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Migrar es humano, acoger es imperioso

Mary Larosa, Mónica Maronna. en la Revista Novamerica. -
Por la fe, Abraham, al ser llamado, obedeció y salió hacia la tierra que había de recibir en herencia, pero sin saber adonde iba...
Por la fe en "la tierra sin males", el Pueblo Guaraní sigue caminando, a pesar de la ley y de la muerte.
Por la fe, los hijos de Israel atravesaron el mar rojo a pie enjuto, mientras sus perseguidores se ahogaban en las grandes aguas...
Por la fe, los pobres de nuestros pueblos cruzaron las montañas, vencieron las fronteras y rehabilitaron humanamente el campo y la ciudad, mientras sus dominadores se vienen ahogando deshumanizados en los grandes lucros.

Pedro Casaldáliga. Paráfrasis indoafroamerindia de Hebreos,11.

Están, vienen, los traen, se van..., he aquí una constante a lo largo de toda la historia de la humanidad. Voluntaria o forzadamente, debido a diversas condiciones naturales o sociales, en todos los tiempos los seres humanos han cruzado los espacios del planeta impulsados por una compleja urdimbre de dinamismos que expulsan o atraen, que obligan a unos a moverse mientras permiten a otros permanecer.

En el nomadismo, forma de vida propia de los tiempos prehistóricos, la migración era parte constitutiva del estilo de vida y condición de subsistencia del grupo. Luego, a medida que las condiciones  culturales  fueron  permitiendo el suficiente dominio de la naturaleza para asegurar la subsistencia en determinados lugares, aparece el sedentarismo, y se va imponiendo gradualmente hasta constituir la forma de vida más común en los tiempos históricos. Sin ignorar que hay diferencias culturales cualitativas entre una y otra forma, se podría decir que nomadismo y sedentarización no son sino extremos de un continuum que combina en diversos grados y formas traslado y permanencia, realidades presentes en todas las especies y muy particularmente en la especie humana.

Hogar y camino, Itaca y travesía, la aventura de partir, el riesgo de empezar de nuevo. Si bien los desplazamientos son una constante en la historia de la humanidad, también es verdad que existe en el ser humano un deseo de arraigo y permanencia que se acentúa con la forma de vida sedentaria. Por ello ponerse en camino supone siempre algo de dolor, una ruptura, un desgarro... aunque también una esperanza. Y cuando el que migra es el pobre, el desplazado, el que se ve obligado a partir, estos rasgos dolorosos se acentúan, y la migración puede transformarse en drama.

América. En el principio fueron las migraciones...

El continente americano ha sido a través de su historia, y es también en el momento actual tierra de fuertes flujos migratorios.

Existe consenso entre los investigadores con respecto a que el poblamiento inicial de América fue fruto de sucesivas oleadas migratorias  comenzadas con los primeros humanos que se desplazaron desde Asia a través de la helada Beringia, hace aproximadamente 40.000 años. Tiempo después se habían sumado otros grupos que llegaron a través del Pacífico. A lo largo de miles de años, en desplazamientos que podríamos marcar fundamentalmente de norte a sur, y de oeste a este, este, en múltiples combinaciones de nomadismo y sedentarización, las etnias amerindias fueron poblando las inmensas llanuras, montañas, selvas y costas del continente.

En la memoria colectiva de muchos pueblos originarios americanos aparece como mito funcional una migración. Así los aztecas, por mencionar uno de ellos, se desplazan de aquí para allá hasta encontrar un águila devorando una serpiente sobre un nopal, signo por el que reconocen el lugar señalado por su dios Huitzilopochtli para la fundación de su capital, Tno-chtiflan, y allí se establecen.

Otro elocuente ejemplo es el mito de la tierra sin males, motor inspirador de grandes migraciones de la macro etnia guaraní, siempre alerta a la inspiración divina para emprender nuevos desplazamientos.

Llegan los europeos o el choque de dos mundos

En un momento de su historia los pueblos que habitaban el continente se encontraron invadidos por unos seres para ellos extraños, que venían sobre el mar en casas de madera y traían el trueno en las manos. Se trataba de una nueva migración. Esta vez de este a oeste; venían de donde nace el sol, de la Europa transatlántica. Llegaron en pie de guerra, desplazando, destruyendo, conquistando. Llegaron para quedarse. Conquistaron imperios preexistentes, y se impusieron a las culturas locales dominándolas, subyugando a sus habitantes e imponiendo sus propias formas culturales. Así se fueron estableciendo, y con el tiempo sintieron suya la nueva tierra.

Siguieron llegando durante tres siglos más. No todos venían ya como conquistadores. Los había pobres y desposeídos en sus lugares de origen, que llegaban a América con el sueño de un futuro mejor. América era para ellos lugar de utopía, de futuro, de esperanza. Traían a cuestas su cultura, y se encontraban aquí con variantes de la misma entre sus coetáneos que habían llegado antes. También se encontraban con las culturas amerindias a las que por lo general consideraron inferiores. Pero supieron muchas veces mezclarse con ellas dando lugar a un peculiar mestizaje tanto racial como cultural, diverso según las regiones del continente, aunque marcado siempre en mayor o menor grado por las relaciones de dominio que estos europeos y sus descendientes criollos imprimieron a la nueva realidad que habían creado.

Los trajeron; el viaje al infierno.

Otra triste migración asoló el continente durante esos siglos: millones de africanos fueron traídos encadenados a América para ser vendidos como mano de obra principalmente para las plantaciones y el trabajo en las minas. Comprar y vender, traficar con seres humanos al amparo de los estados, fue un negocio muy lucrativo tanto para quienes explotaban su trabajo como para quienes intermediaban con ellos y con sus descendientes. Mientras la independencia política de los estados americanos se logró en apenas dos décadas, la toma de conciencia de lo atroz de la esclavitud y la abolición de la misma, fueron procesos muy lentos. Para muchos países, como es el caso de Brasil, la esclavitud se perpetuó hasta fines del siglo XIX. En Estados Unidos la abolición real llegó por etapas tras una sangrienta guerra en ese mismo siglo, y una dolorosa lucha por la igualdad que abarcó gran parte del siglo XX.

Seguramente hoy, en los albores del siglo XXI, nadie osaría defender o argumentar a favor del tráfico humano. Y sin embargo sigue existiendo: verdaderas redes clandestinas transportan hombres, mujeres y niños en las peores condiciones imaginadas. Hacinados en contenedores, o encerrados en camiones, miles de seres humanos intentan alcanzar otros horizontes para terminar, en el mejor de los casos -esto es si logran sobrevivir-, como esclavos indocumentados de la nueva economía. Resulta también inocultable la existencia de otra migración forzada: mujeres que han sufrido en tanto victimas de poderosas redes de prostitución.

América. Polo de atracción de inmigrantes

Durante buena parte de los siglos XIX y XX, este continente siguió siendo núcleo de atracción para europeos empobrecidos o expulsados por razones políticas. Los gobiernos de los nuevos estados americanos ofrecían facilidades a quienes quisieran establecerse. Los relatos de inmigrantes de esa época, aunque diversos, suelen evocar como lograban integrarse en la cultura americana y obtener un grado de bienestar que se coronaría en las generaciones siguientes. Claro que no todo era fácil, porque una cosa era acoger inmigrantes en tiempos de prosperidad y otra en épocas de bajos salarios y alto nivel de desempleo. En tiempos de crisis los inmigrantes eran discriminados. Y por más facilidades que se encontraran en los buenos momentos, siempre dolia lo que se había dejado atrás, siempre costaba la integración, siempre había un precio que pagar. Pero en términos generales, se podría decir que esta nueva migración de pobres y refugiados formó so hogar en América, hizo su contribución, y soñó con quedarse y permanecer.

Cambian los vientos. América Latina tierra de emigración.

Si las primeras migraciones del continente se dieron de norte a sur y de oeste a este, hoy se ha revertido la direccionalidad.

Como aves migratorias impulsadas por los vientos de la historia, las poblaciones emigrantes de América se trasladan ahora de sur a norte dentro del continente, y de oeste a este a través del Atlántico. Estados Unidos y Europa absorben buena parte de los expulsados de América Latina, sean pobres desposeídos, profesionales o trabajadores calificados sin trabajo, o intelectuales en busca de oportunidades. Por ejemplo,  los datos más recientes indican que de Uruguay, país con poco más de tres millones de habitantes, hay 600.000 que residen en el exterior, y que la propensión a emigrar aumenta en los jóvenes con alto nivel de formación. El sociólogo uruguayo Cesar Aguiar señala que existen, además, circuitos migratorios regionales, relativamente autónomos de los procesos globales. Así como existen movimientos que conectan Europa del Este con Europa Occidental, existen actualmente los que conectan regiones de América entre sí. Entre ellos destaca el susbsistema migratorio del Cono Sur, "Área relativamente integrada que nuclea a Argentina, Paraguay, Uruguay, Chile y el sur de Brasil, y que según los factores más o menos coyunturales tiene capacidad para expandir su influencia hasta Bolivia, Perú, Ecuador, y en algunas ocasiones hasta Colombia.  Entre ellos, Argentina y sobre todo Buenos Aires, son centros receptores de estos movimientos. Estos flujos son frecuentemente reversibles, ya que la relativa inestabilidad de todas las economías latinoamericanas pueden hacer necesaria la vuelta al país de origen. En realidad, toda la población de América está en movimiento ya que habría que agregar, además, el continuo flujo campo-ciudad que se da en todos sus países, acentuando el rápido crecimiento urbano y la formación de megalópolis.

La globalización tiende a borrar fronteras. Los estados nacionales han quedado pequeños para las empresas multinacionales, la traslación de capitales, los procesos de producción, pero estas fronteras se mantienen para las personas. Las leyes migratorias se han endurecido en muchos países. Estados Unidos construye un muro para impedir el acceso de inmigrantes desde el sur y el senado veta la flexibilización de la legislación migratoria. Tampoco se flexibilizan las leyes migratorias de los países latinoamericanos entre sí.

Nadie en el continente puede, aunque lo intente, permanecer indemne a estos movimientos de personas y cultoras. Afectan tanto a quienes se van como a quienes se quedan; transforman a quienes reciben. Imperceptiblemente, y no sin dolorosos conflictos, cada día se están delineando nuevos paisajes culturales y nuevas identidades.

América sigue en la fragua y sus gentes siguen soñando una tierra sin males y apostando la vida por encontrarla.


MARY LAROSA, MÓNICA MARONNA. Publicado en el n°115 de la Revista Novamerica. www.novamerica.org.br
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