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Solidarios de salón

Pablo Aceña de Mesa - (OCASHA-CCS) -

Resulta llamativa la tranquilidad con que nos movemos entre nuestra sociedad de consumo quienes nos decimos trabajadores de la Solidaridad. Es asombroso como justificamos todos nuestros excesos porque decimos que vivimos dentro del sistema sin ser del sistema. Sin embargo, más allá de nuestras necesidades básicas, que podríamos concretar en: alimentación, vivienda, sanidad, cultura, trabajo y hasta un poquito de ocio y tiempo libre, no paramos de consumir y consumir productos y servicios a los que ni de lejos se plantean poder acceder quienes, mediante sus míseras condiciones de vida, nos los hacen posibles a nosotros.

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Street Sofa by Demonic Rabbit

No dejamos de ser, así, unos “solidarios de salón“..., teóricos de una solidaridad que enunciamos constantemente como un ponerse en el lugar del otro, que nunca acabamos de practicar, pues no tenemos en nuestras casas alojados a las más próximas víctimas del capitalismo: a los inmigrantes, borrachos, toxicómanos, prostitutas, sin techo y demás “escorias” que nos vamos encontrando en nuestro camino. Los vemos pasar y pasamos de ellos, acumulando malas conciencias... o pensando que no es de nuestra incumbencia, porque lo nuestro son los empobrecidos de los países del Sur. Ésos son por los que trabajamos y nuestra “especialización” no nos permite pararnos en otras “menudencias”. Cuando lleguemos al final de nuestros días y hagamos balance de nuestras actitudes y acciones, probablemente nos encontremos con muchas cosas que pudimos hacer y no hicimos, con muchos actos de consumo superfluo, con demasiada contaminación generada en nuestra existencia, mientras la muerte bordeaba nuestras vidas.

Nos encontraremos también con diplomas y condecoraciones emitidos por los ricos de este mundo, que nos iban dando a medida que nosotros creíamos ir construyendo un mundo mejor, mientras los muertos, matados por el olvido, crecían en número, pero nosotros evitábamos algunos... ¡Menudencias!

La vida así vivida me resulta vacía. Me dan ganas de dejarme morir como aquellos a los que no puedo llegar, ya que si me tomo en serio eso de la solidaridad sería para ir derecho al matadero, al cubo de la basura de esta sociedad construida sobre pilares injustos que yo no puedo reestructurar, que son como columnas inamovibles, que ni aunque fuera Sansón podría desplazar ni un milímetro.

¿Qué puedo hacer?

Hay días en los que me encuentro contento y satisfecho por lo que hago, pero hay otros, como hoy, en que la evidente claridad se me manifiesta con su rostro desnudo, sincero, vacío, sin concesiones. Entonces, la esquizofrenia se me hace insoportable y tan sólo un profundo dolor habita en mí. Un dolor tan agudo que me lleva a mirarme con desprecio, con el desprecio que me miraría un viejo de una aldea congoleña que supiera todo lo que yo sé. Supongo que este viejo me preguntaría ...”¿ y tú te dices solidario?...Mientras nosotros estamos aquí olvidados, recluidos en el vacío de la inmensidad. Cuando yo tenía tus años, ya me sentía viejo, y de eso no hace mucho, pero hoy ya siento próxima la muerte y en mi corta vida he visto morir cerca de mí, muchos niños con la mirada perdida. Niños de nuestro pueblo que más les hubiera valido no haber nacido porque el sufrimiento ha sido lo único que han conocido. El sufrimiento de no saber ni siquiera a lo que podrían haber aspirado de haber nacido en vuestras tierras, habitadas por blancos. Los únicos blancos que hemos visto por aquí llevaban ropas militares o iban vestidos de médicos, pero nunca han durado mucho por nuestras tierras. Venían, hacían lo que tenían que hacer y se iban. ¡Hacer, hacer, hacer, siempre haciendo cosas estos blancos, pero casi nunca escuchando!... Parece que sólo les gusta oírse a ellos mismos, mientras nuestras agonías crecen hasta la desesperación”

....De seguir con estas reflexiones probablemente acabaría muy mal: tirando por la borda todas las inquietudes y trabajos de mi vida, instalándome en el desencanto para terminar asumiendo, desde una postura conformista, que he tenido suerte de nacer donde he nacido y debo disfrutar de lo que la vida me ha regalado. Acabaría cada día más mimetizado con el neoliberalismo, donando algo de mis dineros para que ONGs y prestigiosas organizaciones pongan un poco de comida para remediar en la medida de lo posible las grandes calamidades, hambrunas y guerras que se dan por otras latitudes.

Si no hago esto es porque creo firmemente en el mensaje de Jesús de Nazaret, que me impulsa día a día a no tirar la toalla, a creer que por encima de todo fatalismo existe la rebeldía liberadora. Tras cada muerte existe la posibilidad de la resurrección. Tras cada apocalipsis se halla la nueva Jerusalén o, como decía Cervantes por boca de sus personajes, porque no hay mal que cien años dure. Creo que la historia del ser humano se encuentra al borde de esos cien años simbólicos y más pronto que tarde ha de llegar una nueva era donde se deje vivir a la inteligencia y ésta vencerá finalmente a la estupidez reinante entre los poderosos. No es a los poderosos a quienes convenceremos para cambiar esta realidad. Simplemente no se puede convencer a un carroñero para que deje de comer carroña...¡Hay que espantarlos!. Y todos/as juntos/as podemos hacerlo a través de nuestras pequeñas iniciativas. Podremos sentirnos, a veces, muy a menudo, con el dolor en la boca del estómago, como se sentía el propio Jesús; podremos, incluso, morir alguno como murió Jesús, ajusticiado por el miedo de los poderosos. Ninguno queremos acabar en ese destino, pero viendo las historias personales de tanta gente que ha trabajado por la solidaridad y la justicia, no sería descabellado que esto ocurriera... si viviéramos por otras latitudes. No obstante, el hecho de no estar expuestos al peligro inminente de perder la vida, no significa que nuestras aportaciones no tengan valor, aunque sí es cierto que hemos de valorar mucho más el trabajo de quienes están directamente en el punto de mira del neoliberalismo asesino, que si no nos asesina a nosotros es porque no puede, pero no porque no le demos motivos.

Por lo tanto, sin relajarse ni un momento, es mejor que aprendamos consciente y constantemente a vivir en medio de nuestras contradicciones, sin dejarnos abatir por el fatalismo, poniendo nuestras ilusiones, esperanzas y esfuerzos al servicio de los más pequeños, los preferidos de nuestro Dios Padre/Madre de la vida, ya estén éstos en los países del Sur o nuestra cercanía geográfica. Por otro lado, la angustia ante el dolor del prójimo ha de servirnos como vacuna continua ante la injusticia...Si nos tomáramos todas las dosis de dolor que nos encontramos en nuestro camino, podríamos, rápidamente, morir envenenados, abortando toda la vida que tenemos por delante, con nuestras luchas, trabajos, éxitos y fracasos... que también son necesarios. Por lo tanto, sigamos poniéndonos en manos de Dios, dejándonos guiar por la sinceridad de nuestros corazones levantados hacia la Solidaridad.

Extraido de ismico.org, visto en Revista Fast

    
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