Se realista, pide lo imposible.

Los primeros años fueron unos años duros. Persecución para aquellos que quisieron seguir en plena comunión con la Iglesia Universal, e incomprensión hacia aquellos que intentaron buscar términos medios para adaptarse a una situación que requería imaginación y flexibilidad para poder ser superada. No obstante, aquellos años no eran años de diálogo entre la Iglesia y los regímenes marxistas y comunistas. La postura oficial, de ambos bandos, era “monólogo” y dureza en los principios y las actitudes. Los resultados no se hicieron esperar… la represión a la Iglesia Católica China en los años siguientes y especialmente durante la Revolución Cultural fue “viciosa”. El personal extranjero expulsado, y gran parte de laicos, religiosas y clero, encarcelados, torturados y en casos asesinados…en algunas diócesis más del 99% de las iglesias fueron demolidas, salvándose sólo una o dos de la destrucción, eso sí quedando desposeídas de todo ornamento y decoración religiosa.

En lo referente a doctrina de fe la comunión con la Iglesia Universal es completa… y ciertamente ya le gustaría a la Santa Sede que el resto de la Iglesia Universal fuera tan “ortodoxa y ortopráctica” como la Iglesia China… La gran traba para poder llegar a una comunión plena no es como a veces apunta Pekín la cuestión de Taiwán, sino otra eclesialmente mucho más profunda y radical; Pekín utiliza Taiwán como una perfecta cortina de humo que no hace sino revelar su desinterés por tener relaciones diplomáticas con el Vaticano. El resto de los países que han establecido, y aún hoy establecen, relaciones con China empiezan primero con reuniones y discusiones que llegan a la elaboración de un acuerdo y en virtud de la firma de este acuerdo –que reconoce a la República Popular China como el Gobierno representativo de China- el acuerdo anterior con la República de China (Taiwán) queda anulado y por lo tanto se rompen las relaciones con dicho gobierno. En el caso de la Santa Sede se pide primero romper las relaciones y luego sentarse a dialogar… por supuesto el Vaticano no acepta tal trato discriminatorio… y en cierto sentido desfavorable. A falta de petróleo, gas natural, maderas preciosas y otras riquezas materiales, lo único que le puede urgir a China a sentarse a negociar con el Estado Vaticano no es sino la representación diplomática de la Santa Sede ante la República de China (Taiwán)… para una carta un poco decente que se tiene, ¿cómo vas a tirarla antes incluso de empezar el juego?
Así pues ¿cuál es la verdadera piedra en el zapato que evita que las relaciones se puedan establecer?... Salvaguardar la independencia y autonomía de la Iglesia China respecto a cualquier poder extranjero. Cierto que nosotros diremos… no, si no es para tanto, si la Iglesia y el Estado hoy en día están separados, si ya no es como antes… puede ser, pero visto desde la historia reciente de China donde los extranjeros, Iglesia Católica incluida, llegaron a ser un “Imperium ad imperio” (con leyes y territorios propios, exentos de la legislación y jurisdicción China) que se aprovecharon del poder militar-diplomático para conseguir privilegios y beneficios, no es de extrañar que haya más que recelos respecto a todo lo que huela a “intromisión” en los asuntos internos de China, ya sea el nombramiento de Obispos, las delimitaciones de las diócesis o el color de las velas.

La reciente Carta Pastoral de Benito XVI al pueblo Chino abre muchas puertas y levanta muchas brumas que actos y documentos pasados habían arrojado al diálogo Sino-Vaticano, lo que es de alabar… no obstante, no ofrece nada nuevo, no llega a ser tan realista como para pedir lo imposible.
¿No se podría aceptar la elección democrática de los obispos por parte de las Iglesias locales, eso sí, dejando claro que a la menor intromisión del gobierno o órganos no eclesiales en la elección (como suele ocurrir ahora desgraciadamente, llegando incluso a secuestros y extorsiones) la persona elegida queda descalificada de por vida al puesto de obispo u otras penas?
¿No se podría aceptar la existencia de la Asociación Patriótica de la Iglesia Católica China pero poniéndola en su lugar, esto es, como un organismo de mediación entre el Gobierno y la Iglesia (sin competencia en asuntos eclesiásticos ya regulados por el derecho canónico), con el fin de procurar la coordinación y el diálogo entre ambos en lugar de ser un instrumento del Gobierno Chino para mangonear y entrometerse en asuntos estrictamente eclesiales fuera de su competencia?
Quizá sea pedir lo imposible, pero quizá sea también lo más realista. Durante más de 50 años se ha pedido lo posible –poner vino nuevo en odres viejos- y, a lo peor, hasta se consigue con el paso del tiempo. Si así ocurre, puede que hayamos perdido, como Iglesia Universal, una oportunidad única para llamar a las cosas por su nombre, poner los puntos sobres las “íes” y distinguir la paja del grano en materia de comunión eclesial. La Iglesia China puede ser hoy una oportunidad de renovación para la Iglesia Universal, y al mismo tiempo la Iglesia Universal puede ser una oportunidad de crecimiento y transformación para la Iglesia y el pueblo Chinos: son adultos, pueden elegir a sus obispos pero han de ser responsables. No estaría mal que la Iglesia Católica Universal fuera maestra con acciones, no con vanas palabras, en el arte de la justicia y la verdad, creadora de vida, animando a la Iglesia China a liderar al pueblo Chino en la autoconciencia de su madurez y sus derechos, mostrando que son lo suficientemente adultos como para votar a sus líderes –eclesiales u otros, sin consentir imposiciones degradantes o intromisiones ilícitas. Adultos, responsables y profetas… ¿Qué más se puede pedir a un cristiano y a cada Iglesia Local? Y… ¿Qué menos se puede pedir a la Iglesia Universal?
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