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La humanidad como tierra de encuentro y punto de partida

Josep Rovira, cmf -

    Aquí en Italia acabamos de celebrar (el pasado 24 de Febrero) los veinte años de la muerte de Sandro Pertini (1906-1990), Presidente de la República del 1978 al 1985. Ha sido hasta ahora el Presidente más popular que hemos tenido después de la guerra. Era socialista acérrimo, hijo de madre religiosísima, y él, en cambio, ateo convencido. Y, a nivel de Iglesia, estamos a punto de celebrar (el próximo 2 de Abril) el quinto aniversario de la muerte de Juan Pablo II (1920-2005), polaco, Papa del 1978 al 2005. El Pontífice más popular de estos últimos decenios. Como se ve, la Presidencia de Pertini coincidió con los primeros años del pontificado de dicho Papa, por lo cual era inevitable que se encontraran más de una vez, aunque sólo fuera por motivos oficiales.

    Pero, la cosa no fue así, sino que desde el primer momento (1978) surgió entre estos dos personajes tan diferentes por fe, cultura y edad, una amistad espontánea, franca y profunda. Por eso quisiera recordarlos hoy, como ejemplo de cómo, si no la fe, sí la humanidad común puede ser tierra fértil de encuentro y punto de partida. Me limitaré a algunos detalles, entre los mencionados por la prensa de estos días.

    Desde el primer momento sintieron ambos la curiosidad de conocerse de cerca, el uno al otro. De ahí que instintivamente comenzaron a frecuentarse, fuera de todo protocolo. Almuerzos secretos. Llamadas telefónicas directas. Coloquios privados y abrazos en público. Incluso con discusiones bromistas, como cuando visitando oficialmente el Presidente al Papa en el Vaticano se pararon a discutir sobre quién tenía la precedencia:

  • Por favor, primero Usted, le dijo el Papa.
  • No, primero Usted... “Ubi maior minor cessat”.
  • El huésped es siempre “maior”. ¡Adelante!

    Una familiaridad que les llevó a ambos a escaparse juntos de los respectivos palacios para ir de excursión por la montaña, como dos estudiantes huyendo del colegio:

  • Presidente, ¿quiere venir a esquiar conmigo?
  • Santidad, no sé esquiar, perdone...
  • Da lo mismo. Venga. El aire sano de montaña le hará bien...

    Tres días después se les podía encontrar en la cumbre de la montaña llamada Adamello, a tres mil metros de altura. A un cierto punto, el anciano ex-soldado le gritó al Papa que bajaba por las pistas:

  • Pero, Usted da vueltas como una golondrina...

    En Italia se dijo que entre los dos habían hecho más cercanas las dos orillas del Tíber.  

    En el año 1983, con motivo de Pascua, se intercambiaron un saludo. La iniciativa la tomó el Jefe de Estado, un socialista ateo que tenía “la tentación de la fe”. Estaba en plena crisis la cuestión polaca, con la prueba de fuerza entre Solidarnosh y el régimen comunista. De corrida, incluso con algunos errores redaccionales, escribió al Papa: “Santidad, paz a su espíritu siempre en tensión hacia quienes sufren porque se hallan privados de lo necesario para vivir o porque yacen inermes bajo la prepotencia ajena. Paz a su valiente pueblo, que tanto amo yo y que hoy no es libre como deberían ser libres todos los pueblos y todas las criaturas humanas. No siervos de rodillas, sino hombres libres, en pie, dueños de sus pensamientos y de sus sentimientos. Paz, Santidad, a la humanidad entera: que se sientan hermanos todos los pueblos, unidos en un mismo destino: o vivir hermanados juntos por una ayuda recíproca común o muertos juntos en el holocausto nuclear...”.

    El Papa le respondió una semana después, impresionado por aquellos “acentos de intensa conmoción”, recordando “las personas y los pueblos que sufren privados de aquel bien fundamental” que es la paz. Sus palabras, “han suscitado en mi un eco profundo. Una vez más he sentido vibrar la nobleza de su ánimo que sabe interpretar las ansias y las esperanzas compartidas juntos. Le agradezco su sincera amistad, que aprecio vivamente. Y le agradezco igualmente los sentimientos de simpatía y estima por mi Patria...”.

    Ya hacía tiempo que dicho Presidente, sin demasiadas prudencias diplomáticas, había puesto en sordina el llamado socialismo real. Lo testimoniaba una áspera carta a Breznev (Presidente de la URSS) en favor de los disidentes soviéticos y el mensaje de “deploración” a Polonia por el golpe de estado del general Jaruzelski. Era auténtico también su pacifismo, como testimoniaron sus llamadas en favor del desarme, con motivo de la crisis de los euromisiles: “¡Que se vacíen los arsenales y se llenen los graneros!”.

    Ambos habían visto el célebre film de Andrzej Wajda, “El hombre de mármol”, y lo habían comentado como una premonición de lo que más tarde iba a suceder en los Países del Este europeo, entonces todavía bajo el yugo de Moscú: “¡Un día serán libres!”. El Papa le había contado su experiencia como obrero, luego como sacerdote y obispo perseguido; y el Presidente su historia de antifascista, exiliado, encarcelado y condenado a muerte. El calor humano, la vitalidad, el sano orgullo, la intransigencia y la capacidad de resistir ante las dificultades, de conmoverse e indignarse, les habían unido.

    Parafraseando lo que decía un periodista (M. Breda) comentando ambas figuras, con motivo de sus respectivos aniversarios, podríamos decir: No es necesario pertenecer a éste o a aquél país (Italia o Polonia, o el que sea) para estar orgullosos de estos hermanos nuestros: “¡Basta pertenecer al género humano!”. Como ya había dicho hace siglos santo Tomás de Aquino: “La gracia no destruye la naturaleza, sino que la supone  y perfecciona”. Pertini y Wojtyla (Sandro y Karol) fueron la prueba de todo ello.

Arrivederci!
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