Comentario desde Buenafuente para el Domingo 31 de Julio de 2011
(Is 55, 1-3; Sal 144; Rm 8, 35.37-39; Mt 14, 13-21)
Al acercarnos a las lecturas de este domingo, apreciamos la sensibilidad de la Iglesia al escoger, en pleno verano, los textos en los que Dios ofrece magnánimamente el agua y el pan: “Oíd, sedientos todos, acudid por agua también los que no tenéis dinero: Venid, comprad trigo; comed sin pagar vino y leche de balde.”
Cuando se cierne la especulación sobre los bienes de consumo, oír un ofrecimiento de agua, pan y leche, abundantes y gratuitos, es muy extraño. Sin embargo, si interpretamos la profecía a la luz del Evangelio, comprenderemos bien de qué bebida y de qué pan se trata.
La prodigalidad divina, que canta el salmista -“Los ojos de todos te están aguardando, tú les das la comida a su tiempo; abres tú la mano, y sacias de favores a todo viviente”-, puede interpretarse como agradecimiento a Dios en el tiempo de las cosechas de los cereales. Pero sobre todo, desde la imagen de Jesús multiplicando el pan, compadecido de la multitud, nos evoca un paralelismo con el gesto eucarístico.
-“Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer.
Jesús les replicó: -No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer.
Ellos le replicaron: -Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces.
Les dijo: -Traédmelos.
Mandó a la gente que se recostara en la hierba y tomando los cinco panes y los dos peces alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente.
La Eucaristía es la respuesta solidaria de Jesús ante la sed de sentido y la indigencia existencial de la multitud. En este tiempo de verano y de posibles vacaciones, tiempo de sed de felicidad, la invitación que nos hace la Palabra, que se proclama en la Liturgia, es a recostarse en la pradera, donde el Buen Pastor lleva a su rebaño a fuentes tranquilas, repara las fuerzas y prepara una mesa, en la que rebosa la copa de la entrega total por los suyos.
Con esta enseñanza, se comprende la pregunta de San Pablo: “¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? Pero en todo esto vencemos fácilmente por Aquél que nos ha amado.