Meditación para el XXIV Domingo del Tiempo Ordinario, B (13 de Septiembre de 2009)

En el Evangelio se proclama: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (Mc 8, 34). Esta invitación, desnuda de experiencia amorosa es insoportable, dura, e incomprensible. A la luz de salmo interleccional es posible intuir la sabiduría de tomar el camino del Crucificado: “El Señor inclina su oído hacia mí el día que lo invoco. Caí en tristeza y angustia, invoqué el nombre del Señor y, estando yo sin fuerzas, me salvó”. El profeta anticipa: “El Señor me abrió el oído y no me resistí ni me eché atrás”. Porque “El señor me ayuda”. “Sabiendo que no quedaría defraudado” (Is 50, 5.7.9).
Es difícil demostrar esta certeza que da la fe; sin embargo, con ella se afronta la historia de otra manera. El salmista se decide y opta por el seguimiento: “Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida” (Sal 114). El Siervo ofrece sus espaldas sin resistencia. Jesús conoce su destino de cruz y de muerte y lo abraza. En definitiva: “Por las obras, te probaré mi fe” (Sant 2, 18).
Resuenan las palabras de Jesús en los Evangelios: “El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo” (Mt 20, 26-27). Guardo el eco de algunas exigencias de las Escrituras: el que quiera ser discípulo mío, del grupo de mis amigos, ganar su vida, gozar de paz, sentir alegría interior, conocer el amor de Dios, experimentar la fuerza en la debilidad, habitar en el Santuario, subir al Monte de la Luz, que tome su cruz, que deje todo, abandone las redes, circuncide su corazón, se fíe de mi palabra y me siga, que se venga conmigo, detrás de mí, y recibirá cien veces más.
“Señor, mi naturaleza se resiste a entender tus propuestas. Siente rechazo ante todo lo que significa dolor, negación, renuncia. Y, sin embargo, debo reconocer que no hay momentos más luminosos, ni más estelares en el camino de la existencia que aquellos en los que se han abrazado los acontecimientos, a veces muy dolorosos, se ha aceptado el despojo, y se ha preferido la donación de sí a la reserva de uno mismo.
Señor, si me llamas a seguirte, dame la fuerza necesaria para serte fiel. Y el salmo responde: «El Señor es benigno y justo, nuestro Dios es compasivo; el Señor guarda a los sencillos (Sal 114).
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