El Misterio de nuestra fe. Comentario al Evangelio del Domingo 14 de Junio de 2009. Solemnidad del Corpus Christi.

La Eucaristía es la prueba del amor que Jesucristo nos tiene, al darse en ella como víctima y altar a favor de toda la humanidad.
La Eucaristía es prenda del banquete del Reino de los Cielos, mientras esperamos la venida gloriosa de Cristo, anticipo de lo que anhelamos, sentarnos a la mesa de los bendecidos de Dios.
La Eucaristía es signo y sacramento del amor entrañable de Jesucristo, quien como padre de familia parte y reparte el pan, y en cada trozo se da por entero a quien lo recibe, y lo convierte en hijo de Dios, gracias al Misterio Pascual de su muerte y resurrección.
La Eucaristía es realidad viva, presencia compañera de Jesucristo, que como amigo y compañero del camino de la vida, se convierte en viático, sustento cotidiano, presencia discreta que alienta, conforta, acoge, ilumina en las distintas encrucijadas.
La Eucaristía es forma de vida, manera de permanecer entregado y discreto en favor de todos, sin ruido ni protagonismos, en el mayor anonadamiento y servicio.
La Eucaristía es mirada y rostro que al contemplarlos dejan en el corazón la impronta del amor divino, y permiten saberse acogido, conocido, amado. Gracias al Sacramento de la presencia real de Cristo el creyente puede combatir la tentación de la soledad, de la desesperanza, del tedio.
La Eucaristía es la suprema oración de Cristo, en ella expía los pecados de la humanidad, a la vez que agradece y adora, suplica y se ofrenda ante su Padre, por la acción del Espíritu en el pan y en el vino.
La Eucaristía es el regalo esponsal. Gracias a la Eucaristía acontece la unión total y amorosa entre Cristo y la Iglesia, formando el mismo y único Cuerpo de Cristo.
La Eucaristía es necesidad del creyente, posibilidad de subsistencia, celebración comunitaria y eclesial, tiempo y lugar teológico, referencia pascual, respuesta a las preguntas más existenciales, sentido y posibilidad después de todos los límites, realidad subsistente y amorosa en la fragilidad, transfiguración de la materia, divinización de quienes participan, prenda de vida futura.
La Eucaristía concita la creación entera, se ofrece a favor de toda la humanidad y revela la acción divina permanente y favorable por la que todo se convierte en gloria de Dios.
La Eucaristía enseña a adorar a Dios, a amar al prójimo, a respetar y compartir los bienes.
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