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Globalización solidaria.

Fe, Arte, Solidaridad... y Tú -

La compleja situación actual tiene uno de sus rasgos característicos en el fenómeno de la mundialización, esa progresiva unificación, interrelación e interdependencia, en todos los aspectos de la vida, de las distintas áreas geográficas, sociedades y personas. Su resultado más visible es la aldea global en que se ha convertido nuestro planeta.

(JPG) La mundialización es de suyo un hecho positivo al que parecen haber ido orientándose los pasos inciertos de la especie humana. Todo, a estas alturas de la historia, comienza a estar mundializado: los logros científico-técnicos, la información y la comunicación, las formas de vida, las modas, los peligros y hasta la conciencia que por primera vez se ha tornado planetaria.

“Globalización” es el nombre para la mundialización de la economía. Los economistas aseguran que también ella tiene efectos positivos: crecimiento de la economía, extensión de la competencia que favorece la creatividad y la innovación. Pero la verdad es que su realización efectiva no ha hecho más que ahondar las diferencias entre países ricos y pobres y está condenando a la exclusión a masas de personas que no tienen acceso a los medios que la instauran.

De hecho, la globalización ha producido una enorme acumulación de recursos en las manos de unos pocos grupos de privilegiados y ha condenado a la mayoría de la población mundial a la más completa exclusión en todos los terrenos.

Ante una situación así, está claro que no bastan como respuesta las políticas de ayuda al desarrollo y promoción de las zonas deprimidas. Las enormes diferencias que genera la globalización requieren como única respuesta a la altura del problema y de la dignidad ética de los humanos una cultura de la solidaridad a escala mundial o, como dicen otros, la globalización de la solidaridad.

La situación de asimetría entre países y personas que impone la globalización requiere que la demanda de justicia se convierta en exigencia de una solidaridad que privilegie a los más desfavorecidos hasta ponerlos en disposición de intervenir en plano de igualdad con los poderosos, injustamente privilegiados por la economía globalizada.

De parte de los cristianos la situación reclama que descubramos la dimensión religiosa, incluso teologal, de la solidaridad, y la incorporemos como parte integrante de la forma de vida que comporta la identidad cristiana. Los obispos franceses escribieron que la solidaridad con el pobre es una forma de decir ”Dios” hoy. Sólo una solidaridad efectiva con las víctimas permitirá convertir la aldea global en hogar de la gran familia humana.

(Artículo publicado en la revista 21RS, agosto 2006)

  • Juan de Dios Martín Velasco es sacerdote y teólogo, profesor del Instituto Superior de Pastoral de la UPSA en Madrid.
    
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