Las madres de los cayucos lloran y luchan.

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Sus miradas tristes y sus ojos enrojecidos por las penalidades de una dura travesía nos siguen mirando casi a diario desde las pantallas de la televisión. ¿Quiénes son, de dónde vienen, qué dejan atrás los inmigrantes de los cayucos? Para conocer mejor la situación de estos jóvenes aspirantes a la emigración clandestina y para saber lo que se piensa en Senegal sobre este tema y en qué podríamos colaborar, me fui a Senegal.

¡Barça o Barsak!
Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.
Cada vez que voy a África, tengo la misma impresión: las cosas empeoran. Más pobreza, más jóvenes deambulando por las calles sin porvenir. Un único deseo de todos “coger una piragua”. “¡Barça o Barsak!” (Barcelona o la muerte) es el grito de guerra de los que intentan salir. ”Barsak” es el lugar al que los musulmanes van después de la muerte esperando el momento del juicio final.

Visito los puertos de donde suelen salir y los barrios donde viven. Entro en contacto con familiares, autoridades tradicionales y administrativas. En Kayar, el puerto pesquero más importante del país, me reúno con la Asociación de repatriados de Canarias, formada por 350 hombres, todos repatriados. Y todos aseguran: “Si no conseguimos nada, en cuanto vuelva el buen tiempo volvemos a tomar la piragua. Tenéis que decirlo en vuestro país: o nos ayudan o volvemos a intentarlo”.

Drama común.

Sin duda alguna, el más emotivo de todos los encuentros fue el que mantuve con el Colectivo de mujeres de lucha contra la inmigración clandestina de Thiume-sur-Mer, en las afueras de Dakar, la capital de Senegal. Me estaban esperando quince mujeres, relativamente jóvenes. Algunas hablan francés. Todas tienen las ideas claras. Y un drama en común: han perdido un hijo en el mar.

“Este era un próspero barrio de pescadores –cuenta su presidenta–. Familias polígamas, con muchos hijos, sacaban de la pesca lo suficiente para ganarse la vida. En los últimos años la vida se ha endurecido. Grandes barcos de China y Corea se llevan mucho pescado, y a nuestros pescadores les quedaba poco. Si no pescaban, las mujeres no podían vender para alimentar a sus hijos, y los jóvenes se lanzaron al mar, a buscar en otras tierras lo que aquí no conseguían.

Organizadas para el consuelo.

En septiembre de 2005 una piragüa con 80 jóvenes, entre ellos mi hijo único, y muchos hijos de estas mujeres que están aquí, murieron ahogados. Un mes más tarde, otra embarcación se hundió y unos cien muchachos del barrio desaparecieron. Al principio sólo hacíamos llorar, más tarde pensamos en organizarnos para consolarnos entre nosotras y para hacer algo que evitara que otros jóvenes siguieran arriesgando sus vidas. Decidimos ir cada día a la playa para hablar con los jóvenes y convencerlos de que no viajaran. También visitamos a las madres para que no ayuden a sus hijos a partir.

Nuestra primera Asamblea General reunió más de 350 mujeres. La mayoría vestidas de blanco, en honor de nuestros hijos, que quedaron en el mar, a quienes no les habíamos podido poner la mortaja color blanco tradicional entre los musulmanes.
Solemos reunirnos cada tarde, hacemos actividades y preparamos zumos y buñuelos, que luego se venden. Es una manera de entretenernos, de dejar de pensar siempre en el hijo que ya no está, de aprender cosas, para ganarnos algo la vida.

Nuestras cotizaciones las utilizamos para pequeños créditos a los miembros de la asociación, cuyos hijos no pueden ayudarlas. Cuando hay un acontecimiento en una de las familias (un bautizo, una boda), todas nos comprometemos a hacerlo modestamente y pagándolo entre todas. Así no despilfarramos y no obligamos a nuestros hijos a lanzarse al mar.

A todos los miembros de la Asociación les tenemos completamente prohibido que ayuden a sus hijos a irse a la mar (rumbo a Canarias). Si una lo hace, las demás no le ayudaremos, ni se le conceden préstamos. Queremos a toda costa que nuestros hijos se queden aquí, que no arriesguen sus vidas. No más llantos de madres. Tenemos muchas ilusiones en hacer cosas, si encontramos quienes nos ayuden en nuestros proyectos. Nos hace falta un socio en Europa, porque ideas no nos faltan”.

Corriente de fraternidad.

Se palpa la emoción. Una corriente de comprensión y de fraternidad muy fuerte se ha instalado en el ambiente. “No puedo prometeros nada –les digo–, pero no os voy a olvidar”. Por el momento, me hago miembro de la Asociación, pagando su cotización. “Cuando tengas una boda o un bautizo en tu familia, iremos a ayudarte a prepararla y entre todas la pagaremos. Pero tú vives muy lejos, ¿cómo vamos a poder pagar el viaje?”. El buen humor de estas mujeres despeja el ambiente. Sus amplias sonrisas esconden lágrimas.

Empezamos a despedirnos. Me espera el avión, la vuelta a casa. Han pasado quince días y parece que han sido 15 minutos. He visto a muchas personas que han compartido conmigo lo poco que tienen. He encontrado en todas partes muestras de cariño. Nadie me ha pedido dinero. Sólo que hable de la situación que están viviendo.

El futuro de África.

La sensación, al despedirme, es de impotencia y de pesimismo. He recibido mucho y he podido dar poco. Vamos a África pensando en “ayudar” y somos nosotros quienes volvemos “enriquecidos”. Mientras España y Europa mejoran cada año, África va para atrás. ¿Cómo se va a levantar este continente? ¿Qué soluciones hay para África? El porvenir de África está en manos de los propios africanos. El futuro de África es negro.

Extraido de 21RS

    

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