El Pozo de Jacob XX
Quisiera tener varios pares de zapatillas rojas para repartir. Y por supuesto con el número adecuado para que no se salgan del pie, ni aprieten. Al leer estas dos primeras líneas más de uno o una pensarán que es un comienzo extraño y hasta rocambolesco.
Estoy de acuerdo, pero me lo ha sugerido el cuento de Andersen, publicado por primera vez a mediados del siglo XIX, titulado “Las zapatillas rojas”. Se trata de una niña tan pobre que tenía que andar descalza. Al morir su madre, la adopta una anciana caritativa, que le compra unas zapatillas rojas. Pero resulta que están embrujadas y al ponérselas la niña comienza a bailar y no puede parar su baile. Al principio es fascinante. Mas la imposibilidad de parar convierte la diversión en tortura hasta la extenuación. El cuento termina con una intervención misericordiosa de Dios que anula el embrujo de las zapatillas.
El cuento ha tenido varias adaptaciones cinematográficas en las que se resalta que el ambicionar ser élite lleva consigo sacrificar todo: familia, honor, amistad… se acaba con la destrucción de la persona.
A qué viene este cuento.
Pues viene a que es dificilísimo comprometer al personal. Como ya hace años dijo el Cardenal Bergoglio, a los curas les va estupendo tener monaguillos a sus órdenes y muchos están contentos con ser monaguillos sin responsabilidades. Topas con la excusas, alguna vez son causas más que justificadas, de la indiferencia y apatía y pereza para formarse para servir mejor a la causa de Jesús. Y el resultado es que no se puede hacer un mundo diferente, con gente indiferente.
Hace tiempo leí, no recuerdo dónde, que el peligro del pasado fue que los hombres fueran esclavos con cadenas externas o con cadenas internas. Pero el peligro del futuro es que las personas se conviertan en robots totalmente manipulados a distancia.
Y aquí viene el cuento. Lo estupendo que sería poseer esas zapatillas embrujadas que hicieran saltar a la gente de su cómodo sofá y comiencen sin descanso a trabajar por la Causa de Jesús. Es lo que alucinaba a los que observaban la actividad evangelizadora del P. Claret.
Uno se atrevió a preguntarle cómo podía llevar adelante tanta actividad. El santo contestó: “Apasionaos por Jesucristo, y haréis mucho más que yo.”
Y cuando estén fatigados y se sienten como Jesús, junto al Pozo de Jacob, ya les quitaremos de los pies las zapatillas embrujadas.
El problema se complica
Si queremos involucrar a fondo al planeta mujer en la nueva Evangelización el problema se hace más difícil de solucionar. Todo el Magisterio reconoce que la mujer no ha sido suficientemente valorada en la Iglesia, porque no lo era en la Sociedad. Pero ahora que se desea darle el lugar y la responsabilidad a que tienen derecho, emerge un peligro serio. Lo denuncia con rotundidad el Papa Francisco en la famosa entrevista: “Es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia. Temo la solución del “machismo con faldas”, porque la mujer tiene una estructura diferente del varón. Pero los discursos que oigo sobre el rol de la mujer, a menudo se inspiran en una ideología machista. Las mujeres están formulando cuestiones profundas que debemos afrontar. La Iglesia no puede ser ella misma sin la mujer y el papel que desempeña. La mujer es imprescindible para la Iglesia.”.
Espero aclarar el tema y no oscurecerlo
Comienzo con una ingeniosa afirmación de Groucho Marx: “Las mujeres que quieren ser como los hombres es porque les falta ambición.”. Todo en la sociedad se enfocaba así. Si una mujer era valiente y superaba fuertes dificultades, se comentaba: “Tiene un espíritu varonil”. Y es que se daba por supuesto que los valores positivos se encontraban en manos del varón, y por tanto para elevar a la mujer hay que llegar a la “masculización” de la mujer. Hasta extremos esperpénticos como llevarla al cuadrilátero del boxeo.
Por eso la llamada de atención del Papa. La mujer deber ser fiel a sí misma y demostrar que su ser femenino tiene dimensiones que la hacen superior al varón en muchas perspectivas. La mujer es necesaria a la Iglesia, pero aportando todo su inmenso caudal de cualidades, y no tratar de adquirir o imitar al varón: “hombre y mujer los creó Dios.”
Y debo acudir a las luminosas respuestas del Papa: “María, una mujer, es más importante que los Obispos. Digo esto porque no hay que confundir la función con la dignidad. Es preciso, por tanto, profundizar más en la figura de la mujer en la Iglesia…Sólo tras haberlo hecho podremos reflexionar mejor sobre su función dentro de la Iglesia. En los lugares donde se toman las decisiones importantes es necesario el genio femenino. Afrontamos hoy este desafío: reflexionar sobre el puesto específico de la mujer, incluso allí donde se ejercita la autoridad en los varios ámbitos de la Iglesia.”
Creo que es evidente que los cambios en la Sociedad empujan a este nuevo talante de la Iglesia, pero hay que advertir que no lo hace a la fuerza, sino al contrario, gozosa de abrir las puertas de par en par a las inmensas posibilidades y dimensiones específicas de la identidad de la mujer. Santa Teresa de Jesús, la Venerable Madre María de Jesús de Ágreda, y tantas otras, que sufrieron, por su condición femenina, la incomprensión de clérigos poderosos, saltarán de gozo en el cielo.
La Nueva Evangelización necesita unir todas las fuerzas de las tres formas de vida: sacerdocio secular, vida consagrada y laicos. Pero en el amplio abanico que ofrece la vida laical: solteros, casados, viudas, separados…deben entrar con pie firme, con tacón o sin tacón, pero idénticas a sí mismas, la mujer. Y orgullosas de que la criatura humana más perfecta, María, Virgen y Madre, es mujer. Ella dijo sí y la salvación vino al mundo.
Y ya finalizo solicitando a mi Madre María, que me compre unas zapatillas rojas del número 44, para seguir evangelizando sin parar y por todos los medios posibles a mi alcance. Y con confianza le ruego que esta inquietud evangelizadora sea faro luminoso fijo enfocado a Jesús, para que muchos hermanos lo vean y como Pablo exclamen. “¡Señor! ¿Qué queréis que haga?