Meditación desde Buenafuente para el Segundo Domingo después de Navidad (3 de Enero de 2009).
(Ecl 24, 1-2. 8-12; Sal 147; Ef 1, 3-6. 15-18; Jn 1, 1-18)
Al inicio del año, la Liturgia de la Palabra escoge unos textos que hacen referencia “al principio”. Esta expresión evoca el comienzo del tiempo, la creación primera y la renovación de todas las cosas en Cristo, la redención o recreación.
El Evangelio de San Juan afirma que antes del tiempo existía la Palabra, que la Palabra estaba junto a Dios, porque todo se hizo por la Palabra. “La Palabra en el principio estaba junto a Dios”.
En un ejercicio contemplativo nos remontamos a la existencia anterior al tiempo: “Desde el principio, antes de los siglos”, y al abismarnos en la luz que existía en Dios, luz que brillaba en la tiniebla, al contemplar la Sabiduría divina, que habitaba desde siempre en la presencia de Dios, de pronto nos sorprendemos con una visión conmovedora.
No sólo al principio, sino antes de los siglos existía la Palabra, que estaba en Dios. La Palabra era Dios. Antes del tiempo, la Sabiduría habitaba en la santa morada. Y nosotros, no sólo comenzamos a existir en el tiempo, pues San Pablo afirma que el Padre de nuestro Señor Jesucristo “nos eligió en la Persona de Cristo antes de crear el mundo”.
El tiempo no es una categoría permanente, el tiempo pasa, Dios no pasa, no tiene tiempo; la Sabiduría no cesará jamás y en ella hemos sido pensados, bendecidos, elegidos, creados. No estamos ante un futuro incierto, ante un devenir expuesto a todas las intemperies. El que nos eligió, nos justificó y nos glorificará, gracias a la Palabra hecha carne, que habita entre nosotros, en nosotros.
Somos la concreción del pensamiento divino, la historia del amor de Dios, la aparición de su bondad. Lo descubrimos en Cristo, en quien hemos sido enriquecidos con toda clase de bienes espirituales y celestiales.
Para el que acoge la Palabra, el año discurrirá como año de gracia, tiempo para experimentar la filiación de adopción divina, para comprender la esperanza a la que hemos sido llamados.
El año 2010, tiempo de gracia, año santo jacobeo, está prácticamente inédito, y sin embargo, está ungido y remecido de esperanza. En este año Dios nos seguirá demostrando la riqueza de su gloria, a la que nos llama.
Es tiempo de glorificar a Dios, de bendecirlo por habernos hecho capaces de recibir la Buena Noticia, el Evangelio. Por gozar del don de la fe, que nos permite vivir con la conciencia de haber sido destinados a ser hijos de Dios, por pura iniciativa suya.
Ante el año recién nacido, ¿vives en confianza o te asalta el temor? “El Señor ha reforzado los cerrojos de tus puertas, te sacia con flor de harina, ha puesto paz en tus fronteras”.

El Evangelio de San Juan afirma que antes del tiempo existía la Palabra, que la Palabra estaba junto a Dios, porque todo se hizo por la Palabra. “La Palabra en el principio estaba junto a Dios”.
En un ejercicio contemplativo nos remontamos a la existencia anterior al tiempo: “Desde el principio, antes de los siglos”, y al abismarnos en la luz que existía en Dios, luz que brillaba en la tiniebla, al contemplar la Sabiduría divina, que habitaba desde siempre en la presencia de Dios, de pronto nos sorprendemos con una visión conmovedora.
No sólo al principio, sino antes de los siglos existía la Palabra, que estaba en Dios. La Palabra era Dios. Antes del tiempo, la Sabiduría habitaba en la santa morada. Y nosotros, no sólo comenzamos a existir en el tiempo, pues San Pablo afirma que el Padre de nuestro Señor Jesucristo “nos eligió en la Persona de Cristo antes de crear el mundo”.
El tiempo no es una categoría permanente, el tiempo pasa, Dios no pasa, no tiene tiempo; la Sabiduría no cesará jamás y en ella hemos sido pensados, bendecidos, elegidos, creados. No estamos ante un futuro incierto, ante un devenir expuesto a todas las intemperies. El que nos eligió, nos justificó y nos glorificará, gracias a la Palabra hecha carne, que habita entre nosotros, en nosotros.
Somos la concreción del pensamiento divino, la historia del amor de Dios, la aparición de su bondad. Lo descubrimos en Cristo, en quien hemos sido enriquecidos con toda clase de bienes espirituales y celestiales.
Para el que acoge la Palabra, el año discurrirá como año de gracia, tiempo para experimentar la filiación de adopción divina, para comprender la esperanza a la que hemos sido llamados.
El año 2010, tiempo de gracia, año santo jacobeo, está prácticamente inédito, y sin embargo, está ungido y remecido de esperanza. En este año Dios nos seguirá demostrando la riqueza de su gloria, a la que nos llama.
Es tiempo de glorificar a Dios, de bendecirlo por habernos hecho capaces de recibir la Buena Noticia, el Evangelio. Por gozar del don de la fe, que nos permite vivir con la conciencia de haber sido destinados a ser hijos de Dios, por pura iniciativa suya.
Ante el año recién nacido, ¿vives en confianza o te asalta el temor? “El Señor ha reforzado los cerrojos de tus puertas, te sacia con flor de harina, ha puesto paz en tus fronteras”.
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