Meditación del IV Domingo del Tiempo Ordinario (A)
En los textos que hoy nos propone la Liturgia, encuentro una especial reiteración de acciones, que alcanzan números emblemáticos y simbólicos, además del sentido propio de las palabras que las definen.
Todo el contexto nos hace intuir la intención de la Iglesia al escoger los pasajes que hoy se proclaman. Se trata de una situación en la que sobresale la minoridad del resto de Israel, del nuevo pueblo de Dios, minoridad resaltada por Jesús en el discurso de las Bienaventuranzas.

Nunca nos es permitido el juicio, pero además, según la Sagrada Escritura, los humildes, los pocos, pequeños, desechados, tenidos en menos, son los verdaderamente benditos de Dios.
En la primera lectura, se observa la importancia que tiene la actitud de búsqueda, cuando por tres veces, el profeta señala: “Los humildes, buscad al Señor, buscad la justicia, buscad la moderación”.
El salmista, de forma emblemática, señala hasta qué extremo Dios favorece a los que los humanos tenemos en menos. En diez acciones, el salmo despliega el poder y la realeza de Dios: El Señor mantiene su fidelidad, hace justicia, da pan a los hambrientos, libera a los cautivos, abre los ojos a los ciegos, endereza a los que ya se doblan, ama a los justos, guarda a los peregrinos, sustenta a huérfanos y a viudas, trastorna el camino de los malvados.
Como coronación de la constante que se afirma a lo largo de los pasajes, el Evangelio presenta a Jesús, sentado, en gesto de mayor autoridad, pronunciando los grandes títulos por los que Dios bendice: “Dichosos los pobres, los que lloran, los sufridos, los misericordiosos, los hambrientos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz, los perseguidos por justos, los insultados y calumniados por causa de Él”.
Deberemos examinarnos si nuestras valoraciones coinciden con las que hace la Palabra de Dios.
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