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El Pozo de Jacob (IX)

Alfredo Mª Pérez Oliver -

Todos los ríos, hasta el inmenso Amazonas, desembocan en el mar. ¿Quién puede contarlos?  Pues resulta que todos los comentarios, mensajes, documentos sobre la Nueva Evangelización, ¿quién puede contarlos?, desembocan en un Océano sin playas, ni riberas. El mensaje de   los Padres Sinodales señala con rotunda claridad ese Océano:

Antes de entrar en la cuestión sobre la forma que debe adoptar esta Nueva Evangelización, sentimos la exigencia de deciros, con profunda convicción, que la fe se decide toda en la relación que establecemos con la persona de Jesús, que sale a nuestro encuentro. La obra de la Nueva Evangelización consiste en proponer de nuevo al corazón y a la mente, no pocas veces distraídos y confusos          de los hombres y mujeres de nuestro tiempo y, obre todo a nosotros mismos, la belleza y la novedad perenne del encuentro con Cristo. Os invitamos a todos a contemplar el rostro del Señor Jesucristo, a entrar en el misterio de su existencia, entregada por nosotros hasta la Cruz, ratificada como don del Padre por su Resurrección de entre los muertos y comunicada a nosotros mediante el Espíritu. En la persona de Jesús se revela el misterio de amor de Dios Padre por toda la familia humana.”(Nº 4)      

El pozo de Jacob acepta la invitación.

Me acerco al brocal del pozo y me parece lleno de burbujas que contestan a coro, como los Apóstoles, a la pregunta ¿Quién dicen que soy Yo? Pero esas respuestas no le interesaban a Jesús. Le interesaba la respuesta a la siguiente interpeladora pregunta. Y vosotros ¿Quién decís que soy Yo?

Sin una respuesta personal, segura y solemne, no podemos dar un paso adelante para solicitar ser contados entre los nuevos evangelizadores.

Esta es la pregunta que en el brocal del pozo, desde el burbujear del fondo nos hacemos hoy los amigos que buscamos el agua fresca del cantarillo. Y quiero responder con el corazón en la mano y espero suscitar una reflexión para ahondar en el conocimiento profundo del Misterio y vivir una experiencia creciente del Misterio. Lo que Pablo muestra a sus Filipenses: “Conocerle a Él y el poder de su Resurrección(3,10)…

Me ocurre lo mismo que el niño que consigue por fin que su papá le lleve a ver el mar. Al amanecer, el sol aparecía en el horizonte y sus rayos rielaban sobre la superficie azul. El niño asombrado exclama: ¡Papá, ayúdame a mirar! Esta es la súplica que brota a borbotones del alma que quiere conocer a Jesucristo. ¡Espíritu Santo, ayúdame a mirar!

¿Quién es este hombre?

¿Quién es este Hombre que no puede enterrar la Historia? 

¿Quién es este Hombre que a través de los siglos llena el corazón de millones de creyentes, que tiene en Él la razón de su vida y desean darle plenitud, dándola por la misma Causa por la que Él vivió y murió en la Cruz?

Con temor y temblor voy a intentar describir algunos rasgos de su personalidad que interpelan a sus seguidores. Y espero ayude a discernir el camino que cada discípulo debe tomar. Santa Teresa de Jesús, San Francisco de Asís, San Ignacio de Loyola, San Antonio Mª Claret siguieron al Maestro, pero cada uno acentúa aspectos diferentes. Los rasgos que voy a explicitar – y van a llenar varios cantarillos- espero sean luz para iluminar el propio sendero. Como dijo el poeta, para cada hombre tiene un rayo nuevo de luz el sol y un camino virgen, Dios.

Primer rasgo. Jesús aparece como un hombre totalmente bueno

Resume el Papa Francisco: “Trajo la misericordia y el perdón de Dios; curó, consoló, comprendió, dio esperanza; llevó a todos la presencia de Dios que se interesa por todo hombre y por toda mujer…Dios no esperó que fuéramos a Él, sino que fue Él quien vino a nosotros…Él da siempre el primer paso…Jesús se conmovió ante la muchedumbre que parecía un rebaño sin pastor; lloró ante el sufrimiento de Marta y María…”” (27-3-2013)  Obró numerosos milagros, movido a compasión: el paralítico, la mujer enferma y resurrección de la hija de Jairo (Mt.9)…

Se conmueve ante los ruegos humildes de la mujer cananea. (Mt.15)

El episodio de Simón, el fariseo y la mujer pecadora, narrado por San Lucas (7. 36-49) demuestra con gran evidencia su afectividad equilibrada al servicio del amor y de la compasión. Es obligado analizarlo:

Simón es un hombre de dos caras. Por un lado tiene algún interés en acercarse al odiado Profeta. Por otro, quiere alardear ante los colegas que le puedan reprochar la invitación, los desprecios abundantes que proyecta volcar sobre el invitado. Pero no contaba  con la habilidad de Jesús para dar la vuelta a situaciones insidiosas. Además ocurre lo inesperado. Una pecadora pública aprovecha la situación creada por el banquete, para irrumpir en la sala y ‘con un frasco de alabastro lleno de perfume, se pone detrás de Jesús y llorando comenzó a bañar con sus lágrimas los pies de Jesús y a enjugarlos con los cabellos de su cabeza, mientras se los besaba y se los ungía con el perfume’.

Se acumulan las miradas y sonrisas, se aumentan las sospechas de la autenticidad del Profeta: “Si este fuera profeta sabría que clase de mujer tiene a sus pies…”
Entonces Jesús toma la palabra y con maestría lleva a Simón a su terreno. Las preguntas y las repuestas que da el fariseo, dejan al descubierto su hipocresía y facilitan la defensa de la mujer despreciada: ‘¿Ves a esta mujer? Cuando entré en tu casa no me diste el agua para lavarme los pies, pero ella ha bañado mis pies con sus lágrimas y los ha enjugado con sus cabellos. No me diste el beso de paz, pero ella no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite, pero ésta ha ungido mis pies con perfume. Te aseguro que si da tales muestras de amor es que se ha perdonado sus muchos pecados, en cambio al que se le perdona poco muestra poco amor’. Y despreciando las murmuraciones y protestas de que se atreva a perdonar, dice a la mujer:¡Tu fe te ha salvado, vete en paz!

Es asombroso ver como deja manifestar el amor limpio de la pecadora. No rechaza, no se escandaliza por las manifestaciones extremosas. Las acepta con una naturalidad, con un equilibrio impresionante… Seguro que el grupo morondanga de fariseos, no habían entendido nunca el capítulo octavo del  Cantar de los Cantares: “Las aguas torrenciales no podrán apagar el amor, ni anegarlo lo ríos. Si alguien quisiera comprar el amor con todas las riquezas de su casa, se haría despreciable.”

Jesús en este pasaje evangélico, demuestra una madures y una naturalidad que revela que estamos ante el Hijo de Dios. Con esta pecadora, con la adúltera, con la samaritana rompe barreras sociales. Lo mismo con los leprosos, con los publicanos… Nadie se atreve a preguntarle ¿por qué? Todos vislumbras la ternura de un corazón virgen y la mirada sencilla y limpia de un hombre totalmente bueno.

El cantarillo rebosa, no dejemos que se pierda el agua fresquísima y cristalina.

    
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