¡Feliz Navidad!. ¡Para felicitaciones estamos!, dirá alguno, ¡con la crisis que ha explotado y las dolorosas consecuencias presentes y futuras!
No es que los tiempos del nacimiento de Jesús fueran mucho mejores que los nuestros para que los ángeles anduvieran revoloteando de contentos y gritando a los hombres: “les anunciamos una gran alegría”.
Entonces como ahora había gobiernos imperialistas y pueblos ocupados, guerras fratricidas e internacionales, ricos epulones y pobres lázaros, migrantes y desplazados, hambrientos y enfermos, corrupción y mentira.
Quizá la gravedad de hoy está en que tenemos más medios técnicos y recursos económicos pero el amor no ha crecido en la misma proporción. Si los setecientos mil millones de dólares, inyectados al sistema financiero por el presidente George Bush para la reactivación económica, se repartieran entre los 6,715,000,000 habitantes de la tierra, nos tocarían a ciento cuatro dólares por habitante. ¡Y luego dicen que no hay dinero para acabar con el hambre y la pobreza!
También hoy, en nuestra situación personal y global, a ti y a mí, a todos los pobladores de la tierra se nos anuncia una buena noticia, “un evangelio” que nos afecta radical y absolutamente en positivo.
Para el pueblo que habita en una crisis económica y moral ha brillado una gran luz (Is. 9, 1), que desenmascara la mentira y señala el camino que debemos seguir.
Nos ha nacido un Niño, inerme e indefenso, que ni siquiera como juguete tendrá un arma. Él es nuestra Paz, nuestra activa Paz, capaz de derribar los muros del odio, destruir las más sofisticadas armas de guerra, cambiando el corazón de las personas.
El mensajero de Dios nos habla con palabras que disipan la niebla envolvente de la tristeza y la desesperanza: “No teman, les traigo la buena noticia, la gran alegría para todos. Hoy les ha nacido un Salvador” (Lc. 2, 10-11).
En nuestro mundo, local y global, roto por el pecado y el sufrimiento, “ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre. No por las obras de justicia que hayamos hecho nosotros sino que según su propia misericordia nos ha salvado” (Tito 3, 4-5).
Con toda razón y fundamento, con amor y esperanza te deseo (les deseo) una feliz Navidad, una permanente Navidad.