Tiempo para Dios
El lunes por la mañana, las hermanas Rosa y Joana y yo fuimos a Makpundu al campo de refugiados congoleses en el que hay muchísimas personas pobres desesperadas. Compartimos con ellos la oración de las siete de la mañana en su iglesia de techo de paja soportado por postes sin pulir, toda una construcción que no se basaba en los cálculos y la precisión de la ingeniería sino en la acumulación de sabiduría y conocimientos prácticos de unas personas que han aprendido a apañárselas con muy poco. Fue un momento especial de oración porque en ese día se elegía un nuevo presidente en el Congo. No hubo posibilidad de votar para esta gente olvidada que desea un mundo mejor-aunque sea sólo en la esperanza de la oración y no en las urnas.
El padre Mario, su pastor desde hace mucho tiempo y quien les proporciona ayuda, está actualmente en Italia así que los catequistas guiaron la celebración en la que participaron unas ochenta personas. Al final, me sorprendió que me invitaran a decir unas palabras. Les saludé en mi limitado francés, que la mayoría de los adultos parecieron entender, y les dije que rezábamos por ellos y por todo el Congo en aquel día. Era un día inusualmente fresco pero muchos no llevaban más que harapos. Es todo lo que tienen. Mientras que el padre Mario está fuera, la hermana Rosa les asegura paquetes de galletas además del arroz y el azúcar que periódicamente se suministra en el campo. Les ayudamos un poco cuando podemos y son unas personas tremendamente agradecidas.
Sin embargo, aquí no existe el sentimiento de abandono o la falta de espíritu. Son felices por estar juntos, cantando, escuchando y dando tiempo a Dios. Me descubrí a mí mismo lo diferente que es esta situación de la de tantos lugares donde la gente tiene muchas más cosas pero ya no les queda tiempo ni espacio para Dios en sus vidas: sin haberse tomado una decisión formal, la presencia de Dios ya, simplemente, no se percibe ni se reconoce. En el tablón de anuncios de su parroquia, un pastor escribió: “Si Dios nos parece lejano, ¿quién se ha movido?”.
El jesuita Tom O´Donovan escribió que la eliminación de Dios de nuestras vidas trajo consigo dos tipos de “ateísmo”, no en el sentido estricto y técnico de una negación de Dios, sino en el sentido amplio de que Dios, simplemente, ya no forma parte de nuestras vidas.
A la primera forma de ateísmo moderno, O´Donovan le llama “Ateísmo por Distracción”. Este término describe el caso de la gente que está demasiado ocupada como para encontrar tiempo para Dios, gente cuyo estilo de vida afirma que la religión está bien, incluso es buena para los niños, pero que no puede malgastar su tiempo en cosas como esa.
La segunda forma es para O´Donovan el “Ateísmo por Materialismo”. Este incluye al conjunto de personas satisfechas consigo mismas que creen tener todo lo que necesitan con lo que ya tienen. Cuando a una joven danesa se le preguntó en un programa de televisión si su familia iba a la iglesia, respondió con una frase que describe muy bien este tipo de ateísmo: “No vamos a la iglesia. Tenemos todo lo que queremos. No necesitamos a Dios”.
La gente del Congo, o de Sudán del Sur, podría perfectamente preguntarse por qué Dios les ha abandonado. Por qué sufren por conseguir comida, agua, refugio, seguridad. Sin embargo, no culpan a Dios, con su fe sencilla, continúan buscando a Dios. Aquí uno no percibe ni el Ateísmo por Distracción –no tengo tiempo para Dios- ni el Ateísmo por Materialismo –tengo todo lo que quiero, no necesito a Dios. ¡De ninguna manera! Deseo prosperidad para esta gente aunque ya son realmente ricos por la forma de apreciar las cosas sencillas que tienen: comida básica, agua, una sonrisa, un apretón de manos, el valor que le dan a la familia y los amigos y su fe en un Dios que les ama.
He disfrutado muchísimo estas tres últimas semanas enseñando inglés y ética a nuestros nuevos alumnos del programa de formación para enfermeros y comadronas en Wau. Los estudiantes se mostraron muy agradecidos por la oportunidad que se les ofrecía para ser sanadores profesionales en una tierra tan abusada y maltrecha. Si nuestras vidas se centran en ayudar a otros que lo necesitan, Dios siempre estará en nuestros corazones. Pero si el beneficio material y la satisfacción personal se convierten en lo más importante, tenemos un problema. Aquí tenemos tiempo para Dios. ¡Qué gran regalo es ese!