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Razones para que todos tengan armas.

Atrio -

Después de la violenta matanza en la Universidad Tecnológica de Virginia el pasado mes de Abril, después de contados los muertos y atendidos los heridos en los hospitales, después de que a los padres de los alumnos matriculados en aquel campus se les aseguró que sus hijos podían volver a clase sin problemas, el debate sobre el control de las armas en nuestro país volvió a surgir de nuevo. Y, como podemos ver, la idea de controlar las armas se rechaza rotundamente.

Las razones son interesantes.

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autor : monsterdimka

¿Cómo crees que podremos resolver esta crisis de violencia por medio de armas en los Estados Unidos? le pregunté a uno de los mejores hombres que conozco. “Mira”, me contestó rápidamente, “te digo una cosa: si cada uno de los estudiantes de la Universidad Tecnológica de Virginia hubiera tenido un arma, en este momento 32 de ellos no estarían muertos”. “En un pequeño rincón de Texas”, continuó, “obligaron a que hubiera un arma en cada casa del condado y ¿sabes qué sucedió? Todos los ladrones se fueron al condado vecino”.

Debo admitir que este comentario me hizo pensar un rato. Después de todo, la historia puede ser apócrifa o no, pero es un argumento que te obliga a hacer una pausa, ¿verdad? Además, la persona que lo defendía es uno de los hombres más moderados que conozco. No me cabe la menor duda. No queda más remedio que pensarlo despacio.

He aquí lo que me cuesta entender. Nosotros creemos en las armas. Sí. Pero no para todos. Únicamente para nosotros. Cuando se trata de armas nucleares o de destrucción masiva, queremos controlar que el arsenal no caiga en manos de estados que consideramos ‘poco fiables’. No queremos que ellos estén armados. Es más, queremos limitar su capacidad de utilizar la violencia aun a costa de no poder defenderse de otros que sí la utilizan.

Pero también somos otro tipo de personas. Somos gente que dice que nosotros, cada ciudadano estadounidense adulto, debemos tener el derecho a estar armados en todo momento. Quizá tendríamos que estar armados en todo momento. Decimos que tenemos el derecho ‘a llevar armas’, a vivir con intimidación, a intercambiar la vida por la propiedad, a poner en peligro al inocente en nombre de la justicia. Votamos sobre este punto en las elecciones. Sabemos que tenemos algún tipo de derecho concedido por Dios para estar armados hasta los dientes. Por si acaso. El autor de una carta lo expresó así recientemente: “si les quitamos las armas a los buenos ciudadanos, sólo los criminales las tendrán”.

Así que les quitamos las armas a otros pero nosotros las seguimos teniendo. Decimos que es constitucional. Para nosotros, aparentemente, pero no para los demás. Argumentamos que limitando el arsenal de los otros pero manteniendo -aumentando- el nuestro, podremos contener cualquier tipo de violencia que otros puedan ejercer sobre nosotros. O dicho de otra manera: decimos que legitimando la violencia pública para contener la violencia personal, nos haremos pacíficos. Como si el hecho de dar armas a los ‘buenos ciudadanos’ limitara, de alguna manera, la brutalidad, la magnitud o el impacto de los criminales profesionales. Cuénteselo a Jesse James y a los Dalton que eran el terror de los grupos parapoliciales del Oeste, a Al-Qaeda y a los Talibanes que se enfrentan al poder de Estados Unidos y lo eluden.

Pero si es cierto que la mejor forma de controlar la violencia es que todos estemos armados, ¿a qué esperamos? Por supuesto, como me dijo aquel buen hombre, armemos a todos -y lo antes posible- porque la violencia está totalmente descontrolada en este país.

“Es posible que tengan razón”, me dije a mí misma pensando sobre la idea de las armas universales. Después de todo, tiene sentido. Si todos los estudiantes en el campus de la Universidad Tecnológica de Virginia hubieran estado armados, seguramente alguno de ellos habría podido controlar al asesino -y antes de que fuera tarde.

Pero después oí hablar al otro lado de mi alma. Cierto, pensé. Probablemente 32 personas no habrían muerto entonces. No en aquel momento. En aquel lugar. Pero, ¿cuántos habrían sobrevivido el resto de los disparos en sus vidas? A los disparos de tantos machos azuzados por la testosterona en todas las noches de los viernes y sábados de sus vidas. O a toda la violencia en las carreteras que pronto estaría acompañada por el fuego de las armas. O a todas esas discusiones domésticas, excesivamente frecuentes para seguir siendo toleradas. O a esa alienación que se cierne sobre esta gran sociedad, impersonal, anónima, solitaria, en la que vivimos que empuja a los solitarios a elegir el dolor de la muerte sobre el dolor de la vida. Quitarles las armas a los perturbados mentales ciertamente no disminuirá la violencia que brota de todos aquellos a nuestro alrededor que son los equilibrados, pero amedrentados, frustrados, borrachos, enfadados y pendencieros, cuyos nervios están a flor de piel y tienen sus pistolas a mano. ‘Las armas no matan a las personas’, nos dicen, ‘las personas lo hacen’. Exactamente. Según la página web de la campaña de Brady [11]: ‘en 2004 se utilizaron armas de fuego para asesinar a 5 personas en Nueva Zelanda, 37 en Suecia, 56 en Australia, 73 en Inglaterra y Gales, 184 en Canadá y 11.344 en Estados Unidos’.

En todos estos países existen leyes muy severas que controlan la tenencia de armas. Y al final esto se traduce en una realidad muy diferente. En Nueva Zelanda se produce 1 muerte por arma de fuego cada 800.000 habitantes. En Estados Unidos, 1 cada 27.000 habitantes.

Ciertamente es hora de que examinemos nuestras disparatadas posturas, de que hagamos frente a nuestras contradicciones, de que recapacitemos. De una vez por todas.

Nos estamos engañando cuando decimos que creemos que las armas nos traen la paz, mientras no estemos dispuestos a que el resto del mundo se arme al mismo nivel que nos armamos nosotros. Realmente no creeremos que la tenencia universal de armas nos hace estar más seguros que ahora mientras no estemos dispuestos a decirle a la policía que todas las personas angustiadas que van por las calles de nuestras ciudades estarán armadas a partir de ahora y que ya no necesitaremos más policías. Habrá algo falso en nuestro rechazo al control de armas mientras no estemos dispuestos a ir a la cama por la noche sabiendo que nuestros hijos están en un club, en un bar, en una fiesta en un país en el que todos están armados, aprendiendo, al mismo tiempo, a beber y a disparar.

Desde mi punto de vista, es hora de hacerlo o controlarlo. Es hora de dejar de fingir. Es hora de decidir qué tipo de sociedad realmente queremos.


La H. Joan Chittister, OSB, pertenece a las Hermanas Benedictinas de Erie, PA, USA. Ella es conferenciante y autora conocida internacionalmente. Directora ejecutiva de Benetvision (benetvision.org). Este artículo se publicó en ncronline.org para la revista National Catholic Reporter . Ha sido traducida por Mertxe Renobales para Atrio.org con permiso de la autora

    
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