DOMINGO 4 de junio de 2006 - PENTECOSTÉS
Distintos laicos hacen una breve sugerencia para la vida seglar. Cada uno contempla el Evangelio desde una dimensión de la vida laical.
DESDE LA ECONOMÍA DOMÉSTICA
(mujer, casada, con cuatro hijos, miembro de comunidad cristiana de matrimonios)
Reconozco que Pentecostés siempre ha sido una FIESTA especial para mí. Saber que Jesús nos da su Espíritu y nos reparte sus dones me da fuerzas para sentirme enviada a los demás. Sé que el entorno donde me muevo -desde que deje de trabajar fuera de casa- es pequeño: familia, padres de los compañeros de nuestros hijos, parroquia, vecinos, amigos; pero intento llevar la alegría del E.S. conmigo. Supongo que algo hará, aunque nunca sabemos ni cómo, ni cuándo, ni donde actúa. Es simplemente tener FE en él.
DESDE LA ENFERMEDAD
(mujer, casada, con una hija, enferma de cáncer, dejó de trabajar)
“…con las puertas cerradas por miedo…” Así estaban ellos y así pasamos nosotros nuestra vida también, con miedo, con el corazón cerrado por miedos y egoísmos. Pero El vino a quitarnos el miedo con la paz. ¿Y qué tiene que ver “la velocidad con el tocino”? Pues para mí mucho. Cuando encuentras en tu corazón la paz (porque es ahí dentro donde tienes que buscarla y no fuera de ti), encuentras también la felicidad, la armonía, y todo eso te da la valentía de enfrentarte a la vida, sea lo que sea lo que ésta te traiga, y te quita ese miedo a ser diferente, ese miedo al qué dirán tanto la sociedad como algunas personas de tu entorno y que no te entienden. Y para llegar a esa paz, necesitas abrir las puertas de tu alma, volver tu mirada a lo que realmente es la esencia de tu vida y orar, y como El nos quiere tanto, no nos niega el don de su Espíritu, y nos da Su paz.
DESDE LA PERSPECTIVA LABORAL Y SINDICAL
(hombre, casado, sin hijos, empleado de empresa; el matrimonio pertenece a comunidad cristiana)
Me resulta complicado entender esto de: "A quienes dejéis libres de los pecados, quedarán libres de ellos; a quienes se los imputéis, les quedarán imputados" pero últimamente estoy viviendo una experiencia en el trabajo a través de la que creo que puedo experimentar, aunque sea de refilón, esto.
Estoy trabajando en un proyecto con compañeros de mi empresa y contratados por otra empresa. Todos trabajamos en equipo pero en lugar de trabajar codo con codo se trabaja con sonrisas por delante y alguna que otra zancadilla por detrás, con una rivalidad muy fuerte. Yo también me he contagiado de este espíritu y me he descubierto en algunas ocasiones con pensamientos poco positivos. Tratando de mejorar esto me he dado cuenta de que si no trato de olvidar los pecados de mis compañeros nunca voy a ser capaz de tratarlos como debo ni de trabajar a gusto y trabajar bien. Tengo que librarlos de sus pecados. De igual forma cuando ellos me libren a mí de mis pecados podremos formar un buen equipo.
DESDE LA RELACIÓN DE PAREJA Y VIDA FAMILIAR
(matrimonio, padres de dos niños, trabajan ambos, pertenecen a comunidad cristiana)
En ocasiones nos hemos preguntado si nos sentimos enviados por el Señor en nuestra familia, es decir, cuando se hace un envío, cuando se celebra al Espíritu, se envía a una acción pastoral, a un trabajo específico, a un experiencia misionera, a una tarea concreta evangelizadora: catequesis, acompañamiento, coordinaciones o responsabilidades en comunidades, en equipos, etc. Casi todas las convivencias cristianas, terminan con un envío. Pero cuánto nos cuesta a los seglares entender el tipo de misión a la que Dios nos ha llamado. Parece que el Espíritu no sopla, ni nos envía a formar una familia, que nuestra relación con nuestra pareja, nuestra tarea de padres, nuestra responsabilidad como hijos, nuestro amor a los hermanos y cuñados, es una circunstancia de nuestra vida, un estado civil, una situación, que en ocasiones nos “quita tiempo” a nuestra actividad pastoral dentro de un centro pastoral, dentro de una parroquia. No, creo que hoy nosotros, nos encontramos con el Señor, nos alegramos de verle y sentimos cada vez, con más fuerza su Espíritu, que inspira nuestro trabajo como padres, que alienta nuestra misión con el sufrimiento por las enfermedades de nuestros padres, que empuja a comprender la vida de nuestros hermanos, cuñados, primos, sobrinos y sobre todo, que une nuestras vidas de esposos. Aunque, una cosa sí, tampoco es cuestión de quedarnos encerrados y no salir a los otros, el matrimonio no es la excusa para no darse a los demás.
DESDE LA VIVENCIA ECLESIAL
(hombre, casado, trabaja, con un hijo)
Ante este evangelio de presencia, de esperanza, de ánimo, de arenga divina… me sale precisamente eso valorar la disposición que como comunidad eclesial tenemos para estar abiertos a su presencia, y atentos a su esperanza, confiados en su fuerza y arropados por su Palabra. Y también descubro, que como comunidad estamos llamados a reunirnos para esperar, para orar, para sentir su envío desde su presencia inquebrantable en nosotros, esto es, el proceso de interiorización previo a la acción. Porque una comunidad que se reúne entorno a Dios y a su Palabra, siempre encuentra respuesta y sentido, impulso y motivación para su hacer… por más que estén las puertas cerradas, si oramos desde nuestra necesidad de Dios y buscamos su presencia, el desencaja nuestros miedos. Y en eso también está la tarea de descubrirlo cuando está delante, y que esas reuniones y encuentros siempre tengan la vocación del encuentro con la Palabra y el mensaje de Jesús, para que no se queden en simples reuniones para organizar nuestros quehaceres cristianos. Y eso es Pentecostés en nuestra convivencia eclesial Dios presente en el centro como eje de la fuerza que nos hace conscientes de quienes somos y de lo que estamos llamados a hacer… y se presenta estando en grupo, en reunión, en comunidad, porque Él nos quiere juntos y unidos.
EVANGELIO PENTECOSTÉS (Año - B)
4 de junio de 2006
+ Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 19-23
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
- «Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
- «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
- «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Palabra del Señor