejerció el sacerdocio de manera clandestina durante muchos años. Cuando llegamos a San Petersburgo en el año 1998 vivía todavía su mujer, que murió pocos años después. El P. Fridmann es un buen amigo de nuestra casa, y sigue siendo muy popular y querido entre los profesionales del Jazz de San Petersburgo. La verdad es que se los trabajó a fondo, pues muchos de ellos, de origen hebreo como él (lo revela sus apellidos), son ahora católicos, algunos muy fervientes. Pero ninguno tanto como Gennady Golsthein, discípulo y después compañero de aventuras jazzistas del P. Friedmann, clarinetista, y actualmente director de un afamado grupo, “Saxofonistas de San Petersburgo”. Siempre que este grupo tiene un concierto, el P. Friedmann es invitado especial, y junto a él es frecuente que podamos acompañarle alguno de nosotros.
Gennady es un gran músico, pero, sobre todo, es una gran persona y un cristiano que ha hecho del testimonio un deber y una misión. En todos sus conciertos, al tiempo que va presentando las canciones o las piezas musicales (autor, año de composición, tema, texto…) hace con toda naturalidad alusiones a la fe cristiana, a Dios, al P. Friedamnn… Y siempre, al principio o al final, hace una introducción, o una conclusión, que es una pequeña homilía, pero llena de humor, inteligencia y buen gusto. Ayer asistí a uno de estos conciertos, naturalmente acompañando al P. Friedmann, también nos acompañaba el párroco, dominico francés, de la iglesia de Sta Catalina de Alejandría, P. Jakinf. Aprovechando que acababa de celebrarse la pascua ortodoxa, Gennady hizo toda una explícita alusión, dando a entender que ni el Jazz ni nada de la cultura occidental se entiende sin la fe cristiana. “Os imagináis, vino a decir, que hubiera pasado si a los negros africanos los hubieran llevado a China… Fue algo terrible, pero gracias a que fueron a América, conocieron el cristianismo, y de ese encuentro nació el Jazz” (y el Soul y el Blues, podríamos añadir).
A propósito de la pascua ortodoxa, la semana pasada, como os dije, pude participar –todo ensotanado- en la Pascua ortodoxa en el presbiterio, es decir, dentro del iconostasio. Fue una experiencia muy hermosa y que no me resultó tan pesada como me temía, pese a que estuve allí en pie desde las 23 hasta las 3 de la noche. Cuando estás allí, celebrando la misma fe, pero sin poder participar del único pan y del único cáliz, sientes especialmente el dolor de la separación. Después me invitaron a cenar en una cena multitudinaria con todo el presbiterio y muchos de los parroquianos más cercanos a la parroquia, colaboradores y demás. Incluso me presentaron y me obligaron a hacer uno de los muchos brindis que jalonan estos banquetes rusos.
Nosotros los católicos, mientras tanto, vamos enfilando el final de nuestra pascua, y la solemnidad de la Ascensión nos va señalando ya la puerta de salida (Pentecostés) hacia el tiempo ordinario.
Un abrazo,