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María, la preservada de pecado

Angel Moreno -

En el reducto más íntimo del ser nace la obra más perfecta del Creador. Donde nadie descubre el torrente de gracia, en la intimidad del alma, Dios se expande y colma de bendiciones. La preservación de todo pecado, de la que fue beneficiaria la Virgen María, aconteció en la mayor intimidad. Nadie fue testigo.

Los padres de María, en el momento de concebirla, no supieron que en el fruto de su amor esponsal estaba actuando la Trinidad santa con derroche de amor y disponiendo a la criatura bendita, escogida desde antes de los siglos para dar su carne a la Palabra.

María nació como una niña de tantas, en un hogar común, bendecido por Dios y remecido de fidelidad mutua entre los esposos.  Creció en consciencia de gracia y de llamada, hasta el extremo de saberse creada enteramente para Dios.

María, la escogida para ser Madre del Verbo hecho carne, a medida que iba creciendo, debió de percibir la fascinación por Dios, verse hecha para Él, no tener otra inclinación que la de ser enteramente suya.

Hasta que escuchó la voz del ángel del Señor, María convivió con la gracia, sin saber lo que significaba su atracción por Dios.

El conocimiento del don único del que gozó María, la Madre de Jesús, fue una deducción por la historia de lo que aconteció en ella y con ella. Pero María se vivió a sí misma como esclava y sierva del Señor.

La Iglesia dedujo el privilegio de la Concepción Inmaculada de María como fruto de la contemplación de lo que Dios había hecho en ella. No podía concebir a Dios quien tuviera algo que lo negara.

Cada ser humano ha sido creado a imagen de Dios. Lo sabemos porque el Hijo de Dios se hizo hombre en el seno de María. Quien da crédito a esta verdad aumenta su transfiguración, y los demás perciben la irradiación divina que emite su rostro humano.

María fue fuente de alegría, cantó las maravillas que el Señor había hecho en ella. Isabel la bendijo, Juan saltó en el seno de su madre, los pastores de Belén volvieron llenos de alegría al ver al niño en brazos de su Madre.

Cuando dejamos que la gracia actúe, el mundo se llena de alegría, se expande la fascinación por el don derramado por Dios en el corazón de cada uno de nosotros. Los que dejan que Dios opere en ellos, se convierten en mensajeros de paz, en servidores de amor, y suscitan cánticos de gozo.

María nos enseña a dejar crecer en nosotros la gracia, a no poner impedimentos al Espíritu Santo, con la docilidad a la llamada, que a su vez es fruto del don recibido.

María Inmaculada nos invita a dejarnos perdonar. Pues no hemos nacido sin pecado, vivamos, gracias al don de la misericordia, en amistad plena con Dios.

    
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