Se cumplen las profecías (La Anunciación del Señor)
La Anunciación del Señor
(Isa 7, 10-14; 8, 10; Sal 39; Hbr 10, 4-10; Lc 1, 26-38)
Se cumplen las profecías
Puede parecer impropio interrumpir el itinerario cuaresmal para celebrar una fiesta tan alegre y significativa como la Encarnación de Dios en el seno de María, la joven nazarena, más aún cuando estamos a las puertas de la Semana Santa.
Sin embargo, a poco que sepamos leer el proyecto de Dios de redimir a la humanidad asumiendo la naturaleza humana, como ya señalaba el profeta -“El Señor, por su cuenta, os dará una señal: Mirad: la virgen está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel” (Isa 7, 14)-, comprenderemos que el Misterio Pascual es, precisamente, la consumación del plan divino para beneficiar a la creación entera.
Si hay un momento intenso en los días santos, es el que vive Jesús en Getsemaní, que no es otro que el anunciado por el salmista: “Entonces yo digo: «Aquí estoy.» «-Como está escrito en mi libro- para hacer tu voluntad.» Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas” (Sal 39). Expresión que tendrá su mayor realismo en las palabras del Nazareno en el Huerto de los Olivos: “Padre, que no se haga lo que yo quiera, sino lo que quieras Tú”, y que son consecuencia de la Encarnación.
Por la obediencia a la voluntad de Dios, aceptada tanto por María en la Anunciación, como por Jesús a lo largo de su vida, se realiza la obra de la Redención. “Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre” (Hbr 10, 10).
Las profecías se cumplen. La bendición sobre la Casa de David alcanza su cumbre con el anuncio del Ángel: -«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.» (Lc 1,33)
Santa Teresa de Jesús
Sorprende, al conocer la vida de santa Teresa de Jesús, cómo el Misterio de la Encarnación abraza su historia. Entra en el Monasterio de la Encarnación de Ávila, y muere en el Monasterio de la Anunciación de Alba de Tormes, como si la Providencia quisiera agraciar con esta florecilla a quien amó tanto la Humanidad Sacratísima de Cristo.
Si hubiera que resumir la experiencia de Teresa de Jesús, habría que concentrarse en su relación con Jesucristo, a quien trata como a Amigo, Señor, Rey, Esposo, pero sobre todo, según sus propias afirmaciones, como a Hombre. “También he pensado si pedía aquel ayuntamiento tan grande, como fue hacerse Dios hombre, aquella amistad que hizo con el género humano; porque claro está que el beso es señal de paz y amistad grande entre dos personas. Cuántas maneras hay de paz, el Señor ayude a que lo entendamos” (Los Conceptos del Amor de Dios 1, 10)