Los otros muros de la vergüenza

12 de noviembre de 2009
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Estamos felices con el 20 aniversario de la caída del muro de Berlin. Fue un gran logro sin duda. Hilary Clinton afirmó el domingo que hemos de trabajar unidos por la democracia y los derechos humanos para derribar “los muros del siglo XXI”. Ella citó el terrorismo,  la proliferación de las armas nucleares y  el cambio climático.  Pero, como suele suceder, Estados Unidos tira la piedra y esconde la mano.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos. Apoya por ejemplo el muro militar de ocupación de mayor longitud que existe en el mundo. Mide 2.720 km, fue construido por Marruecos en el Sahara Occidental hace más de tres décadas para protegerse, supuestamente, de las incursiones del Frente Polisario y es una zona con búnkers, vallas y campos de minas.

Estados Unidos podría haber destruido otro muro, el que aisla a los palestinos de su propio territorio, ese que Israel empezó a levantar en 2002 en suelo cisjordano y que ha dejado ya a 97 comunidades palestinas completamente aisladas: rodeadas por tres flancos una colonia judía y las carreteras del apartheid (por las que sólo pueden circular vehículos con matrícula israelí). Además, la barrera aísla Jerusalén Este de Cisjordania, lo que “deja a 360.000 palestinos desconectados de su pueblo y rodeados por un muro de 181 kilómetros. Esto impedirá cualquier acuerdo para la creación de un Estado palestino”, según afirma Yamal Yuma, de la ONG “Contra el Muro”.

El tercer muro está construido por los propios Estados Unidos: la frontera de más de 3000 kilómetros que comparte con México, para detener la inmigración ilegal. Mientras e cualquier tipo de reforma migratoria se estanca en el Congreso, la Comisión Nacional de Derechos Humanos de México denuncia que ya han muerto más de 5.600 inmigrantes en su intento por cruzar la frontera. El muro incluye tres bardas de contención, iluminación de muy alta intensidad, detectores de movimiento, sensores electrónicos y equipos de visión nocturna conectados a la policía fronteriza estadounidense (Border Patrol), así como vigilancia permanente con camionetas todo-terreno y helicópteros artillados.

El cuarto muro es español. Nuestro Gobierno mandó construir a finales del siglo XX dos barreras físicas en Ceuta y Melilla. Los 8,2 kilómetros de alambrada en Ceuta y 12 kilómetros en Melilla se han ido modernizando y los ceutíes y melillenses sufren hoy las consecuencias de vivir en una ciudad amurallada, con barreras de hasta seis metros, cámaras infrarrojas, difusores de gases lacrimógenos, laberinto de cables trenzados y piquetes de 1 a 3 metros de altura a su alrededor. La existencia de la valla ha obligado a muchos inmigrantes irregulares de origen subsahariano a optar por la vía de la patera para viajar a las costas españolas, lo que ha provocado la muerte de por lo menos 4.000 personas que se han ahogado intentando cruzar el Estrecho de Gibraltar.

Además de estos muros de la vergüenza físicos, hay otros económicos y psicológicos: que mantiene separados a los países del bienestar con los del hambre y la marginación; el racial, que sigue discriminando por el color; el de género que mantiene a las mujeres en la humillación de la ablación, como subgénero o bajo la violencia y maltrato; las barreras por razones de sexo, opinión o religión; los muros que impiden a los disminuidos físicos o mentales acceder al trabajo o a la consideración social…

Alegrémonos por los 20 años de la caída del de Berlín, pero no nos tapemos los ojos ante los otros muros de la vergüenza.

    

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