Meditación para el domingo XIX del tiempo ordinario
El Evangelio de San Juan encuadra el texto del discurso del “pan de vida” (Jn 6) con resonancias proféticas. Jesús, sentado en lo alto del monte, evoca la figura de Moisés. Cuando multiplica los cinco panes de cebada, resalta el paralelismo con Eliseo. Este domingo, la primera lectura narra el pasaje de Elías en el desierto. El ángel de Dios lo despierta y le ofrece de comer y de beber, auxilio que le permite superar la crisis de la desesperanza. En el texto del Evangelio, Jesús afirma que Él es el pan bajado del cielo.
La ofrenda de pan y vino de Melquisidec, las tortas de flor de harina que ofrece Abraham a los tres jóvenes, el maná del desierto, el pan a la cabecera de Elías, prefiguraban la oblación de Jesús en la noche de la Cena, cuando se entregó hecho pan santo.
El pasaje que hoy se proclama en la Liturgia (Jn 6, 41-51) resalta la declaración que se hace sobre Jesús, y que él mismo refrenda: “Yo soy el pan bajado del cielo”. “Yo soy el pan de la vida”. “Yo soy el pan vivo”. La resonancia ahora no sólo es profética, por la que se presenta como el nuevo Moisés, el nuevo Elías, el nuevo Eliseo. La expresión “Yo soy” declara la esencia divina.
Por la identidad del que se presenta como enviado del Padre, cabe dar crédito a las palabras de Jesús, que aseguran vida eterna a quien coma pan del cielo, que es Él mismo.
En pleno verano, cuando el olor a rastrojos y el paisaje de la siega iluminan los ojos del labrador porque la cosecha de trigo ha llegado a colmo, el discurso del “Pan de Vida” invita, como canta el salmista, a gustar la bondad del Señor (Sal 33).
¿Cómo es posible saborear el alivio que ofrece la Eucaristía en este tiempo de vacaciones? La lectura de la carta de San Pablo a los Efesios concreta en dos maneras los efectos que debieran gustar los que participan en la mesa del Señor. Mirando a lo negativo, señala: “Desterrad la amargura, la ira, los enfados, los insultos y toda maldad”. De forma positiva, anima: “Sed buenos, comprensivos, perdonaos unos a otros. Sed imitadores de Dios, como hijos queridos. Vivid en el amor como Cristo os amó, como oblación y víctima de suave olor” (cf Ef 4, 30-5, 2), que no es otra cosa que ser Eucaristía.
Agrada la imagen del ángel despertando al profeta y sacándolo de su tedio, icono actual, que describe de forma realista el estado de muchos cristianos. Gusta escuchar al Maestro la enseñanza del discurso más emblemático del Evangelio de San Juan, que sustituye a los textos de la institución de la Eucaristía, que se encuentra en los Sinópticos. La prueba de que nuestra escucha y admiración no se reduce a la especulación de la mente, la tenemos en los frutos que señala San Pablo y que son el mejor distintivo de quienes, como los primeros cristianos, seguimos celebrando la “fracción del pan”.

El pasaje que hoy se proclama en la Liturgia (Jn 6, 41-51) resalta la declaración que se hace sobre Jesús, y que él mismo refrenda: “Yo soy el pan bajado del cielo”. “Yo soy el pan de la vida”. “Yo soy el pan vivo”. La resonancia ahora no sólo es profética, por la que se presenta como el nuevo Moisés, el nuevo Elías, el nuevo Eliseo. La expresión “Yo soy” declara la esencia divina.
Por la identidad del que se presenta como enviado del Padre, cabe dar crédito a las palabras de Jesús, que aseguran vida eterna a quien coma pan del cielo, que es Él mismo.
En pleno verano, cuando el olor a rastrojos y el paisaje de la siega iluminan los ojos del labrador porque la cosecha de trigo ha llegado a colmo, el discurso del “Pan de Vida” invita, como canta el salmista, a gustar la bondad del Señor (Sal 33).
¿Cómo es posible saborear el alivio que ofrece la Eucaristía en este tiempo de vacaciones? La lectura de la carta de San Pablo a los Efesios concreta en dos maneras los efectos que debieran gustar los que participan en la mesa del Señor. Mirando a lo negativo, señala: “Desterrad la amargura, la ira, los enfados, los insultos y toda maldad”. De forma positiva, anima: “Sed buenos, comprensivos, perdonaos unos a otros. Sed imitadores de Dios, como hijos queridos. Vivid en el amor como Cristo os amó, como oblación y víctima de suave olor” (cf Ef 4, 30-5, 2), que no es otra cosa que ser Eucaristía.
Agrada la imagen del ángel despertando al profeta y sacándolo de su tedio, icono actual, que describe de forma realista el estado de muchos cristianos. Gusta escuchar al Maestro la enseñanza del discurso más emblemático del Evangelio de San Juan, que sustituye a los textos de la institución de la Eucaristía, que se encuentra en los Sinópticos. La prueba de que nuestra escucha y admiración no se reduce a la especulación de la mente, la tenemos en los frutos que señala San Pablo y que son el mejor distintivo de quienes, como los primeros cristianos, seguimos celebrando la “fracción del pan”.
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